Como la melodía que te pone la piel de punta y dilata tus pupilas, o la sensación de mareo con cuatro copas de más. Como la novela que no puedes parar de leer o el suspiro que dejas escapar del que detrás hay un "eres lo más parecido al paraíso". Exactamente así es como se siente cuando me rozas desde el cuello hasta la curva con la que termina mi espalda.
Así, como si el mundo no existiese, pero existe y sé que existe porque acabas de hacerme dar la vuelta en un segundo por el universo y creo haber conocido todo. Si. Cuando tus labios han rozado la cobertura de mi hombro. Y sigue así. Sigue ahí.
Aún existe la magia del veintitantos de diciembre y vuelve a suceder. Hermosa taquicardia. Aquí vienes. Otra vez.
Lo único que hago es tratar de no mostrarte que has bajado mis defensas, que me he quedado sin escudos, y todo a golpe de puntadas en la piel. Me estás dejando cicatrices de placer como carreteras en el cuerpo y sigues ahí. Rozando mis venas, haciendo que la sangre arda como lava de un volcán. Estas apunto de provocar una erupción. Y sigues tentando a la suerte. Y sigues queriendo destrozar las ciudades que existen debajo de mi piel.