Imperdonable la manera tan descarada que tienes de mirarme, de atravesar mis ojos con los tuyos, como si dentro de ti mil fogatas se prendiesen en un instante. Y yo soy un laberinto de hielo. Siento que me convertiré en mar.
Es imperdonable tu manera de tocarme, como si lanzases un trillón de fuegos artificiales dejando un rastro de belleza y un sonido estridente. Y yo soy ese lugar silencioso que llenas de color y luz. Sé que de aquí a diez minutos no voy a querer que pares.
Tú, que insistes en dejar las rosas en la puerta de mi habitación y que persistes en aparecer en cada uno de mis cuentos. Deberías de saber que me es imposible ser inclemente contigo. Maldita debilidad que me estás cambiando. Y no me niego al cambio. Y no me niego a ti.
Y me juras que vamos a arreglar el mundo, me prometes que esto será mejor que las antiguas historias de amor y yo, que debería estar odiándote por dentro, cedo. Me es imposible no ceder. Me es imposible mirarte a los ojos y no quemarme. Me es imposible no observar todos tus fuegos artificiales.
Me inhibes cuando estás cerca y acabo estando en paz con quién soy, aunque a veces siento que me voy a volver loca. Sí. Loca porque no entiendo muy bien como he pasado del punto de querer matarte al punto de matar por ti de nuevo. Y aún así, y dicho con palabras claras: quizás seas lo mejor que me ha pasado en la vida. Quizás solo dependa de esta bipolaridad que me produces. Quizás solo dependa de los cinco elementos que flotan más allá del color de tus ojos o quizás solo necesite cada fogonazo de luz de cada una de sus sonrisas para seguir viviendo, no lo sé, el caso es que es imperdonable tu manera de robarme el alma y tu capacidad inhumana de calmar el dolor.