Capítulo 1.

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Capítulo 1 Soy un producto de mi entorno

El público enloqueció cuando Doo Wop (That Thing) de Lauryn Hill comenzó a sonar. Una sonrisa se abrió paso entre mis labios justo antes de ponerme a cantar. Era el último concierto y era en casa, en San Diego. Los conciertos en tu ciudad natal uno siempre son los mejores, porque te hacen sentir que lo has conseguido. Que realmente eres alguien.

El escenario se llenó de humo, el sol dándome en la cara. Anduve hacia la otra punta mientras cantaba, saludando a los fans con la mano. Estaban chillando, algunos incluso lloraban. El suelo estaba especialmente rugoso ese día, probablemente porque era la alfombra de mi habitación, pero no importaba. Yo me tomaba en serio todo lo que hacía, sobre todo lo que ocurría en imaginación.

Le subí el volumen a la radio. Mientras movía mis rizos de un lado a otro, el sol colándose a través de mis cortinas, fui incapaz de sacudirme de encima la sensación de que algo bueno estaba a la vuelta de la esquina.

Porque podía visualizarlo. Yo cantaba, ellos gritaban. Me lancé de espaldas a la cama como si estuviera dejando que mi cuerpo surfeara por entre la multitud. Ellos gritaban: "Rylee, Rylee, Rylee..."

—¡RY-LEE! —chilló mi padre irrumpiendo en la habitación, causando que yo pegara un grito—Vamos a llegar tarde... ¿Qué demonios estás haciendo?

—Nada.

Él negó con la cabeza, desapareciendo por las escaleras. Me quedé con los ojos muy abiertos una vez se hubo ido, sintiéndome expuesta. Que me pillaran "dando conciertos" era peor a que me pillaran desnuda. Tal vez por eso me arropé con mi bata, todavía con desconcierto.

Un cuarto de hora más tarde, Ethan y yo estábamos en la salida de casa, con nuestras maletas al lado. Mientras ayudábamos a papá a poner todo en el maletero, nos preguntó con una sonrisa:

—¿Estáis listos?

Ethan y yo nos miramos el uno al otro.

—No—admitimos al unísono.

Mi hermano se sentó en el asiento del copiloto y yo me acomodé detrás, junto a la ventana izquierda. El sol de septiembre parecía tener la intención de deslumbrar hasta la ceguedad, pero aun así miré por la ventana, asintiendo al ritmo de la canción.

Cuando por fin llegamos, me desabroché el cinturón de seguridad tan deprisa como mis manos me lo permitieron: llevaba todo el trayecto con ganas de ir al baño. La parte exterior del internado estaba más concurrida que nunca, llena de alumnos y familias, despidiéndose los unos de los otros. En cuanto terminamos de descargar el maletero, mi padre comenzó a dar una especie de discurso nostálgico y austero a la vez, del cual sólo me quedé con alguna frase horrible como "cuando yo tenía vuestra edad..." y "no hagáis nada que no haría yo". Se interrumpió a sí mismo cuando reparó en mi expresión, inquieta y desesperada.

—¿Tienes que ir al baño, verdad?

Solté una risa, asintiendo. Me había tenido que preparar en menos de quince minutos, mis necesidades básicas tuvieron que asumir un segundo plano. Ethan y yo sonreímos ampliamente y le abrazamos, uno después del otro. Ya andando hacia atrás, le dije:

—Gracias por traernos. Te llamaremos cada día. Te voy a echar mucho de menos.

—Yo también a vosotros—nos dijo, sonriendo de verdad. Una vez dentro del coche, antes de arrancar, nos gritó:—¡Os quiero!

—¡Y nosotros a ti!

De inmediato, Ethan y yo echamos una carrera hacia el edificio que nos esperaba: el internado Walkway. Más allá de vivir con mis amigas, estudiar allí no era una experiencia especialmente remarcable. Al menos no para mí. Me consideraba una persona bastante anónima, y pretendía seguir así hasta mi graduación. Quizá eso habría sido posible de no ser por una innegable realidad: yo era, como todos, un producto de mi entorno.

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