Capítulo 28.

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Capítulo 28 Los chicos del coro

En cuanto bajamos del escenario, cogí a Dylan de la camiseta y él trastabilló. Comencé a arrastrarle por el bosque mientras otra persona cantaba, pues era el turno del siguiente.

Dylan rio un poco, y dijo:

—No sé qué está pasando, pero me gusta.

Me detuve cuando estuvimos lo suficientemente lejos de los profesores, y sin darle tiempo a preguntar más le atraje por el cuello y le besé, con ganas y sin prisa. Él cerró sus brazos a mi alrededor, levantándome del suelo unos segundos. Cuando me bajó, solté:

—Quiero estar contigo.

Pestañeó varias veces.

—¿Me estás... me estás pidiendo salir?

—Sí—asentí, y él quedó boquiabierto—. O no. O sea, había estado esperando a que tú lo hicieras, pero ahora me doy cuenta de que fue una estupidez porque no tenías por qué pedírmelo tú. Quiero decir, ¿qué es esto? ¿Los años cincuenta?

—No, señora.

—Exacto. El caso es, que si de algo me he dado cuenta siendo la novia falsa de alguien, es que todos esos términos no significan nada. "Novia", "novio", "amiga". Son solo palabras. No necesito un día y hora en el que determinamos que íbamos a serlo porque sé que no me imagino estando con otra persona, y que eres mucho más de lo que creía en un principio.

—Cohen...

—Además—le interrumpí—, no me importa lo que llegaras a tener con Jenna, ahora estamos aquí y eso es lo que importa.

—Vale—respondió, divertido. Soltó un suspiro—. Me alegra que pienses todo eso, porque yo me siento igual.

Escondí una sonrisa.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Aunque sí que te iba a pedir que fueses mi novia. Con una canción y todo.

Le di un empujón, entre risas.

—¡Anda ya!

—Te lo digo en serio. Me parece muy bien lo que has dicho sobre los años cincuenta, pero todo acto tiene su consecuencia y lo cierto es que ahora te vas a quedar sin escuchar la canción que hizo llorar a mis amigos.

Abrí mucho los ojos, incrédula.

—Vale, no. Retiro todo lo dicho, tú me has pedido salir y ahora vas a cantar.

Él negó con la cabeza, echando a andar. Chasqueó la lengua.

—¿Aquí? Ni hablar. Ahora yo también soy un chico del coro, Cohen. Ya no canto para la ducha, canto para la gente. Considérame un hombre renovado; Dylan 2.0.

Contuve una risa, y apreté el paso para seguirle. Entonces, con algo de pánico, cuestioné:

—Espera, ¿qué quieres decir con eso? ¿Qué vas a hacer?

Me echó una mirada con el gesto torcido, como si la respuesta fuera evidente.

—Probablemente, hacer que pases vergüenza. Pero tranquila, no lo haré ahora. Pienso hacer uso del efecto sorpresa.

—Sí, Dylan. Desde luego, eso me tranquiliza.

Me coloqué al lado de Jenna en la cola del comedor, mientras nos servían la comida en las bandejas. Sin apartar la mirada de la mía, le dije:

—Creo que tenemos que hablar.

Ella alzó la mirada y tras unos segundos, sonrió, divertida.

—No me digas.

—Si estás dispuesta. Cuando termines de cenar, te espero frente a mi cabaña.

—¿Qué te hace pensar que voy a ir?

—Nada—confesé—. Pero creo que si tienes algo que decirme, es mejor que me lo digas a la cara.

Después de cenar, la esperé justo donde le dije, sentada en un escalón. Un par de minutos más tarde, Jenna apareció delante de mí. De brazos cruzados, me dijo:

—Tengo que reconocerlo: tienes carácter.

Me levanté, poniéndome las manos en los bolsillos.

—Bueno, Jenna, aquí me tienes. Puedes decirme lo que quieras.

Ella asintió.

—De acuerdo, seré breve: voy a acabar contigo.

Pues sí que ha sido breve. Me aseguré de sonar inocente.

—¿A qué te refieres exactamente?

—Me refiero a que se te ha acabado el cuento. Es sólo cuestión de tiempo que la gente se dé cuenta de que no tienes tanto talento como crees, tal y como se dieron cuenta de que eres una mentirosa. Y ahí entro yo.

—Tiene gracia—respondí—, parece que tengas mucho que echarme en cara considerando que la última vez que una amiga mía habló contigo, casi no lo cuenta. Dudo que llegues a ninguna parte cuando los profesores se enteren de eso.

Ella sonrió con burla, frunciendo el ceño.

—¿Se puede saber de qué hablas?

—De Audrey—respondí, molesta—. Me da igual que la tomes conmigo, pero a mis amigas quítales las manos de encima.

Entonces apretó los labios, como aguantándose la risa, lo cual me hizo sentir algo insegura. Con todo, me saqué el móvil del bolsillo, mostrándole que estaba grabando la conversación, y entonces toda burla desapareció de su cara.

—Estoy segura de que a Amy le encantará saber que hay una mentirosa compulsiva en su clase a la que se le va la olla cuando pierde un concurso de duetos. Le enseñaré esto por la mañana. Qué puedo decir: soy una chivata.

Parecía que en cualquier momento le iba a salir el humo por las orejas. Yo estaba sonriendo cuando me informó:

—Siento ser yo quien te lo diga, pero es tu amiga la que no podía quitarme las manos de encima. Tal vez no la conozcas tanto como crees. Porque, que yo sepa, no parecía muy disgustada cuando empezó a sacarme la ropa.

La expresión me cambió por completo. Se lo estaba inventando, ¿verdad? No era posible que Audrey nos hubiera mentido con tanto descaro. Quiero decir, era Audrey. Jenna se alejó de mi vista, y yo me quedé ahí, inmóvil. Las chicas aparecieron como al cabo de medio minuto, corriendo hasta mí.

—¿¡Y bien?! —inquirió Rachel—¿Habemus pruebas?

Las cuatro me observaron con expectación. Observé la cara de Audrey, que apretaba los labios, también aguardando mi respuesta. Asentí varias veces, y me encogí de hombros con una sonrisa. Chillaron cuando confirmé:

Habemus pruebas.

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