Capítulo 13.

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Capítulo 13 Como en una montaña rusa o algo así

Me colgué la mochila del hombro y salí de la clase de Canto, siendo la penúltima en hacerlo. Estaba a punto de dar la vuelta a la esquina cuando oí una voz detrás de mí, casi desesperada.

—Rylee, ¡espera! —me llamó Dylan. Suspiré, con cansancio, y me di la vuelta.

—Si es para preguntarme sobre Conan o algo así...

—Yo... sólo te quería hablar sobre el dueto. Considerando que romperemos después de eso, tal vez sería una buena idea cambiar de canción.

Cerré los ojos, mortificada. Quise evaporarme allí mismo, pero dado que no era una opción viable, puse todos mis esfuerzos en intentar decir algo con sentido.

—Em, claro—logré articular, rascándome el brazo—. Yo también pensé en ello. Cuando no sé qué cantar, siempre trato de volver a los clásicos—ladeé la cabeza, buscando entre mis recuerdos, hasta que se me encendió una bombilla—. ¿Qué opinas de Africa?

Él asintió, convencido.

—Creo que es muy buena idea—reconoció, y me salió una sonrisa sincera. No es que hiciera falta, pero me gustaba cuando validaba mi gusto musical—. ¿Dónde quieres que ensayemos?

—¿En el patio? —sugerí, sin darle demasiadas vueltas—Si quieres, claro.

Me sentía muy rara hablando con él, y tenía la impresión de que dijera lo que dijese, iba a terminar haciendo el ridículo. Sin embargo, él simplemente respondió con un:

—De acuerdo. Nos vemos en... ¿una hora?

Se rascó la nuca. Yo asentí varias veces.

—Está bien.

Me puse una sudadera mientras caminaba por el colegio. Todavía quedaban como unos, diez minutos para mi... lo que fuera que iba a tener con Dylan. Sólo se trataba de un ensayo, pero yo lo estaba viviendo como si se tratara del encuentro más crucial del año.

Tenía las manos hechas puños, metidas bajo las mangas, cuando sonreí con alivio al visualizar a mi hermano. Conversaba animadamente con Michael y algunos otros de sus amigos.

Me acerqué hacia ellos y los saludé incómodamente, alzando la mano.

—Hola—sonreí, y lo siguiente lo dije más bien en un tono de súplica—. ¿Puedo hablar contigo?

—Pues claro—respondió con obviedad, y se despidió de sus amigos con un gesto de cabeza.

Llevaba sus cascos a lo años noventa colgados del cuello. Comencé a andar junto a él, sin ningún rumbo en particular o en absoluto. Me pasé un dedo por el cuello del polo. Me sudaban las dichosas manos. Formulé la pregunta sin respirar hasta el final.

—Yo... necesito tu consejo, para una amiga—mentí, y él se limitó a asentir—. ¿Crees que eres una mala persona si comienzas a acercarte a alguien que antes detestabas, y luego cuando por fin las cosas empiezan a ir relativamente bien, en medio de un conflicto que lleva años activo te planteas creer la versión de su archienemigo antes que la suya?

—Es la segunda pregunta más rara que me han hecho hoy—admitió. Fruncí el ceño—. No preguntes. Y respondiendo a lo tuyo, la verdad es que no lo sé. Quiero decir, ¿te arrepientes de lo que has hecho?

Tras soltar una risa, respondí:

—¿Quién ha dicho que esté hablando de mí?

Él no se molestó en disimular cómo ponía los ojos en blanco.

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