Capítulo 10.

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Capítulo 10 Pelea de machos

Rylee

Mientras Conan y yo andábamos por los pasillos, me puse las manos detrás de la espalda.

—Bueno—hablé para romper el silencio—, ¿de dónde eres?

Casi sin mirarme, contestó:

—De Arizona.

Yo me limité a sonreír, porque la verdad es que no tenía ni idea de qué responder a eso. Además, me resultaba algo desagradable cuando le preguntabas algo a una persona, y luego no te hacía la misma pregunta a ti también.

—¿Y qué te ha traído por Walkway? O por San Diego, mejor dicho—apunté. Genial Rylee, parece que le estés entrevistando.

Él se giró a mirarme un momento, con una sonrisa de esas que anticipan algo importante, aunque tú no sepas el qué.

—Digamos que tenía cosas por resolver.

Yo asentí lentamente. Había leído predicciones del horóscopo mucho menos enigmáticas que eso. Sonreí cuando, finalmente, llegamos a nuestro destino.

—Bueno, ya estamos—observé, deteniéndome—: el aula 0.2. Aquí es donde ocurre la magia. Supongo que ya tienes el horario.

Conan chasqueó la lengua, sus manos en los bolsillos. Siempre tenía buena postura y buen aspecto, haciéndote sentir como si debieras disculparte tan solo por estar respirando su mismo oxígeno.

—Es una pena—comentó, haciendo una mueca.

Fruncí el ceño.

—¿El qué?

—Que ahora que ya hemos llegado, no tengo ninguna excusa para pasar tiempo contigo—contestó, dando un paso hacia mí. Nerviosa, abrí un poco la boca, alargando una vocal. "Ehhhh..."

—¿Qué coño te crees que haces, imbécil? —cuestionó Dylan, y yo me giré de sopetón, desconcertada. Conan tan solo sonrió con suficiencia, sin perder la calma. Al contrario, era como si le resultara divertido.

—¿Tienes algún problema? —preguntó con sorna. Se me había pasado que ya era la hora de la masculinidad tóxica.

—Sí, dos: tu cara y tu existencia—contestó Dylan, señalándole—. Rylee, ¿te está molestando este payaso?

—Oye, no sé cómo decírtelo—respondió Conan, casi con lástima—, pero esto es una conversación de dos, así que creo que el único que está incordiando a Rylee, eres tú.

Murmuré algún que otro "chicos, dejadlo", pero obviamente, no me hicieron caso. Me rasqué la frente.

—Yo soy el único que puede llamarla así—replicó Dylan dramáticamente.

Torcí el gesto.

—¿Eres el único que puede llamarme por mi nombre de pila? ¿En serio? —intervine en la conversación. Los dos se giraron a mirarme, como si les hubiera cortado el rollo.

—Oye, no me estás ayudando—contestó Dylan entre dientes.

Alcé las manos en el aire, desentendiéndome de la situación. Nunca había tenido a dos chicos que se pelearan por mí, si es que a eso se le podía considerar una pelea. Me sentía como Jenna en La chica invisible o algo así, y estaba siendo una experiencia de lo más bochornosa.

—No desapareces ni a cañonazos—comentó Dylan—, ¿no es así, tío?

—¿Por qué no dejas de ponerte en ridículo—soltó Conan, empujando levemente a Dylan—, tío?

Este último apretó la mandíbula.

—Mira gilipollas, estaba considerando no partirte la cara, pero es que ya me lo has puesto en bandeja.

Dylan le empujó aún más fuerte, y Conan le dio un puñetazo en la cara causando que se cayera al suelo.

—¡Parad! —protesté sin dar crédito.

—Déjale, Hayes—levanté la vista y vi de quien habían salido las palabras: Will. Y a su lado estaba Moe. Por si eso no fuese lo suficientemente raro, ¿Will conocía a Conan? La expresión inquebrantable del chico nuevo cambió por completo, aunque sólo durante un segundo. Regresó a su sonrisa condescendiente y ladeó la cabeza, alzando los brazos.

—¿Vas a obligarme, Willy? —quiso saber Conan. Y eso pareció ser la gota que colmó el vaso, porque Will le borró la sonrisa de un puñetazo. Yo me acerqué al suelo, al lado de Dylan, quien me miraba con algo de dificultad.

—Yo sólo venía a hablar contigo—se lamentó. Le di un par de palmadas en el pecho.

—Gran charla.

Me levanté tras poner los ojos en blanco. Moe y yo nos miramos y asentimos. Ella agarró a Conan y yo a Will. Conseguimos apartarlos, aunque seguían maldiciéndose el uno al otro.

—¡Como te coja te mato! —gritó Will, lo cual me pareció un poco exagerado por su parte. Intentó soltarse de mi agarre, pero no lo consiguió porque otros brazos me ayudaron a cogerlo. Cómo no: Dylan.

—Voy a llevar a John Cena a la enfermería de allí—me avisó Moe, señalando con la cabeza una enfermería de unos metros más allá—. Tú lleva a ellos dos a la de la otra planta.

Y así lo hice. Los acompañé a los dos, que se apoyaban en mis hombros, hasta finalmente llegar a la dichosa enfermería.

—Pero ¿qué ha pasado? —cuestionó la enfermera, preocupada. Se apresuró para inspeccionarles.

—Una pelea de machos—fue lo único que contesté, deshaciéndome de ellos. Y realmente no creía que hiciera falta aclarar nada más.

Abrí la cortina tras la cual se encontraba Will, descansando en una camilla por petición de la enfermera. Me crucé de brazos.

—¿Cómo estás?

—¿En serio te importa? —preguntó con sarcasmo y torcí una sonrisa, negando con la cabeza.

—La verdad es que no.

Estaba a punto de irme cuando me habló de nuevo. Con la cabeza inclinada hacia arriba y las manos sobre su abdomen, me dijo:

—Oye, Rylee... Sé que no somos amigos ni nada de eso, pero aun así, hoy me has ayudado. No tenías por qué hacerlo, pero lo has hecho. Gracias.

—No te preocupes.

Él arrugó el entrecejo.

—Sé que debes pensar que somos unos tíos con la testosterona descontrolada que buscan pelea donde no la hay. Pero no hay nada más lejos de la realidad. Dylan no se ha peleado con Conan por celos, ni es de pegarse nunca con nadie. Conan no es...

Parecía estar intentando encontrar las palabras adecuadas, justo cuando la enfermera se acercó a mí.

—Mejor deja que descanse—sugirió con una sonrisa cálida, y se la devolví asintiendo.

Observé a Dylan, el cual jugaba con sus dedos, tranquila y a la vez inquietamente. Me acerqué. No sabía qué decirle, pero tampoco me hizo falta darle vueltas, ya que él habló primero.

—Cohen, te pediría perdón, pero siento que no sería suficiente y a la vez no sé si debo hacerlo—explicó rápidamente. No le seguía, pero tampoco le interrumpí—. No importa. El caso es que siempre intento enseñarte lo mejor de mí, pero hoy he sido incapaz. Por esa parte, lo siento.

Reí por la nariz. Tampoco esperaba otra cosa de él. Antes de salir, le aseguré que:

—Lo sé.

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