Veintiocho: Pequeño roce

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—Buenos días, señorita Pierce —ella le sonrió a su jefe y le tendió la taza de café que había preparado para él.

—Buenos días, señor Newman —el hombre regordete de cabello canoso bebió un poco de la taza y suspiró —No hay nada como un buen café por la mañana —dejó la taza en su escritorio y tomó las manos de Georgiana entre las suyas —¿Cómo estás, querida?

—Mejor, muchas gracias —ella le dio una sonrisa que él correspondió, luego se apartó y ambos se sentaron a hablar sobre las citas del día. La verdad era que el señor Newman había sido muy comprensivo cuándo llamó para hablar sobre su situación, le había dicho que Sarah permanecería en su puesto hasta que ella estuviera lista para trabajar. No se sentía lista, la verdad ella quería volver a su departamento y seguir llorando en la soledad de su habitación, pero se había prometido a sí misma que debía levantarse y pelear, debía seguir adelante por su hermano.

El resto del día pasó tranquilo, la verdad era que el trabajo era más fácil sin la pelirroja pretenciosa de Sarah revoloteando a su alrededor. A la hora de la salida un nudo se instaló en su estómago, pensó que Travis estaría afuera esperándola pero después de media hora aún no llegaba. Decidió llamarlo y dio gracias de que después del cuarto timbre contestó.

—Hola cariño, lamento no haberte llamado antes —la alivió un poco que contestara pero por otro lado él se oía agitado.

—Está bien, tomaré un taxi ¿Estás bien, Trav?

—Si, es sólo que hubo una complicación en el trabajo y tuve que quedarme hasta tarde... Llámame cuando estés en casa ¿Si?

—De acuerdo, adiós cariño —suspiró y caminó un par de cuadras donde había una parada de taxis, unos buenos cuarenta minutos más tarde del tráfico infernal de Londres y una aburrida conversación con el taxista, finalmente llegó al hospital.

—Hola Georgiana ¿Cómo has estado? —la recepcionista, Anna, la conocía desde hace un tiempo. Ella sonrió sin muchas ganas a la mujer mayor de cabello blanco.

—Llevándolo tan bien como puedo, Anna. —ella le dio una sonrisa dulce y se inclinó para darle unas palmaditas en el hombro.

—Dolerá menos con el tiempo, querida —ella asintió sintiendo que una lágrima involuntaria se le escapaba, Anna se movió alrededor buscando unos papeles y luego tecleando en su computadora —Imagino que estás aquí por lo de la cuenta de lo que el seguro no pudo cubrir.

—Si —suspiró largo y tendido mientras ella continuaba tecleando en su computadora.

—¡Vaya! Que extraño...

—¿Qué pasa? —ella arqueó una pálida ceja pero no dijo nada, marcó un número en el teléfono y esperó.

—¿Jane? Si, ¿El doctor Rogers está en su despacho? Si, ajá ¿Tiene pacientes? No es eso... Bien —Georgiana fruncio el ceño sin entender nada más que aparentemente había un problema —Será mejor que vayas al despacho del doctor Rogers, él hablará contigo sobre las facturas.

—Espera... —iba a preguntarle qué sucedía pero en eso llegó una madre preocupada preguntando dónde estaba urgencias porque habían traído a su hijo por un brazo roto. Georgiana no tuvo más remedio que seguir las instrucciones y caminar hasta el despacho del doctor. No era un trayecto largo pero debido a su mala experiencia sintió como que caminó 3km.

—Georgiana, que agradable verte de nuevo —dijo el doctor a penas la vio entrar por la puerta, ella realmente no esperaba volver tan pronto pero no tuvo más remedio. Le tendió la mano y él la estrechó cortésmente, luego volvió detrás de su escritorio y rebuscó entre varios papeles esparcidos—. ¡Ah, aquí está!

Junto a ti {REESCRIBIENDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora