Dieciocho: Señor Fazeli

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Al día siguiente Georgiana despertó con un horrible dolor de cabeza, afuera llovía tan fuerte que ni siquiera podía ver la calle desde su ventana. Eran solo las 7:30 de la mañana pero recordó brevemente que hoy debían ir al médico y mientras más rápido fueran, más rápido se quitaría la ansiedad de encima.

Se dio una ducha rápida y luego fue a tocar la puerta de su madre para que se levantara, en lo que se vestía su madre ya tenía listo el desayuno y Daniel comiendo tostadas. Dani esperó a que su madre saliera de la cocina para gesticular hacia ella.

—Gracias por los dulces —ella sonrió y le besó la frente con ternura.

—De nada, pero nada de peleas ¿de acuerdo? —él asintió —Eres un buen niño.

—Te quiero, hermana —ella sintió como su corazón se hinchaba como cada vez que su pequeño angelito le decía eso.

—Te quiero más, pequeño monstruo —él sonrió y terminó el resto de sus tostadas.

Decidieron que dejarían a Daniel con la señora Carter, la vecina de enfrente que por casualidad tenía a sus nietos en casa y eran más o menos del tamaño de Daniel. Para cuándo ambas estuvieron listas ya eran las diez de la mañana y no llovía afuera pero hacia el suficiente frío como para que su madre la obligara a devolverse para tomar un abrigo extra.

Cuándo por fin pudieron llegar al doctor, el corazón de Georgiana se había parado por la ansiedad, tal vez colapsaría ahí en la sala de espera lo cuál no le importaría porque de todas formas estaban en una clínica. Dejó su diatraba mental cuándo vio al doctor Rogers doblar la esquina y prácticamente se lanzó en su camino.

—Georgiana, señora Pierce —saludó ambas con un ligero apretón de manos —Las estaba esperando.

—Doctor Rogers —Georgiana lo saludó buscando cualquier indicio en la cara del oncólogo sobre las pruebas de su madre pero el rostro del anciano estaba en blanco con a penas una sonrisa amable por su llegada.

—Pasemos a mi consultorio —las condujo por un pasillo que habían recorrido un millón de veces en el último año, hasta que entraron en el consultorio del doctor que no era demasiado grande y solo poseía una camilla, un estante con un montón de insumos médicos y un escritorio al otro lado junto con dos sillas para los pacientes, había un par de fotografías de su familia en las paredes y una pequeña planta en la esquina de su escritorio que hacia que se viera más vivo el lugar. —Entonces, sobre las últimas pruebas... Creo que tendremos que repetir algunas porque el resultado fue algo confuso ¿Te parece, Cheryl?

Su madre fruncio el ceño pero asintió mientras Georgiana sentía como que todo el aire que estaba reteniendo salia y la dejaba desinflada y vacía —¿Pero todo está bien?

—Podría decirse que si, Georgiana. Pero hay que hacer más pruebas para estar completamente seguros —ella asintió más optimista que la última vez, el doctor les firmó una orden de todos los exámenes de sangre que debían hacerse y luego las despidió.

—Fue bastante bien ¿no? Pensé que dirían otra cosa —comentó Georgiana mientras ambas caminaban al área de laboratorio para hacer las pruebas, su madre asintió pero no dijo nada más, seguía pensativa desde que dejaron el consultorio del doctor pero ella estaba demasiado distraída calculando el costo de las pruebas como para darse cuenta.

•~•~•~•~•

Era definitivo, hoy era su primer día de trabajo y esperaba no fallar porque a penas estaba a prueba ésta semana. La firma de abogados Newman, Murphy & Thomas era la más prestigiosa de todo Londres, por lo que pensó que debería hacer un esfuerzo extra con su apariencia, alisó su cabello y se maquilló un poco como para que pareciera natural, también pintó sus uñas y se puso una falda ajustada que llegaba hasta sus rodillas y una camisa blanca de botones junto a unos tacones negros. Perfecta.

—Eres tan hermosa —le dijo su madre esa mañana besando su mejilla, sus ojos se humedecieron un poco porque era así de sensible pero trató de no llorar o arruinaría su maquillaje. Estaba recogiendo sus cosas cuando escuchó un toque en la puerta, era un mensajero con un ramo de flores. Una ridícula sonrisa se formó en sus labios y después que firmara buscó la tarjeta.

Buena suerte en tú primer día ¡Sé que lo harás increíble!
¿Cenarías conmigo ésta noche? Tenemos que celebrar.
Travis.

Eso sirvió para que empezara su mañana con decisión y felicidad. Jamás había recibido un ramo de flores y en ese momento se sintió como una adolescente. En un impulso tomó su teléfono y escribió un breve mensaje para Travis.

Me encantaron las flores ¿Podrías recogerme a las 7?

Después de unos minutos de flotar en una nube se dio cuenta que estaba frente a su trabajo y estaba tan idiotizada que no tenía ni idea de cuándo ni como había llegado, entró al enorme edificio y fue directamente al quinto piso dónde una pelirroja con apariencia de imbécil mandona revolvía papeles en su escritorio.

—Hola —dijo ella acercándose, la pelirroja levantó la vista y estrechó los ojos.

—¿Eres Pierce? Porque llegas tarde y tenemos un millón de cosas qué hacer —Georgiana la miró por un segundo demasiado aturdida por sus malos modales pero se recompuso lo más rápido que pudo —Deja tus cosas ahí y sigueme, te mostraré el lugar.

Estuvo un rato recorriendo los pisos detrás de la pelirroja (cuyo nombre es Sarah) que cómodamente iba explicándole dónde estaba cada cosa y quién tenía un romance con quién, como si eso fuera parte del trabajo. Conoció a otro par de asistentes que le agradaron más que Sarah y luego volvieron a el quinto piso para ver si el señor Newman quería algo. Justo cuándo salían del ascensor, la puerta del despacho del señor Newman se abrió y primero salió un hombre de edad avanzada, alto y bien conservado para su edad, usaba un traje y sonreía cálidamente, asumió que era el señor Newman, el hombre para el que trabajaría. Sus ojos se agrandaron cuando vio a la persona que venia detrás de él, metro ochenta y siete, cabello negro, piel canela, ojos azules como el mar.

Maldijo su suerte cuando notó que Sarah se movía hacía ellos contorneando las caderas más de lo necesario, miró hacia el suelo rogando que no la viera.

—Señor Newman —llamó Sarah acercándose aún más y ella se movió con la velocidad de una tortuga que va a la horca —Señor, su próxima reunión es en cinco minutos y la chica nueva está aquí.

—¿Georgiana? —no quería mirarlo pero se le hizo imposible subir la mirada al escuchar su voz ronca que hacia que cada neurona en su cerebro explotara, que sus pulmones dejaran de funcionar y sus rodillas cedieran. Ahí estaba, la mirada azul que jamás pensó que volvería a ver. Zahid Fazeli en todo su confundido y varonil esplendor.

—Señor Fazeli, qué agradable sorpresa —se obligó a si misma a sonreír y luego se fijó en el hombre a su lado y le tendió la mano —Señor Newman, un placer conocerlo. Georgiana Pierce.

—Un placer, querida —dijo el hombre de pelo gris y mirada sagaz —Dime, ¿de dónde conoces a éste tipo gruñón?

—Cuidado abuelo, aún puedo patear tu anciano culo en el golf —dijo Zahid medio sonriendo, se podía ver que le tenia cierto aprecio al hombre, inconscientemente sonrió pero luego quitó la sonrisa cuando su atención se dirigió a ella y podía jurar que su mirada se suavizo un poco —Trabajaba para mi, deberías contratarla Phil.

Y luego se dio la vuelta y se marchó sin decir ni una sola palabra mientras ella trataba de recordar cómo se respiraba.

Junto a ti {REESCRIBIENDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora