Capítulo 7

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Nuestras pisadas eran pesadas y sonaban con el agua. Él iba delante de mí guiándome, mientras que yo solamente me limitaba a seguirlo mecánicamente. Me llevó por callejones y por un momento temí por mi seguridad. Terminamos en la parte trasera de un bar. Estaba estacionada una camioneta Chevrolet antigua, idéntica a la que había visto hace un rato cerca de la parada del autobús. Seguí a Sat por el estacionamiento.

Se apresuró a abrir la puerta del copiloto, pero solo le quitó el seguro y rodeo el auto para abrir la puerta del lado del conductor. Abrí la puerta y entré al auto. Él tablero estaba un poco sucio, con algunos envoltorios vacíos de comida. La camioneta olía a perfume de auto barato y rancio mezclado con un olor concentrado de perfume masculino, menta y algo más, era extraño. Sat entró y se acomodó en el asiento roído de piel clara. Me estaba poniendo el cinturón de seguridad cuando lo miré y se había quitado la sudadera negra, pero no tenía nada de bajo.

-¡Sat! –Grité llamándole la atención y me volteé hacia la ventana.

-Por favor, no me digas que no te gustan los tipos que tienen el abdomen marcado. –Dijo con ironía mientras escuchaba algunos jadeos y movimientos.

No le respondí, seguí con la mirada fija al cristal de la ventana. Pero se podía ver el reflejo de Sat. Tenía el abdomen totalmente marcado. Su costado derecho (que era el único que podía ver por el reflejo) estaba cubierto, pero no totalmente por tinta negra. Eran una especie de garabatos, palabras en cursiva, eran siete. Antes de averiguar que decían Sat se puso encima una playera y agradecí que no tuviera que torcerme el cuello tanto.

-Ya puedes ver. –Dijo. Gemí y me acomodé como antes en mi asiento. –Vaya eres una santa.

-¿Qué? –Dije. El encendió el auto y salió del estacionamiento.

-Que eres la primera chica que se resiste a mi abdomen. –Dijo después de un rato.

-¿Así que quieres provocarme?

-Sí. –Mis mejillas ardieron.

-¿Por qué?

-Ya te lo he dicho, eres guapa.

-¿Solo eso?

-No.

-¿Entonces? –Exigí saber.

-Es que no muestras debilidad. Me siento extraño cuando estas a punto de doblarte y entonces me respondes y luego la que me provoca eres tú.

-¿Provocarte, yo? –Pregunte confundida.

-Sí, me haces enojar, quererte dejar en claro quién manda, pero no lo sé, no puedo. Y a parte de todo me impresiona que no muestres el interés que cualquier chica lo haría.

-Yo no soy como cualquier chica.

-Ya lo sé, por eso me tienes cautivado. –La sangre se agolpó en mis oídos y casi podía oír el palpitar de mi corazón.

-Mira. –Hice una pausa para pensar en algo para cortar la conversación. –No te ofendas pero me han dicho que me aleje de ti y planeo hacerlo.

-No te preocupes, es normal que digan eso de mí. –Contesto. Giró su mirada y nuestros ojos se encontraron por una fracción de segundo mientras volvía la mirada al camino.

-¿Por qué?

-Tengo esa fama sabes, y estoy orgulloso de tenerla, me gusta ser así y me gusta tener el respeto de todos o el miedo. Por eso me llaman así.

-¿Cómo?

-En serio pensaste que Sat era un nombre real. –Dijo a modo de pregunta, pero con un tono de sarcasmo en su voz.

-¿Es un apodo?

-Sí. Pero ahora se ha convertido en mi nombre.

-¿Te lo cambiaste?

-Ya basta con las preguntas, y no, no me cambie el nombre, consideré hacerlo pero eso significaría borrar una parte de mí que me ayudo a ser como soy ahora. Y ni lo pienses, no te voy a decir mi nombre.

-Ya no te preguntaré más. –Dije con agresividad.

-Más te vale. –Dijo.

La camioneta se quedó en silencio mientras Sat conducía. Pasamos por la cafetería Michael’s. Yo le indiqué por donde irse con el dedo. No quería responderle. Las calles terminaron y se volvió carretera. Pronto estaría en mi casa y así podría olvidarme o bueno tratar de olvidar todo esto.

Aun no dejaba de llover. Los cristales del auto se empañaban y tenía frío mientras que Sat estaba incluso sudando. La camioneta hacia un fuerte ruido de motor pero después de un rato se volvía casi sordo. Oí el pitido de un auto a la lejanía pero lo ignoré. Después de unos escasos minutos el claxon se oía cerca.

-¿Qué le pasa al estúpido idiota ese? –Dijo Sat. Miró por el retrovisor y se quedó helado. –Baja la cabeza a las rodillas y cúbrete con las manos.

-¿Qué? –Dije confundida.

-Haz lo que te digo. Escóndete por favor.

-¿Por qué?

-¡Con un demonio! ¡Que no puedes hacer lo que te digo! –Gritó.

Hice lo que me dijo, escondiendo mi cabeza por entre mis rodillas. Me entraron nervios y no sabía ni siquiera por qué. Giré mi cara para poder verlo. Tenía la quijada apretada. Tragó saliva. Entonces el claxon del otro auto se acercó. Oí un ruido sordo y miré por la ventana de Sat. Habían aventado algo. Y lo seguían haciendo mientras Sat los trataba de ignorar. Quieren robar la camioneta. Mierda. Era una camioneta negra y grande la que nos acosaba, era lo único que pude ver. El ruido del choque de algo contra el cristal se volvía más fuerte cada vez.

-Hay una salida a menos de cien metros, si la tomo podemos llegar a tu casa ¿no? –Dijo con nervios. No respondí, solo trataba de ubicar la desviación. -¡Responde!

-Sí. –Dije después de ubicar la salida.

Giré mi cara hacia el otro lado. Sentí incremento en la velocidad. De pronto el cartel y la desviación pasaron de lado. Me reincorporé rápidamente.

-¡Te la pasaste! –Grité.

No me respondió. Frenó bruscamente, los neumáticos chillaron y casi me golpee la cabeza contra el tablero. Comenzó a echarse en reversa rápidamente. La camioneta había seguido de largo y apenas estaba frenando. Pasamos nuevamente la desviación y ahora derecho entró en ella a toda velocidad.

-¿Qué mierda fue eso? –Pregunté en un grito.

-Unos tipos, que según ellos les debo dinero. ¿Estás bien?

-¿Pero les debes dinero?

-No, es cosa del pasado. Por lo visto estas bien, si me comienzas a preguntar.

-¿Hacen eso muy a menudo?

-Algunas veces.

-¿Por qué no llamas a la policía?

-Si claro, yo, llamando a la policía. –Dijo con sarcasmo.

-¿Tienes antecedentes penales?

-Sí. Ya basta de preguntas. Estas bien, es lo que importa. Esos idiotas ya nos perdieron así que no te preocupes, a ellos no les importas, les importo yo.

-¿Por qué les importas tú?

-¡Que ya! –Gritó. Me estremecí. El resoplo. –Perdón, pero me sacas de quicio sobre todo con tus preguntas inoportunas.

No dije nada. Me crucé de brazos. Después de un rato llegamos a la calle de mi casa. Unos dos minutos después habíamos llegado al frente de mi casa.

-Aquí es. –Dije.

El frenó. Me quité el cinturón de seguridad. Abrí la puerta sin decir nada y salí del auto. La lluvia casi se había disipado. Tomé firmemente la bolsa de mi libro. “Ves libro, todo lo que ocasionas” Le dije en mi mente.

-¡Christina! –Gritó y di media vuelta.

-¿Qué?

-Aun me debes una cita. 

BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora