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Sin responder, Juan Pedro me ayudó a llegar a mi clase y a sentarme. Todo el mundo, se quedó boquiabierto al vernos entrar así. Todo el mundo había visto nuestra pelea, y dudaban de que pudiéramos siquiera hablarnos. Aún así, Peter debía ser tan importante en ese colegio que nadie dijo nada.

La única que sí que dijo algo, cuando Peter estaba a punto de salir por la puerta, fue Candela, la mejor amiga de María del Cerro, su ex-novia.

— ¿Qué te pasa estúpido? ¿Dejaste a mi amiga por la piojosa?

— Será mejor que te calles Candela, y que calles esa bocota sucia antes de saber que está ocurriendo. Antes de ser amigo, tenés que ser caballero. Lali estaba mareada y yo la he ayudado a venir hasta clase. Si tenés algún problema anda a quejarte a la maestra del jardín de infantes, que está en el otro edificio.

— ¡Cállate Lanzani!

— Cállate vos Candela, cada vez que abrís la boca parece que habla una rata.

Toda la clase comenzó a reírse. Candela se puso a llorar como una nena chiquita y salió corriendo hacia los baños. Peter después me lanzó una sonrisa y salió del aula, hacia su clase, supongo.

El resto de las clases transcurrieron con normalidad. Después llegó el final de las clases, salimos a comer a la residencia, hasta que llegaron las 5 y yo tuve que volver al colegio para el castigo con Peter.

Al llegar a la clase que nos había dicho la profesora, Peter ya estaba esperando afuera, sentado en el piso.

— Hola — lo saludé.

— Hola Lali — me saludó —. ¿Ya estás mejor?

— Parece que sí, el resto de las clases estuve bien, y la comida ni la vomité ni nada.

— Tal vez fue una bajada de tensión o azúcar. Sé que es normal en chicas de tu edad, a María la pasaba lo mismo.

— Bueno, menos mal que no fue nada — le corté, no quería que siguiera hablando de María —. Fue gracioso lo de Candela.

— Sí, esa mina se cree algo y ningún chico la da bola, eso para empezar. Ni siquiera sé porque habla mal de los huérfanos, cuando ella fue huérfana.

— Pará, vos también hablás mal de los huérfanos.

— Por lo menos no soy huérfano.

— Pero tampoco tenés motivo para hacerlo.

— Opino que son un poco salvajes, pero que son buenas personas. Al menos las huérfanas que conozco.

— Yo no soy salvaje — dije, mirándole seriamente.

— Un poquito sí, te sabés defender bien.

— Eso no significa que sea salvaje.

— Bue... — dijo él.

El silencio volvió a hacerse hasta que vino la profesora:

— Ey chicos, ya están acá. Perdón por el retraso, estaba preparando las cosas. Espero que les gusten los nenes...

— ¿Nenes? — preguntó Peter frunciendo el ceño.

— Sí, nenes. El primer trabajo que van a hacer va a ser ocuparse de dos nenes que también fueron becados por el colegio. Sus padres están prácticamente viviendo en la calle, y queremos que los nenes se vayan adaptando al centro, y a la gente. Ustedes van a ayudarles.

— ¡Uh Dios! ¡Odio a los nenes! — protestó Peter.

— Por mí no hay problema — dije. Amaba a los nenes, y con ellos tenía una paciencia infinita.

— Lo van a hacer los dos, me tienen que acompañar hasta la biblioteca infantil, hoy van a hablar con ellos, van a darles confianza, para que ellos no se sientan solos acá.

Seguimos a Emilia hasta llegar a la biblioteca infantil. Al entrar, dos nenes de unos 4 y 6 años estaban jugando en el piso distraídos.

— Enanos, acá les traigo a los que van a ser como sus hermanos grandes en el cole. Estos son Peter y Lali — dijo Emilia mirándonos — y ellos son Santino y Malena.

— Prefiero ponerme a limpiar antes que cuidar a dos bebés. Emilia por favor, no me hagas esto — le suplicó Peter a la profesora.

Reí y me acerqué a los nenes. Sabía que la vida de la calle era muy dura. Muchos compañeros del orfanato me lo habían contado, así que con estos nenes debía ser lo más cariñosa posible:

— Hola chiquitos — ellos me miraron con sus ojos enormes de color negro, y llenos de tristeza.

— Les dejo a solas con ellos — avisó Emi —. Cualquier cosa que necesiten, estoy en la clase donde les dije que tenían que esperar. A las siete les espero en ese lugar, me dejan a los nenes y se pueden ir a casa para disfrutar del fin de semana — Emilia salió de la biblioteca.

— No pienso tocar nenes, no quiero que se meén encima mía.

— ¡Peter! No son bebés, solamente vamos a hablar con ellos para que se les quite el miedo. Pensá la vida que han podido tener en la calle...

— ¿Y?

— Tan solo es tener un poquito de corazón, anímate — le dije sonriendo.

— Si se mean encima les cambias vos.

— Bueno, pero ya te digo yo que van a portarse muy bien, ¿verdad chicos?

— ¡Sí! — respondieron los dos nenes a la vez yendo a abrazar a Peter.

— ¡Suelten! ¡No soy un peluche! — gritó Peter mientras los nenes lo abrazaban, yo tan solo me moría de risa por la situación.

Tras una tarde bastante amena con los dos hermanitos de 4 y 6 años, se los dejamos a Emi, y me ofrecí a acompañar a Juan Pedro hasta su casa.

— El lunes lo haré yo — dijo mirándome.

— Bueno, pero hoy me ha tocado a mí.

Finalmente, nos paramos en una mansión que me resultaba familiar, la misma en la que me había parado cuando aquel día volvía de casa de Pablo. En la que enfrente, había un árbol en el que ponía: P❤️L.

— ¿Esta es tu casa?

— Sí, ¿querés pasar?

— A tus padres no les gustaría, además ya es tarde.

— Bueno, el martes no habrá nadie, van a estar de viaje, así que vas a pasar.

— El otro día, al venir de casa de Pablo pasé por acá...

— Ah... perdón por lo que pasó en casa de Pablo.

Sonreí:

— Vi lo que ponía en el árbol.

— Oh... Lo debí de escribir yo hace ya tiempo. Ni siquiera sé lo que significa. Supongo que estaría enamorado, pero era muy chico.

Mmm, Peter estuvo enamorado de una chica que empezaba por L... ¿Quién sería?

El Perfume - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora