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No podía creer las palabras que me había dedicado Manuel, no me esperaba para nada gustar a alguien, y menos gustarle tanto tiempo. Normalmente, cuando me declaro la gente me rechaza, se me hizo súper raro.

Al día siguiente, en el instituto, no vi a Manuel, lo cual me resultó extraño ya que no es de los que suele llegar tarde. Aunque tampoco le di mucha importancia y entré a clase, seguramente hoy no vendría.

En clase nos sentamos en grupos de cuatro, según los profesores así nos ayudamos entre nosotros y mejoramos nuestro rendimiento colectivo, pero yo no noto ninguna mejora en mis calificaciones; además, no la necesito, con estar aprobada me conformo, en mi vida he suspendido solo dos exámenes —que no está nada mal comparado con otras personas, la verdad—.

Hoy, de hecho, habían faltado todos los de mi grupo, así que ese día me senté sola; hasta la tercera hora, cuando llegó Manuel. Yo no me había dado cuenta de que había entrado a clase, la profesora de lengua nos mandó muchos ejercicios para hacer mientras ella jugaba al Candy crush como siempre, pero sí noté su presencia cuando alguien se colgó de mi cuello, y ese alguien era él.

–Hola –medio cantó–. ¿Qué tal has dormido?

–Bien... –reí y miré hacia atrás, mientras le soltaba de mi cuello–, se ve que te has despertado hoy de buen humor.

–Sí, me siento muy vivo, no sé.

–Me alegro –vi como me sonrió y no pude evitar mirarlo, me encantaba esa sonrisa.

–Señor Santana, llega tarde y aún así se pone a hacer el payaso en mitad de la clase, siéntese ya –gritó la profesora.

–Bueno, relájate, tampoco he hecho nada malo, yo por lo menos socializo y no marco más de diez ejercicios mientras juego como un adicto al móvil. Piénselo –en ese momento, lo agarré del brazo y le eché una mirada de que parase ya, me entendió nada más verme la cara y se sentó a mi lado. Mientras, yo le fui diciendo los ejercicios que la profesora había marcado para que no se metiese en problemas.

–Estúpidos adolescentes, en la época de Franco los profesores no permitíamos que nos hablasen así, ahora mismo estarías con los dedos morados de no ser porque es ilegal la violencia –nos quedamos estupefactos a la vez del discurso que daba la maestra, siempre era igual: una cerrada de mente. No era la primera vez que nos trataba así, todos estábamos cansados de su actitud, pero nadie daba la cara ante el director por puro miedo.

Una vez acabadas las clases, me fui por el camino de siempre, pero intenté esperar a mi amigo —no sé cómo considerlo ahora mismo, la verdad, pero digamos que somos amigos—, pero fue en vano ya que no apareció. Lo había visto de lejos hablando con nuestro tutor.

–¿Me buscabas?

–¡Sé karate, cuidado! –me giré rápidamente del susto–. Coño, Manuel, qué susto.

–Llámame Manu, anda, no me gusta nada mi nombre.

–A mí me parece muy bonito –se sonrrojó–, ¿Quedas hoy?

–Lo siento, tengo dentista, se ve que me van a poner aparatos.

–Si tienes los dientes perfectos –me miró con cara de “sabes que no es verdad”–. A ver, para mí son perfectos.

–Me parece surrealista.

–¿El qué? –pregunté.

–Llevo años viéndote en los pasillos sin hablarte y ahora... Ahora hablamos –se paró–. Digo, hasta hace dos semanas apenas nos conocíamos personalmente y... No me explico.

–No hacen falta palabras para explicar lo que quieres expresar, te entiendo muy bien, tranquilo –y un suspiro, provenido de él, sonó en el silencio–. Me tengo que ir, ya hablamos mañana –lo abracé y me seguí mi camino.

Al llegar a casa, me calenté la comida y enchufé mi portátil para empezar a ver una de mis series favoritas, mi rutina diaria en días lectivos. Antes de poder encender mi portátil, una llamada hacía sonar mi móvil.

–¿Sí?

–Tía, tenemos que hablar –dijo una voz de mujer–. Es urgente.

–¿Yaneli...? –mi amiga contestó con un ‘sí’ y proseguí–. ¿En serio tenemos que hablar ahora? Estaba a punto de ver una serie que me enc...

–Tenemos que hablar –dijo con pausas entre palabras y mucho entusiasmo–. ¿A que no adivinas? Sé a quién le gustas...

–Lo supuse, llevas mucho tiempo con él y contaba con que lo supieras, eso era lo que te dije que tenía que contar antes.

–¿En serio lo sabes? No me lo creo –se quedó callada–. ¿Y cómo lo has hablado con él?

–Quedamos, ya que me había decidido a declararme, lo que te dije ayer por whatsapp, y él se me declaró antes de que yo lo hiciese.

–No te lo creo, ¿Quedásteis?

–Sí, claro, ¿Cómo no?

–Ah, no sé. Y tienes ya su número, supongo.

–Vaya –me quedé pensando un rato, no habíamos intercambiado los números, qué estupidez–, pues no. ¿Lo tienes? Claro que sí –me respondí sola.

–Te lo paso ya –cortó.

Entonces me llegó un mensaje.

Yani💕: Contacto.

Llamé para decirle a Manuel que tenía ya su número y que era yo. Comunicó, comunicó y comunicó, hasta que lo cogieron.

–Holaa, soy Aina, ya me pasaron tu número –anuncié emocionada–, no nos lo habíamos pasado antes.

–¿A-Aina? –dijo una voz que me resultaba familiar, pero no era de Manu, hasta que lo adiviné.

–¿Ismael?

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora