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No tenía maldita gana de estar allí, ¿qué pintaba yo en una reunión de trabajo de mi madre? Ah, claro: mi hermano. Tiene simplemente seis años, no se puede cuidar solo y alguien tenía que hacerlo, ¿quién mejor que yo? Aunque en realidad todos los hijos de los trabajadores que asistían, los iba a cuidar una señora que nos llevaría de excursión por la ciudad, otro motivo para no querer asistir, qué pereza. Además de que ya había alguien cuidándonos. ¿Una cuidadora cuidando a otra cuidadora que cuida a un niño?

Tenía que hacerlo, y allí estaba yo: de la mano con mi hermano en la parada del autobús, viendo cómo y quiénes llegaban. Me acuerdo de uno que, aproximadamente, tenía cinco o seis años y era pelirrojo. Lo recuerdo porque se acercó a mi hermano para hacer amistad, no hay más.

Cada segundo y cada minuto que pasaba se me hacía eterno, no paraba de encender y apagar el móvil para ver qué hora era. También, de vez en cuando echaba una mirada para observar quién seguía llegando... Hasta que le vi. ¿Quién era? No lo sabía, pero perfectamente podía ser de mi edad, quizás un poco mayor que yo, diecisiete años (más o menos). Además, iba con otro chico y pensé que eran hermanos —y di en lo cierto, pero en ese entonces no lo sabía, voy a relatarlo todo—.

Ambos se acercaron un poco más a mi y me di cuenta de que eran un poco más altos que yo, lo que me satisfactó ya que todos siempre son más bajos que yo ya que mido 1'75, vaya, no soy lo que se dice un prototipo de chica ideal, ni soy muy guapa ni tengo un cuerpo diez, pero aquí sigo existiendo. Sigo con la descripción del chico: cuando se acercó a mi fijé en sus ojos, eran celestes y preciosos a la luz del sol; sus dientes, los tenía separados pero su sonrisa era radiante; y su forma de vestir era genial. Claro, nada más verle me dije «este va a ser un cani de cuidado», pero eso no quitaba que me atrayese —por lo menos por su físico—.

Aún analizándole, no me dejaba de aburrir, desde que le había visto habían pasado dos minutos y pensé que había transcurrido mucho más tiempo. Pero, al fin, ya salíamos a ver la ciudad, algo para entretenerme: nada.

Nada más sentarme en el autobús me di cuenta de que esto podía ir a peor: la señora que nos cuidaba era bastante mayor y hablaba muy, muy lento. No soporto nada a la gente tan pasmada. Aunque eso no era lo único, el chico que me había llamado la atención antes se sentó justo en el asiento de detrás, con su supuesto hermano.

No recuerdo nada más de esa siguiente hora, ya que me había quedado dormida nada más arrancar el vehículo, hasta que una mano me despertó.

–Oye, ya llegamos, bella durmiente –seguido de una risa que no olvidaré nunca.

–¿Qué... Qué? Yo estaba despierta.

Abrí los ojos y miré a mi hermano, él también se había dormido —imaginaos lo aburrida que fue la excursión por la ciudad— así que esa voz, obviamente, no le pertenecía. Miré hacia atrás y vi al chico a escasos centímetros de mi cara, apoyado en mi asiento.

–¡Hola! –rio de nuevo–, ¿Te he asustado?

–No, eh... –me separé un poco–, no.

Se me quedó sonriendo sin ninguna palabra.

–¿Hola...?

–Perdón, claro, no me conoces y esto ha sido muy repentino. En realidad no hemos llegado, solo quería preguntarte si quieres jugar a las cartas con mi hermano y conmigo.

–Eh, no. ¿Cómo piensas jugar en el autobús?

–Oye, guapo, yo sí quiero jugar con vosotros –dijo una voz típica de niña pija, interrumpiéndole.

«Alerta, choni. Alerta, choni» dijo mi mente. En un segundo y medio tuve en mi cabeza más de mil pensamientos: “tenías que haber dicho que sí”, “ya lo has perdido”, “¿Por qué me siento así cerca suyo?”, “¿Por qué no le dije que quería jugar?”, etc. Pero oí algo que me sorprendió:

–Bueno, vale –dijo el chico– pero acercaros vosotras.

–Mejor aquí, qué pereza –me miraron con cara de asco, era obvio que querían que se alejase de mí.

–Bueno, si os da pereza no jugaremos con vosotras, qué pena –se lamentó irónicamente. Acto seguidos, las chicas le miraron con mala cara y se giraron a hablar entre ellas.

En ese momento no me lo creía, no iba a ser tan cani como pensaba. Ese "zasca" tan repentino no me lo esperaba ni yo ni su hermano, creo yo, y nadie más dijo nada en lo que faltaba de camino.

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora