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Así que él era su padre, con razón todo aquel día se fueron juntos, ahora todo cobraba sentido.

–Buenas noches, señorita Rodríguez, espero que haya pasado unas buenas vacaciones –saludó mientras se sentaba en el único sitio libre–. Buenas noches a todos.

La madre fue poniendo platos llenos de comida por toda la enorme mesa; la lasaña, en medio; la ensalada, las patatas, los langostinos y una variedad de salsas, alrededor. Era mucha comida, pero también éramos muchas personas.

–Antes de comer debemos agradecer a Dios por la comida que nos ha brindado para que podamos disfrutar de un hermoso año nuevo –anunció el señor que estaba a mi lado–. Amén.

–Amén –dijeron los demás al unísono.

–Que aproveche –dijo uno de los niños.

Me costó mucho coger la comida, pero cuando vi que todos estaban comiendo me entró hambre y no pude evitar empezar a comer también.

–¿Veis? Una chica sin vergüenza alguna, así sí –gritó el otro hombre mayor–. Una mujer hecha y derecha.

–Pedro, cariño, por favor, contrólate un poco, la chica está comiendo –dijo la señora que estaba a su lado.

–Pero, cielo, la verdad es la verdad –añadió mientras partía un gran trozo de lasaña y se servía un poco más de ensalada–. ¿Adriana te llamabas?

–Aina –susurré.

–Bonito nombre, Ana, mi mujer se llama igual que tú –le dió un golpecito con el codo–. Aunque tú eres mucho más guapa –rió.

–Papá –dijo Juan Carlos.

–Papá –imitó el hombre que estaba al lado de Manu.

–Estamos cenando, Alejandro, no empieces.

–Estamos cenando –refunfuñó–. Eres más pesado que tu hijo.

–¡Oye! ¡Si no he dicho nada ahora! –se quejó Manu–. No te puedes comportar aún habiendo visita.

–¿Visita? Ahora mismo esta señorita es de la familia, debe acostumbrarse a mí, ¿no?

–No me molesta –dije, Manu me dió un golpecito con el pie.

–Eres demasiado para él, ¿no crees? –siguió diciendo–. Tendrás a muchos chicos detrás.

Cuando dijo eso, empecé a recordar de nuevo la noche anterior con Ismael y el beso. Empecé a sentirme muy mal y me disculpé para ir al baño. Una vez allí, me lavé la cara y noté como empezaba a llorar. No podía con ese peso, Manu me quería y yo había besado a un chico a sus espaldas. ¿Qué podía hacer? ¿Decírselo? ¿Y si se enfadaba y me dejaba? No. No quería eso. Yo lo quería más que nada en el mundo y no podía hacerle ese daño.

Salí del cuarto y cuando me acerqué a la cocina todos habían terminado de comer y Lucía estaba sacando el postre de la nevera. También sacó una bandeja de vasos con doce uvas, cada uno, tapados con papel film y los repartió.

–Espero que te guste el tiramisú –dijo la madre mientras partía un trozo y me lo daba

–Nunca lo he probado... –confesé cogiendo el plato.

–Pues está muy bueno –puso Manu su mano en mi muslo–. Te va a gustar.

Lo probé y estaba muy bueno, llevaba café: yo amaba el café.

Todo lo que había probado esa noche estaba muy bueno, la madre de Manu era muy buena cocinera. Además, la compañía de la familia del chico durante la cena fue muy reconfortante. Teniendo en cuenta lo mal que estaba, las bromas entre él y su tío, las peleas entre Juan Carlos y su hermano —o sea, el tío de Manu—, me alegraron la noche.

Cuando terminaron, todos quitaron el plástico que cubría el vaso, lo dejaron sobre la mesa y se dirigieron al salón para escuchar las campanadas en directo. Yo me quedé ayudando a Lucía a recoger un poco la mesa, no me sentía cómoda si no hacía nada.

–No hacía falta que ayudases –añadió al tiempo que pasaba un paño por la mesa–. Pero sin tu ayuda no hubiese terminado hasta el próximo año –guiñó un ojo.

–Cielo –apareció mi profesor a su espalda y le dió un beso en el cuello–, en unos minutos son las campanadas, vamos –me miró–. Tú también, Aina, venga.

Yo asentí y fui con ellos hacia donde se encontraba el resto de la familia. Con la mirada, traté de buscar a Manu para ponerme con él; estaba en el suelo al lado de los niños. Me puse a su lado.

–¿Tú eres Aina? –preguntó una niña que se sentó en mi regazo.

–Sí –sonreí–. ¿Tú como te llamas?

–Valeria –se quedó sentada–. Hazme una trenza bonita –me pidió y se la hice —miento si digo que quedó bien—.

–Qué fea estás con ese vestido Vali –dijo un niño.

–Mentira –gritó ella–. Se lo voy a decir a mamá.

–Se lo voy a decir a mamá –repitió.

–Óscar, deja a tu hermana –sentenció Manu–. Está igual de guapa que tú.

–Yo soy más guapa que él, Manu, mamá lo dice.

–Mamá no lo dice, mentirosa.

–¡Niños! –gritó una chica–. Ya van a ser las campanadas.

Y así fue, unos minutos después sonaron las campanadas y todos nos comimos las uvas a tiempo. En mi casa no comemos uvas, ni a mi madre ni a mi hermano le gustan, así que celebrabamos el fin de año con golosinas.

–¡Feliz año nuevo!

Todos empezaron a darse dos besos y un abrazo, yo hice lo mismo con mucha vergüenza. «Alguien me falta» me dije, entonces noté detrás mía a alguien que me agarraba por la cintura. Me giró y me acercó a él.

–Feliz año, Aina –me besó.

–Feliz año, Manu –lo abracé.

*****


Todos se fueron de la casa, yo me despedí de los pequeños hermanos que antes se estaban peleando, me habían caido bien, y de todos los demás.

Cansada, me dirigí al baño nuevamente, me lavé la cara, me enjuagué la boca y fui hasta la puerta de la habitación de Manu. Él me había dicho que me iba a quedar ahí. Toqué la puerta y no hubo respuesta, así que la abrí: no había nadie. Entré y me acosté en la cama. Puse los brazos doblados bajo mi cabeza y cerré los ojos.

No pude evitar recordar, otra vez, todo lo que había pasado, pero abrieron la puerta y me distraje de mis pensamientos.

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora