23.

12 3 3
                                    

Salimos de la casa en dirección a no se dónde, yo solo seguía al chico. Justo en frente de la hilera de casas donde él vivía había un barranco, bajamos por ahí. Al llegar abajo del todo, sacó una toalla o manta —no pude diferenciar qué era— enorme. La colocó en el suelo, se sentó y me hizo una seña para que hiciese lo mismo.

El suelo era bastante incómodo, teniendo en cuenta de que todo estaba lleno de pequeñas piedras, pero la sábana amortiguaba un poco el lugar. Se veía que mi compañero no estaba nada molesto con la incomodidad ya que cuando volví mi vista a él me di cuenta de que estaba acostado mirando hacia el cielo. Yo hice lo mismo; seguía siendo muy incómodo.

El cielo, lleno de estrellas, era precioso, no había alrededor ni una luz que pudiese molestarnos. ¿Cómo nos pudimos guiar hasta allí? A parte de que Ismael se notaba que no era la primera vez que iba, llevaba una linterna lo suficientemente pequeña y con mínima calidad de alumbramiento como para que no estorbase. Además, aunque no estuviésemos cerca de la ciudad, las luces lejanas dejaban un poco de brillo en el lugar.

–Me gusta venir y mirar las estrellas –dijo rompiendo el hielo–. Me relaja bastante y me hacen pensar.

–¿Pensar? –pregunté mientras me giraba para mirarlo.

–Sí –cerró un par de segundos los ojos y los volvió a abrir–. Sobretodo me hace pensar si habrá alguien más, que no sea de este planeta, mirando el mismo cielo que nosotros.

–Dudo mucho que vea el mismo que nosotros.

–¿Y por qué no? –se giró levemente hacia mi–. El espacio sé que es infinito, pero el humano terrestre no ha descubierto vida en ningún planeta cercano a este –explicó recalcando la palabra 'cercano'.

–Cierto –una sonrisa se dibujó en mi cara, me giré de nuevo para mirar el cielo–. Lo gracioso es que yo pienso siempre lo mismo, nunca había encontrado a nadie que pensase lo mismo que yo.

–¿En serio? –por el rabillo del ojo vi como estaba completamente girado hacia mí y colocó su brazo de forma que se pudo elevar para ver mi cara–. Pues mira que conoces a muchas personas.

–La astrología no es que le importe a la gente que conozco –solté un suspiro–. No me gusta decir nombres ni nada, pero son todos un poco incultos y solo se molestan en su bienestar y en lo que les rodea –pausé–. Es decir, a parte de que no piensan en lo que puede haber más allá de este planeta, o mucho más lejos, que podría "beneficiarnos" en algún futuro a la raza humana, tampoco piensan en lo que hacemos las personas que no contribuyen al medio ambiente. Nos dedicamos a destruir el mundo que nos ha dado la vida.

–El humano no piensa en el futuro –concluyó–. Te entiendo.

Miré hacia él, estábamos a escasos centímetros pero ninguno de los dos nos movimos del sitio. Vi que su mirada bajó hacia mis labios y la mía hizo lo mismo hasta los suyos. La distancia entre nosotros fue algo que no existió unos segundos después. Cuando me di cuenta, estábamos unidos en un beso.

–E-esto –me separé–. Esto está mal –me levanté y salí corriendo.

–¡Aina, espera! –gritó, yo no me giré.

Fui corriendo hacia la casa de nuevo. No tenía sitio a donde ir más que a ese, mi hogar estaba muy lejos de ese lugar. Me metí rápido en la habitación e intenté cerrar con llave la puerta; lo conseguí. Quería estar sola, no quería que Ismael entrase ni durmiese en el mismo sitio que yo, sé que era su cuarto pero aún así no me apetecía. Tomé un poco de aire y miré por la ventana que aún seguía abierta; ahí estaba el chico, dando vueltas de un lado al otro sin parar. Me acosté en la cama y no pude evitar llorar.

–¿Qué es lo que me pasa? –pregunté en voz alta a la vez de que ponía las manos en mi cara.

Últimamente no dejaba de hacer más que estupideces, pero esto era lo que menos me esperaba a hacer. No me molestó para nada el beso y creo que por eso me sentí tan mal conmigo misma. Estaba feliz con Manu, ¿por qué tuve que hacer eso? ¿Se lo tendría que decir?

–Aina, por favor –tocaron la puerta–. No me dejes aquí –yo no respondí, solo escuché como se apoyaba en la puerta y... ¿se sentaba en el suelo? No lo sabía, no lo estaba viendo–. Lo siento...


*****

A la mañana siguiente le pedí a Ismael que me llevase de nuevo a mi casa, en el camino de vuelta no intercambiamos ni una palabra. Los dos somos bastantes tímidos, además sentí que no era necesario decir nada de lo ocurrido y supongo que él pensó lo mismo. De vez en cuando él abría la boca para decir algo, pero ninguna palabra salía de su boca y seguía conduciendo.

–Adiós –se despidió cuando me dejó en la puerta de mi casa.

Yo hice una seña con la cabeza de despedida, seguía sin ganas de hablar. Solo quería llegar a mi cuarto, echarme una ducha reflexiva y acostarme a dormir, la noche anterior no había descansado nada.

Entré a mi casa y, para mi sorpresa, mi madre estaba sentada en las escaleras esperándome.

–Buenos días, mamá –me acerqué un poco a ella para darle dos besos–. ¿Qué tal ayer?

–¿Que qué tal ayer? Es lo único que me tienes que decir, señorita –se levantó del escalón en el que estaba apoyada–. Creo que tenemos que hablar.

–¿Ha-hablar? –dije un tanto nerviosa–. ¿De qué quieres hablar, mami? –pregunté tratando de estar tranquila.

–Sabes que tarde o temprano me entero de las cosas –miró al piso–. Y pretendes ocultarme tus secretos.

–¿De qué estás hablando mamá? –cada vez se acercaba más a mí y yo me hacía hacia atrás, estaba bastante asustada, ¿qué estaba pasando?

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora