22.

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–¿Ismael? –gritó la voz de una chica desde la casa–. Entra ya, hace frío, parece mentira que te tenga que cuidar yo siendo tú el mentor.

–Ya voy, ya voy –dijo desganado–. ¿Entras?

Asentí con la cabeza y me limité a seguirle hasta lo que era su hogar. Al entrar vi dos sombras sentadas en un sofá viendo hora de aventuras en una pequeña televisión. Todas las paredes, por lo menos las que yo alcanzaba a ver, estaban pintadas de beig y en algunos lugares habían cuadros. El salón, donde estaban aquellas personas, no era muy grande y comunicaba con lo que supuse que era la cocina. Aquella sala, por lo que podía ver, tampoco era muy grande pero era lo suficientemente espaciosa como para tres personas. En frente de la puera de entrada, había unas escaleras que supuse que llevaban a las habitaciones.

–¿Aina? –se giraron–. ¡Hola! –de un salto apareció Raquel delante de mí y me dió un abrazo–. Hacía mucho que no te veía –sonrió, tenía la misma sonrisa que su hermano-–.¿Se queda a cenar? –preguntó mirando hacia el chico.

–Eh... –me miró–. Creo que.

–Sí –sonreí–. Me quedaré, además –miré el reloj que se encontraba encima de la tele–. Además, son las diez, no llegaré a mi casa.

–¿Se quedará a dormir? –dijo la voz de un segundo chico–. ¿Y dónde va a dormir?

Miré a Ismael, se estaba poniendo bastante nervioso mientras su hermana le decía algo que no alcanzaba a oír. Se mordió levemente el labio, me miró y apartó la mirada de mí en un segundo.

–Bueno, como ella quiera, pero yo voy a dormir en mi cama –sentenció finalmente, me miró de nuevo poniendo sus manos en los bolsillos y me hizo una seña para que subiese las escaleras–. Estas son las habitaciones, la puerta del fondo a la derecha es el baño, la que está a su lado es la de mis padres y la del frente es la mía –me miró–. Tendrás que dormir conmigo.

–¿Q-qué?

–Mis hermanos duermen en la habitación de mis padres desde lo ocurrido, suelo dormir yo solo –pausó–. Hay dos camas separadas, la mía es la de la derecha –lo miré un poco impactada, sinceramente creía que me iba a quedar con Raquel–. Ya sé que dormir conmigo no es lo que esperabas, pero mi hermana no puede dormir con alguien que no sea Alejandro.

–A ver –tomé aire–, no es que no quiera, sino que se me hace raro, pero me da igual, en serio.

El rostro se le tornó a felicidad e ilusión pero trató de ocultarla mirando al suelo, entonces me dijo de bajar.

–Cenaremos pizza, ya la he pedido –sonrió su hermana–. Entonces, ¿ya sabes donde dormirás? ¿Te importa?

–Claro que no –sonreí–. Gracias por acogerme esta noche.

–No hay de que –respondió, acto seguido se sentó en el sofá, yo me senté a su lado.

Pusieron una película nada más llegó la comida, mientras comíamos vi como eran una familia bastante unida, me daba bastante envidia y pena a la vez. Recuerdo lo unida que estaba mi familia antes de que mi padre nos dejase, esas acampadas, excursiones, noches jugando a juegos de mesa... Se notaba a simple vista que juntos eran felices y que se querían, cosa que yo a veces dudo en mi casa.

Me estaba poniendo innecesariamente mal, así que me levanté al terminarme mi trozo de pizza para ir al baño a lavarme un poco la cara y enjuagarme la boca. Luego, fui hasta la habitación donde iba a dormir esa misma noche y me acosté en la cama de la izquierda después de haber cerrado la puerta. Una vez acostada, miré al techo y pensé «¿qué hago yo ahora sin móvil?», sin duda no tenía sueño alguno.

Me puse a mirar detenidamente la habitación de Ismael, las paredes eran grises como las de la mía, a diferencia de que él no tenía fotos pegadas en todas partes. Tenía una pequeña estantería a los pies de su cama. Me levanté y miré qué había: en el primer cubículo se encontraban unos CDS, en su gran mayoría de Michael Jackson, se ve que es fan; al lado de los discos, se localizaban un par de hurnas pequeñas muy bien decoradas, pensaba en abrirlas, pero no lo hice por si acaso; y el último objeto que vi fue un libro, un pequeño libro con candado. ¿Acaso tenía un diario? Quería mirarlo, quería abrirlo y ver qué era lo que pasaba por su cabeza, pero descubrí que lo que estaba pensando era muy turbio y volví mi vista a un cuadro. En él, salían cinco personas, tres de ellos eran los hermanos que se encontraban en el salón, a sus lados, habían dos personas de mediana edad bastante atractivos —sobretodo la mujer—. «¿Sus padres?» pensé en preguntarle, pero recordé que era mejor evitar que se pusiera triste.

–¿Qué estabas mirando? –entró Ismael.

–¿Qué? No, nada, los discos –mentí–. ¿Qué haces aquí?

–Tengo sueño –se despeinó un poco–. Y venía a buscar mi pijama –dijo mientras cogía la ropa y salía del cuarto.

–¿Te vas?

–Claro, a vestirme –rió–. No voy a cambiarme aquí.

–Cierto –no pude evitar sonrojarme.

Me acosté en la cama mirando al techo, pensando en lo que había pasado los últimos meses. Hacía ya mucho que no hablaba seguido con Yaneli, demasiado. Desde que fui a su casa y estaba ocupada no sabía de ella, pero tampoco la echaba de menos. Estaba muy feliz con la compañía de Ismael y si ella tampoco me echó de menos cuando estuve una semana sin móvil, yo ahora menos. Hablando de el rey de roma, por la puerta se asomaba.

–Buenas noches –se acostó. Un silencio incómodo inundó la habitación, pero era por la noche ¿qué pretendía?

–Sí, buenas noches –dije un par de minutos después mientras cerraba los ojos.

–¿Sigues despierta?

–¿Tú también? –yo seguía con los ojos cerrados.

–Sí, no puedo dormir –bostezó y noté como su cama se movía, supuse que se estaba girando hacia mí–. ¿Por qué te fuistes antes?

–No me encontraba bien –puse mi brazo sobre mis ojos–. No importa.

–Mmm... –su voz se oía muy cerca–. Esos sí eran mis padres, por si te lo preguntabas –yo levanté mi brazo y abrí mis ojos por la confusión, ahí vi que el chico estaba al lado de mi cama de rodillas, mirándome fijamente–. ¿Querías preguntarmelo, no?

–Sí, ¿cómo lo sabes? –pregunté confundida mientras me sentaba.

–Ya te conozco lo suficiente, además –soltó una pequeña risa y se sentó a mi lado–. Estabas pensando en voz alta –se levantó de un salto–. Vamos.

–¿A dónde?

–Ninguno podemos dormir, ¿no? –dijo cogiendo una chaqueta y abriendo la puerta–. Salgamos.

–Vale –sonreí y le seguí.

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora