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Esa pareja. Esas dos personas. Sus voces. Era todo tan extraño. ¿Por qué todas las cosas que pasan últimamente son así de misteriosas? Además, estaban hablando de mí como si me conociesen de toda la vida ¿quiénes se creían ellos para insultarme de esa manera? Quizás soy tonta pero no creo que sea necesario decirlo a mis espaldas.

Centrándome en lo que estaban hablando, habían estado insinuando —básicamente lo estaban diciendo con pelos y señales— que Ismael me estaba mintiendo para encubrirlos. ¿Por qué me tendría que mentir él? No me enteraba de nada y estando escondida tras un sofá no iba a averiguar nada. Salí de la casa haciendo el menor ruido posible y me dirigí al chico un tanto enfadada.

–¿Por qué me estás mintiendo? –pregunté de la forma más sutil que pude.

–¿Perdona? –sonrió confundido–. No sé de qué me hablas.

–¿Quiénes son esas personas que me están insultando, que estás encubriendo y que están ahora mismo en el piso de arriba?

–Eh... Aina... –se echó para atrás–. No me hables así, no te he echo nada malo, intento protegerte.

–¿De qué, Ismael, de qué? Desde que volviste a aparecer en mi vida cuando empecé a salir con Manu has estado colocando obstáculos en mi vida amorosa.

–¿Y eso se supone que es culpa mía? –rió irónicamente–. ¿Acaso es mi culpa? Tú no tienes idea de nada de lo que está pasando y aún así estás cegada por amor.

–¿Amor? ¿Hacia ti? Venga ya, tío –reí–. No estaría contigo ni aunque me pagasen.

–¿De qué hablas? –su voz comenzó a temblar. Tosió un poco y continuó–. Mira, entra conmigo y verás.

–¿El qué? –me tiró del brazo y me metió en la casa de nuevo. Acto seguido, me escondió en un sitio que no me vieran desde la escalera–. ¿Qué haces?

Él tapó mi boca para que me callase y se fue al salón.

–Estoy aquí de nuevo –gritó–. Aina se ha ido ya.

–¿No se iba a quedar? –preguntó la chica.

–No, porque está destrozada, a la par que cansada y se ha vuelto en autobús –vi como se acostó en el sofá. Una sombra bajaba por las escaleras y me volví a mi sitio.

–Está así porque me echa de menos, seguro –dijo la chica–. Es lo mejor para las dos y sobre todo para mí.

«¿Yaneli?» me pregunté. Por eso me sonaba la voz. ¿Qué hacía allí?

–¿Qué harás tú, amor? –continuó–. Yo ya me he separado de ella, te toca.

–¿Yo? ¿Para qué? Con tal de que no se entere estoy feliz –contestó el chico–. A ti no te molesta y ella es feliz en su mentira, ¿qué va mal? –siguió–. Además, este fin de semana como no puedes venirte a la acampada me la voy a llevar y bueno –rió–. Va a ser divertido.

–¿Manuel? –dije en voz alta sin pensarlo, me volví a tapar la boca deseando que no me hubiese escuchado.

–No me parece muy maduro que actuéis así, ¿no deberíais contarlo ya y dejar de hacerla sufrir? –me protegió Ismael.

–Cielo –la chica se sentó encima suya, sin duda era Yaneli–, esto no va así. Además, así tienes para enamorarla y cuando lo dejen la tienes toda para ti, ¿no es eso lo que querías?

–Pero fue idea tuya. No quiero seguir con esto y nunca he querido formar parte de vuestros juegos morbosos –respondió él–. Yo paso y me gustaría que le explicáseis todo.

–Cuando la vea, te lo prometo –rió el chico–. Después de lo que tenga que pasar, claro. No sufras mucho mientras no está.

–¿Cuando me veas? –salí de detrás de la pared.

–¿Aina? –gritó él–. Mi amor, ¿qué tal? Estaba aquí hablando con Ismael sobre nuestra relación.

–No soy tan gilipollas como tú, querido –me acerqué–. Quiero mis explicaciones.

–Aina –dijo Yaneli–. Yo de verdad que no te quería ver mal –tragó saliva, ni ella se creía lo que estaba contando–. Bueno, vale, tranquila. Todo comenzó cuando marcaron la actividad en parejas: yo en ese momento ya me había liado un par de veces con Manu. Me olió a mil kilómetros que iba a empezar a gustarte, así que busqué por todos los medios, o sea por Juan, para encontrar Ismael y eso hice. Te mandé su número para que habláseis y luego me enteré de que ya te habías declarado a Manu. Me hizo bastante gracia, ya que estábamos saliendo a escondidas, así que como ya gustabas a Ismael me pareció entretenido. Juan se dió cuenta por él que estábamos saliendo y fue entonces cuando me llamó y cortó conmigo.

–Entonces tú fuiste la que pusiste los cuernos todo el tiempo y yo pensando que era un cretino... –la interrumpí–. Qué asco.

–¿Y qué le hago? –rió–. Tu novio también lo hacía y no por ello lo es. ¿Verdad? Lo amas. Eres tan estúpida.

–Seguramente ni se creerá lo que cuentes porque me tiene en un pedestal –interrumpió–. Y, aún sabiendo esto, estará enamorada de mi toda su miserable vida.

–Tú no eres así... –mi tono se entristeció.

–Lo más gracioso es que te enamoraste de mi en menos de una semana y sin conocerme –rió y se acomodó en el sillón–. Un poco estúpido, ¿no crees?

Al oír todo eso no aguanté más y salí corriendo de allí, deseaba que todo hubiese sido una broma de mal gusto o, mejor, un sueño. Cogí el primer autobús que llevaba a mi pueblo. No dejé de pensar en todo lo que había pasado. Todas las mentiras que me había tragado. Todas las estupideces que había pasado. Me he dado cuenta de que no podía confiar en nadie.

Al fin y al cabo, era la hija del diablo y, como dijeron mis padres, no me merecía vivir.

Me puse los cascos y sonó Thinking out loud, una canción que me había enamorado. Una canción enviada por la persona que más amaba. Una canción que me destrozaba.

Miré por la ventana y vi un precioso paisaje. Llorando, entré a la cámara y saqué una foto. Salió movida. Estaba el autobús en marcha, ¿qué esperaba que iba a pasar?

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora