18.

9 3 1
                                    

–Cierto –mi madre notó que la miré preocupada ya que no debía saber que antes hablábamos de él–, soy Carolina Hernández. Trabajé con tus padres, siento mucho lo ocurrido –extendió el brazo para darle una taza de chocolate.

–No se preocupe –dijo Ismael agarrando la bebida–. Muchas gracias –añadió con una sonrisa.

–Gracias por el chocolate, mamá –sonreí, justo después hubo un gran silencio, el cual mi madre rompió.

–Bueno, voy a buscar a tu hermano del fútbol, seguro que se está congelando –cogió su bolso y un chaquetón color granate–. Adiós, chicos –salió dando un portazo.

Yo dejé mi taza sobre la mesa, no me apetecía beber nada. Aún seguía dándole vueltas a lo de Manu; realmente no se había preocupado por mí en las vacaciones, llevábamos más de una semana sin hablar y ni siquiera me felicitó por Navidades. Ya tendría que estar muy ocupado...

–Aina.

¿Tendría que haber empezado a hablar yo? Quizás, pero siempre comienzo yo las conversaciones, él también se debía molestar en animar la relación para evitar que se exinguiese. Espera ¿por qué estaba actuando tan celosa?

–Tierra llamando a Aina.

Él me quería ¿o no? Claro que me quería, sino no estaría conmigo. A lo mejor acababa de coger el móvil al igual que yo y estaba escribiendo un mensaje con un: te quiero, siento no haberte hablado, por cierto feliz navidad. Seguramente en ese momento él me estaba hablando, diciéndome cosas bonitas, en cambio yo me encontraba dudando y juzgando a mi propio novio.

–¿Aina...? –noté un toquecito en mi brazo.

Cierto, Ismael estaba en casa, había venido a visitarme y yo, en cambio, solo pensaba en que quería, o tal vez necesitaba, hablar con Manu y arreglar este malentendido. Subí corriendo a mi habitación para coger el móvil, con la esperanza de tener un pequeño whatsapp de mi pareja. Tenía un mensaje. Desbloqueé el móvil y vi que era de él.

Manu❣: ¿quedamos?

«¿Quedamos?» ¿en serio? ¿Sólo me decía eso? Después de tanto tiempo sin tener contacto y se basta con decirme un simple “¿quedamos?”. Aunque debería sentirme feliz ya que se había molestado en preguntarme para salir, una gran parte de mi estaba muy enfadada con él y no tenía ninguna gana de verle.

–Aina... –tocaron la puerta–. Creo que debería irme, no dejas de ignorarme y ya veo que esa sonrisa no es de tristeza –se apoyó en la pared–. Ya he cumplido mi trabajo.

En realidad, no me sentía triste pero sí una gran ira se encontraba en mi interior, además un gran alivio llenó mi cuerpo ya que Ismael no había notado como estaba realmente.

–No –dejé el móvil sobre la mesa–. Vinistes a verme –sonreí–. ¿Qué quieres hacer?

–Pues, no lo sé, la verdad –miró mi cuarto detenidamente–. Esto es más grande que mi casa entera.

–¡Qué exagerado! –reí–. Alguna vez me tendrás que llevar a tu casa, estás aquí y me lo debes.

–¿Me lo debes? –repitió–. Alguien me debe todavía una merienda y aquí estamos –dijo irónicamente.

–Entonces, vamos –me levanté de un salto de la cama–, no tenemos todo el día.

Bajé rápido las escaleras, al contrario de Ismael que bajó lo más lento que pude imaginar nunca. Salimos de mi casa y pasamos justo por una zona; aquella pesadilla. Un miedo enorme se apoderó de mi hasta que el roce del brazo de la persona que me acompañaba me reconfortó y perdí todo aquel temor. Parecía mentira, no entendía nada de lo que me pasaba, cada vez observaba más y más al chico sin poder evitar sonreir cada vez que lo veía a mi lado.

Pasamos por la casa de Manu, por un momento pensé «voy a tocar», pero recordé que me encontraba con otro chico y no le haría mucha gracia —era un poco celoso—. También cruzamos el parque que se encontraba cerca de la casa de Yaneli, allí sí decidí tocar la puerta, ella hacía más tiempo desde que no la veía. De hecho, desde su cumpleaños que no la veía y de eso han pasado ya dos o tres semanas.

–Yo me voy mejor –dijo Ismael sin pararse–. Ya nos vemos otro día –se alejó cada vez más de mí, hasta que no desapareció de mi vista su silueta no llamé a la puerta de mi mejor amiga.

¿Por qué se había ido así porque sí? No lo sabía. ¿Qué suponía? Seguro se iba a sentir incómodo si estaba con mi amiga. Seguro que era eso.

–Oh, hola Aina –saludó Carlos, el hermano de Yaneli, la última vez que habíamos hablado fue cuando ocurrió todo aquello del baño y esa imagen volvió a mi cabeza e intenté borrarla–. ¡Yaneli! Está Aina –gritó mirando hacia atrás, yo no escuché nada–. Pero ha venido hasta aquí por ti –intenté agudizar el oído para conseguir oir algo, pero nada–. Yaneli, por favor –me miró de nuevo y se apoyó en el marco de la puerta–. Ya viene, está ocupada con alguien pero seguro te saluda por lo menos. ¿Qué tal todo?

Yo asentí con la cabeza, demostrando que todo iba bien, me daba mucha vergüenza mirarlo a la cara. Había venido por Yaneli y nada más, no tenía la necesidad de sacar mi timidez en ese momento.

–Adiós, Carlos –hizo una seña para que se fuera–. Estoy ocupada, lo siento –sonrió, sujetando la puerta–. Las celebraciones y todas esas cosas –rió nerviosa, no me dejó ni hablar–. Espero que hayas pasado unas buenas navidades, Aina. Ya nos veremos el año que viene.

–¿El año que viene? –conseguí preguntar un tanto extrañada.

–Dentro de nada acaba el año, ¿recuerdas? Y... –miró hacia atrás, alguien le agarraba de la cintura.

–¿Quién es?

–Nadie –dió una patada hacia atrás–. Mi hermano, molestando como siempre. Por favor –añadió esas dos últimas palabras mirando a aquella persona a su espalda–. Espero que pases unas felices fiestas, estoy muy ocupada –me cerró la puerta en la cara.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué actuaba de una manera tan extraña? La noté mucho más nerviosa de lo habitual y tantos años con ella he aprendido que en esas situaciones tenía que haber un chico de por medio o unas ganas enormes de ir al baño.

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora