Me acerqué en la mesa. Habían cuatro platos y yo me senté en frente del primero que me ha encontré al entrar. Estuve un cuarto de hora observando los pasos y vueltas que daba la madre por la cocina, buscando cubiertos y comida. No paraba de moverse ni de hablar. Me dijo que tenía que enseñarme un álbum de fotos de cuando Manuel era pequeño —como hacen las madres en las películas para avergonzar a sus hijos, me hizo bastante gracia—, yo contesté que no era necesario pero insistió.
Media hora después de haberme sentado, la madre terminó de preparar la mesa y en ese instante llegaron tanto el profesor como Manu.
–¿Qué tal habéis dormido? –la madre besó al padre–. Yo un tanto mareada –se sentó a su lado–. Bebí mucho anoche.
–Bastante bien –contestó Juan Carlos.
–Yo igual –respondió Manu–. ¿Y tú, Aina? –me agarró levemente la mano.
–Bien, sí –sonreí, mintiendo de nuevo.
Empezamos a comer, yo tenía mucha hambre y no pude esperar. La noche anterior no había comido tanto a pesar de lo que alardeaban sus abuelos y demás familia sobre que era una mujer hecha y derecha. En realidad, la vergüenza no me dejó comer lo que quería. Ahora sí podría hacerlo y todo tenía muy buena pinta. No pude resistirme.
–Cierto, Manu –la madre rompió el hielo al tiempo de que cortaba un trozo de pan–. Podrías invitar a Aina a la acampada de esta semana –agregó untando mantequilla–. Ya que tu amiga no puede, a lo mejor ella sí.
–¿Amiga? –tosió, se había atragantado–. No sé qué amiga dices.
–Sí... –se colocó el pelo–. La amiga de tu prima, la que también va.
–Qué divertido –rió mi profesor–. Sabía que lo sería.
–¿Ya empezamos, papá? –añadió con tono de enfado–. Ya lo hablamos aquel día, mejor no digas nada.
–¿Qué tal las tortitas, Aina? –carraspeó–. Son una receta de la familia, quizás algún día te enseñe la receta –guiñó un ojo.
–Espero que sí.
–Y yo –Manu volvió a agarrar mi mano.
Me sentí muy bien cuando me dió la mano, aunque considero que no tan bien como debía. Sentí como si lo hubiese hecho por compromiso y no porque lo sentía. En realidad lo que había comentado al principio Lucía, lo de la amiga de Manuel o de su prima que no podía asistir finalmente a la acampada y ese cambio repentino de tema, me había desconcertado un poco. Me daba la sensación de que todos los de la mesa sabía algo que yo no y no tenían intención de explicarmelo.
Al terminar de desayunar decidí marcharme para ir a hablar con Yaneli, hacía mucho tiempo que no mantenía una conversación larga, como las de antes, con ella y la echaba mucho de menos. Además, ya no estaría ocupada, ¿no?
–Entonces –me paró Juan Carlos antes de ir en rumbo a casa de mi amiga–, ¿te vienes el fin de semana con nosotros?
–Por mí no hay problema, no quiero causar molestias –respondí poco convencida.
–¿Molestias? –rió–. Por algo te pregunto, ¿no crees? –siguió–. Vente, será divertido.
–Todo va a ser divertido –sentencié un tanto triste.
–Aina... Si tienes algún problema con alguien alguna vez me lo dices –golpeó mi hombro–. Sabes que llevo ya cuatro años contigo y eres como otra hija para mí.
–No entiendo por qué me dice esto, señor Juan Carlos, pero gracias de todas formas –sonreí–. Ahora me voy a ver a Yaneli, hasta otro día –me despedí.
–Hasta luego –corrigió–. El fin de semana te iré a buscar –sonrió.
Nunca lo había visto sonreír, ni un día anterior a ese. Esa sonrisa era idéntica a la de Manu. No a la de ahora, sino la primera que le vi aquel día, en educación física. Esa sonrisa sincera que tanto me había gustado y tanto me había reconfortado. Esa sonrisa que no veo desde aquel día. O por lo menos no en su cara.
Por el camino no dejé de darle vueltas y vueltas al sueño. Aquel chico —o sombra—, aquellas palabras, aquella voz... Me resultaban más familiares de lo que debería. ¿Mi cerebro era consciente de lo que pasaba y yo no me daba cuenta? Si tan fácil era... ¿Por qué no lo pienso y ya está?
Mi móvil vibró.
Ismael: Aina, lo de la otra noche... Lo siento mucho. Seguramente no quieres hablarme más y, de verdad, no sabía si hablarte o no, pero lo veo necesario. Necesito hablar contigo en persona para aclarar las cosas. Si no me quieres responder lo entenderé, solo ve al parque de tu pueblo este sábado si quieres hablar. Si no quieres, no vayas. Te prometo que dejaré de incordiarte si no asistes. Espero verte... Adiós.
Al leer las últimas líneas, una tristeza enorme me inundó. No me gustaba leer esas palabras. Él me había ayudado, pero no entendí el por qué me sentí así al leer el mensaje.
Cuando me dispuse a responderle, me di cuenta de que ya había llegado a la casa de Yaneli. Guardé el móvil, me puse delante de la puerta y llamé. Para mi sorpresa, abrió Raquel. «que no esté Ismael» pensé.
–¡Aina! –me abrazó fuerte–. Feliz año nuevo.
–Feliz año, ¿qué haces aquí?
–Acabo de llegar –contestó sin soltarme–. Yaneli me dijo que viniese porque quería verme –se separó–. Vine lo más rápido que pude.
–Feliz año, Aina –apareció Yaneli–. Pasa, pasa –sonrió y me llevó hasta su habitación, donde estábamos solas–. Me has pillado con un hueco libre, tía, hace mucho que no hablamos, ¿eh? –cerró la puerta.
–Te he echado bastante de menos, ¿sabes? –me senté en la cama, ella se puso enfrente mía–. Pero claro, estabas tan ocupada.
–En realidad... –se rascó la nuca–. No he estado para nada ocupada, cuando viniste hace unos días estaba con alguien.
–¿Ah, sí? –respondí sarcástica, ya me había dado cuenta de eso.
–Bueno, no físicamente... –se sentó a mi lado y apoyó la espalda contra la pared–. Sino mental –suspiró–. Estoy súper rallada.
–¿Qué pasa? –me giré hacia ella.
–No he sacado a una persona de mi cabeza en todo lo que llevamos de curso y he tenido que hacer estupideces –volvió a suspirar–. De las cuales no me arrepiento... Por eso me alegra que estés aquí. Sabía que vendrías tarde o temprano, tenía que hablarlo contigo.
–Aquí estoy –me acomodé–. Soy toda oídos.
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Tenían que ser dos.
Teen FictionEl amor adolescente no es nada fácil y menos la adolescencia, todos lo sabemos excepto Aina. Está empezando a sentir cosas que nunca había sentido antes y está muy confusa, más de lo normal, ¿se le complicarán las cosas?