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Y si... No. No podía ser. Ella era mi mejor amiga, no me haría eso. Entré a whatsapp y vi que tenía una foto con Raquel. «Claro, Raquel, seguro que está con Raquel» pensé. Quizás le daba vergüenza admitir que estaba saliendo con una chica; Yaneli, la más femenina del instituto. Nadie lo podría creer y por eso lo ocultaba, seguro que era lo que ocurría.

Llegué a mi casa después de tantos pensamientos extraños, realmente me iba a destruir por dentro ver cómo mi mejor amiga está con mi pareja, pero eso tenía que ser imposible: ellos me querían y yo a ellos. Subí a mi habitación, me lavé la cara y me acosté, aunque recibí la llamada de Manu, quería hablar conmigo mañana en persona.

El miedo volvió a mi ser, esas palabras. “Necesitamos hablar”. Eso en la mayoría de películas no era indicio de ser una cosa agradable. Tenía mucho miedo, no quería que nada malo ocurriese, estaba completamente enamorada de Manu y lo último que necesitaba era que me dijese: no, ya no te quiero, hay otra en mi vida.

–¿Qué estoy diciendo? –pregunté en voz alta–. Yo le quiero a él y él me quiere a mí –me dije mientras pasaba las manos por mi cara, entonces noté que gotas de agua recorrían mi cara.

Estaba llorando, no entendí por qué. En realidad, no me sentía muy bien, una mezcla de cansancio, ira, tristeza y una pizca de alegría recorría todo mi cuerpo a la vez, pero no era motivo para echar a llorar, pero aún así lo hacía.

Entre lágrimas me quedé dormida y a la mañana siguiente me despertó el tono de llamada de mi móvil, siempre lo dejaba apagado por las noches pero se me había olvidado completamente hacerlo la noche anterior. Cogí la llamada y era Manu, estaba esperándome en la puerta de mi casa, me preparé lo más rápido que pude y salí disparada de mi habitación, no me dió tiempo de desayunar ni nada por el estilo.

–Hola –le di dos besos–. ¿Por qué llegas tan temprano? Estoy muy cansada.

–¿Temprano? –rió–. Son las tres de la tarde y ¿estás cansada? –me miró, sospechando de yo que sé qué–. ¿A qué hora te has acostado?

–Nada más llegar a mi casa, sobre las nueve –¿En serio había dormido tantas horas y seguía cansada? ¿Cómo era eso posible? –, y no me costó nada dormirme.

–¿Segura?

–Claro, ¿qué iba a hacer si no?

–Quizás estabas hablando con ese tal Ismael –dijo con tono de enfadado mientras hacía unas comillas con los dedos al decir el nombre del chico.

–Espera, espera –reí irónicamente–. ¿Estás celoso?

–Un poco bastante –cruzó los brazos, apoyándose en la puerta.

¿“Un poco bastante”? ¿En serio? Él llevaba una semana sin hablarme y estaba en línea. No me había felicitado por Navidad, ¿quién tenía que estar celosa? A lo mejor estoy exagerando un poco, pero... ¿Y si de esto me estaban avisando tanto Isma como Juan?

–Aina –suspiró–. Lo siento –me miró, mi corazón fue más rápido–. No tenía que haberte hablado así, no debo juzgarte, tú no lo harías –yo miré al suelo porque sí lo había hecho pero lo dejé hablar–. Y de eso te tenía que hablar...

–¿Qué ocurre? –me hice la preocupada, ¿al fin me iba a contar la verdad? No quería oírla, pero tampoco quería sufrir más.

–Verás, no hubo momento en el que no me acordase de ti en estas vacaciones –su tono se entristeció–, no pude hablarte ya que mi familia me había quitado el móvil... –pausó–. No me conecté en toda la semana.

–Eh... –me quedé paralizada, sonaba muy creíble. ¿Qué digo “sonaba”? Estaba siendo totalmente sincero y yo pensando mal de él–. No te preocupes –lo abracé.

–Te quiero –me besó, sus dulces labios se encontraban en ese momento sobre los míos. Otra vez me sentía como en aquel sueño, solo que él no me dejaría caer jamás al vacío.


*****


Ya era de noche, no recuerdo qué más había pasado ese día, solo sé que Manu me acompañó hasta mi casa y ya estaba a salvo del mundo exterior.

Estaba muy, pero que muy, cansada. Mis ojos cada vez pesaban más, lo que no conseguía conciliar el sueño. Un ruido. Un pitido ensordecedor era lo que no me dejaba dormir. Bajé al salón y cada vez se oía más cerca, de mi casa no provenía y miré por la ventana.

–¿Hay obras a esta hora de la noche? –dije en alto sin respuesta alguna, seguro que mi madre se había quedado dormida viendo algún culebrón latinoamericano.

Salí de mi casa cogiendo la chaqueta granate de mi madre y me asomé a la casa de los vecinos que, aunque no los podía distinguir bien por la oscuridad, también se estaban quejando de aquel sonido. Seguí caminando.

Ya había llegado a casa de Manu. ¿Cómo es que estuve caminando tanto tiempo sin notarlo? Para mi habían sido como un par de minutos, pero ya estaba allí y no di importancia.

–Aina, ¿qué haces aquí? –conseguí escucharlo a pesar de que el ruido era mucho más agudo en la puerta de su casa.

–¿No oyes eso? –dije a punto de llorar, me causaba un terrible temor aquel ruido y yo no dejaba de temblar.

–¿Qué? No... –se acercó a mí. De nuevo, sus labios brillaban más que nunca–. Serán cosas tuyas.

¿Cosas mías? Mis vecinos también lo habían oído, no estaba loca.

–Te quiero, pero... Lo siento. En realidad hay otra.

–¿Qué? –grité muy extrañada, mi corazón iba cada vez más rápido. ¿Rabia, enfado? Puede que sí, puede que no.

Él no respondió, se bastó a seguir su rumbo hacia mis labios, hasta que alguien me detuvo agarrándome del brazo y llevándome de allí.

–No voy a dejar que sufras.

–¿Qué haces? –era aquella voz de nuevo, la oscuridad no me permitió ver su cara pero esa vez su silueta era mucho más nítida–. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

Esa persona me hacía sentir en las nubes, me había tranquilizado completamente, su presencia me relajaba demasiado. ¿Con qué puedo compararlo? Ah, sí, hace días atrás en mi casa, cuando Ismael me estaba quitando las lágrimas. Entonces: sonreí de la manera más sincera que había hecho nunca, estaba feliz a su lado.

–Ya he cumplido mi trabajo –se alejó, antes de que se fuese, lo agarré del brazo e intenté ver quién era.

Pero lo último que recuerdo ver antes de despertar era una sonrisa. Esa sonrisa que tanto me encantaba...

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora