Abrí los ojos y noté que no me encontraba en mi casa, estaba en una habitación que me era familiar pero no conseguía averiguar de qué ni de quién. Era pequeña y poco amueblada, el espacio estaba bastante ordenado. No había ninguna ventana, sólo una pequeña claraboya en el techo en la que se podía apreciar que estaba amaneciendo (o anocheciendo). Las paredes eran de un color azul muy claro y estaban llenas de pósters diferentes, pero la gran mayoría eran de Elvis; seguramente me encontraba en casa de Manuel.
–¿Y qué hago aquí? –pregunté en voz alta.
Realmente no recordaba por qué estaba en la habitación de el chico, ¿no me había dejado en mi casa? Seguro todo era parte del sueño que había tenido hacia escasos minutos.
–¿Estás despierta? –dijo una voz masculina mientras abrían la puerta–. ¿Cómo has dormido?
–¿Por qué estoy aquí? –me senté en la cama, noté una pequeña brisa y la piel se me puso de gallina. Miré hacia abajo y vi que estaba completamente desnuda, en un abrir y cerrar de ojos me tapé con la sábana, esto había sido peor que cuando vi al hermano de Yaneli aquella noche.
–¿No recuerdas nada? –me miró fijamente y sonrió, yo me acurruqué más con las prendas que me tapaban mientras moría de vergüenza–. Por tu cara, me imagino que no –se tumbó a mis pies mirando al techo, puso sus manos en su cabeza–. Después de estar todo el día juntos, te ofrecí salir de fiesta y raramente me dijistes que sí. Allí bailamos y reímos como nunca, también ambos bebimos más de la cuenta y pasaron muchas –se giró hacia mí y lanzó una sonrisa pícara–, muchas cosas.
¿Qué? ¿Había bebido y...? No me lo podía creer, yo no era así. En mi vida había probado nada de alcohol y ¿por una noche ya no recordaba nada?
–Después de hacer lo que hicimos –recorrió su mirada por mi cuerpo cubierto y volvió su vista hacia arriba, soltando un breve suspiro–. Te quedastes dormida y te dejé dormir sola.
–No recuerdo nada de lo que me estás contando –dije mientras me levantaba, aún con las sábanas, y buscaba mi ropa, toda estaba tirada por el suelo–. Tendrá que ser por el alcohol.
–Puede ser –noté como su mirada me seguía a cada movimiento que realizaba–. Debes saber que no fue nada mal.
–¿Qué? –lo miré–. ¿E-en serio? –me aparté el pelo de la cara tímidamente y sacudí mi cabeza ¿qué estaba diciendo? Mi madre se entera y me mata–. Y-yo me tengo que ir, Manu, ya nos veremos otro día.
–¿Te acompaño?
–¿Eh? N-no. No. Mejor no –me tropecé con un póster que había caído–. Digo, no quiero causar molestias –reí nerviosa–. Puedo ir sola.
–Está bien –se levantó, me dió un beso en la frente y me dejó sola en la habitación para que me pusiese la ropa.
Salí del cuarto, de la casa y cerré ambas puertas tras de mí lo más rápido que pude. No dejaba de darle vueltas a lo que me había contado, estaba muy claro que no se lo podía contar a mi madre, es muy religiosa y siempre me ha dejado muy claro que hasta el casamiento tenía que ser virgen. Además, siempre me ha tenido totalmente prohibido tomar alcohol y si contaba todo esto iba a ser una horrible decepción; no me lo perdonaría en la vida.
Entonces, ¿que le tendría que contar a mi madre? No me gustaba mentirla, pero no me quedaba otra opción más que esa. Lo que más claro tenía era que no quería decepcionarla.
–Espera, Yaneli. Claro, Yaneli puede ser mi escusa –pensé a la vez que abría la puerta de mi casa lentamente para no hacer ruido–. ¿Mamá?
–¿Por qué no has venido esta noche? ¿Qué has estado haciendo? –dijo la voz de mi madre desde el salón, yo dejé las llaves en el primer mueble que encontré y me dirigí a donde ella se encontraba–. ¿Y esos pelos? Aina... ¿Qué has hecho? –su tono era cada vez más fuerte, estaba enfadada.
–He estado en casa de Yan... Espera, ¿cómo que “y esos pelos”? ¿Qué crees que he estado haciendo, mamá? –a ver, lo que pensaba era cierto, pero no podía sospecharlo–. He estado con Yaneli, porque hemos quedado, se me ha hecho tarde y me quedé en su casa, nada más. Tengo los pelos así por el viento, es que de verdad.
Subí las escaleras, me había ofendido bastante que insinuase eso de mí... Vale, que era lo que había pasado en realidad, pero ella no lo sabía y no era quién para hablarme así.
–Hija... Lo siento, solo me había preocupado.
–Siento haber respondido así, me arreglo y salgo otra vez.
–¿A dónde vas?
–No lo sé –dije cortante–. No me apetece estar aquí.
En realidad, no me encontraba nada bien. Estaba mintiendo a mi madre en su cara, aunque fuese por nuestro bien. Y digo ‘nuestro’ porque a mí no me viene bien que se entere de la verdad y a ella no le viene bien enterarse porque habría “decepcionado a Dios”. A mí me da igual porque yo no creo en él, pero ella sí. Y no quiero verla sufrir por mi culpa. Además, lo que pasó la noche anterior... No recordaba nada y me sentía peor, mucho peor. No estaba preparada, todo me dolía y apenas podía caminar del dolor.
–¡Hola, Aina! –era Ismael–. ¿Qué tal todo?
–Bien, sí. Bien –contesté sin apartar la mirada del suelo–. ¿Y tú?
–No me mientas, ¿qué pasa? –me pusó la mano en el hombro y se colocó enfrente mía.
–¿Y qué es lo que no pasa? –unas lágrimas brotaron de mis ojos ¿estrés? Quizás, pero antes de que saliesen, las sequé.
–¿Qué ha pasado? Sabes que me tienes aquí para lo que sea, ¿somos amigos o no? –con su mano subió mi cabeza hasta que nuestros ojos se encontraron, noté cómo sonreía.
No pude evitarlo y solté todo lo que tenía en la cabeza, procurando no salirme de la lengua y decir «sí, y también estaba confundida porque me encantas, o por lo menos antes», no podía decir eso.
–Ahora entiendo por qué no cogías el móvil –¿Qué? ¿De qué hablaba? Tenía el teléfono siempre conmigo.
Registré mis bolsillos y nada. Hasta que lo recordé, vi la imagen del aparato electrónico en la mesilla de una habitación que no era la mía. Había dejado mi móvil en la casa de Manuel.
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Tenían que ser dos.
Teen FictionEl amor adolescente no es nada fácil y menos la adolescencia, todos lo sabemos excepto Aina. Está empezando a sentir cosas que nunca había sentido antes y está muy confusa, más de lo normal, ¿se le complicarán las cosas?