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Ya había caído totalmente la noche y, además, estaba comenzando a llover.

–Lo que me faltaba –gritó Ismael mirando al cielo.

Al estar un par de segundos mirando hacia arriba, se saltó muchas construcciones y tuvo que retroceder para mirar los nombres de cada una. Una cosa extraña. Nunca se había fijado en que, la mayoría de edificios, tienen su propio nombre.

–Genial –dijo Aina–. Me encanta la lluvia –estiró el brazo, abrió la mano y dejó que las gotas cayeran sobre ella.

Un par de minutos después, la chica se levantó de la vieja caja en la que se encontraba sentada. En ese momento ya estaba cansada de no hacer nada. Se acercó al borde del edificio, miró al fondo y vió como sí acababa, se veía la carretera poco transitada: era todo real. «¿Eso qué es?» se preguntó. Una persona estaba corriendo, era poco usual que eso ocurriese, pero no le dió importancia. Siguió con la mirada a esa persona y notó cómo se paraba y retrocedía marcha atrás.

–Alejandro Pér... No –siguió–. Guiller... No –continuó–. Fátima Ba... Espera. –se hizo para atrás–. Guillermo López. ¡Es esta! –sonrió.

Entró por la puerta, el edificio estaba totalmente destrozado pero le dió igual y subió por las escaleras, mirando planta por planta si había alguien. Hasta que llegó a la última.

–Mierda –se quejó Aina cuando vió a la persona entrando.

Se acercó más al borde y se sentó.

–Que sea rápido –pidió.

–¡No, Aina! –sintió una mano agarrándola–. No hagas ni una locura –la giró hacia él alejándola del borde.

–¿Qué quieres ahora, Ismael? –se soltó–. ¿Vienes a reírte de mí? ¿No has tenido suficiente?

–Aina, sólo quería que no sufrieses. Si te hubiese contado la verdad no me hubieses creído –sonrió triste–. Entonces, después de no creerme, te enfadarías conmigo –suspiró mientras miraba al cielo–. Y es lo que está pasando sin haberte contado nada.

–No entiendo por qué te preocupas tanto por mí, no nos conocemos nada –se rió–. Soy yo la estúpida y luego estás tú.

Él no contestó, sus palabras se clavaban en su corazón. Le dolía mucho lo que estaba diciendo. Ella, en realidad, no quería decir eso. De hecho, cuando soltaba las palabras no se podía creer lo que estaba diciendo. Pero estaba muy nerviosa y enfadada al mismo tiempo y no podía evitarlo.

–¿No piensas decir nada? ¿Te plantas aquí para hacer nada? Vaya pérdida de tiempo –Ismael miró al suelo y sonrió de la forma más fingida que pudo.

–Sigues sin entenderlo –apretó los puños para evitar llorar–. Después de que ellos te lo hayan dicho y no lo entiendes.

–¿Q-qué dices? –Aina se estaba poniendo muy nerviosa, más todavía que antes.

Ella sí había escuchado a Yaneli y a Manuel, nunca podría olvidar aquellas palabras ni aunque quisiera. Por eso estaba así, la presencia de Ismael siempre la ponía nerviosa y más ahora que sabía que él sentía algo por ella. En el fondo, Aina siempre había sentido algo por el chico pero al estar con pareja no podía sacar esos sentimientos.

–N-no te das cuenta -continuó-. No te das cuenta d-de que... –respiró hondo–. De que estoy enamorado de ti. ¿Sabes el daño que me estás haciendo? –soltó.

En ese instante a la chica se le iluminó la cara, él era el chico de sus sueños. Él era la persona que la ayudaba cuando Manuel estaba cerca. Ahora todo cuadraba.

–Me estás haciendo sufrir de manera innecesaria cuando yo en todo momento quise que no sufrieses. Sí, te mentí era para que no te enterases de la verdad, ¿eso me convierte en mala persona? –rió débilmente–. A pesar de todo, siempre he estado para ayudarte, tú me has rechazado y hasta te has reído de mí... –volvió a mirar al suelo.

–Ismael...

–¿Qué? –la miró nuevamente con desgana.

–El problema es que no puedo seguir aquí –se entristeció–. No puedo seguir viviendo así como si nada hubiese pasado. Mi familia me odia y ya no tengo a nadie, así no puedo –se repitió–. Lo siento mucho.

–No –la agarró y levantó su cabeza con una mano–. Me tienes a mí, aunque tú no sientas lo mismo voy a intentar estar a tu lado.

Aina evitó mirarlo a los ojos, lo tenía demasiado cerca. En un segundo sus vistas se cruzaron y se quedaron mirándose un par de minutos que, para ellos, fueron segundos. Los corazones de ambos iban muy rápido.

Ismael miró a los labios de Aina y se acercó a ellos con mucho miedo. Acarició su mejilla con la mano y le apartó el pelo de la cara. «Es tan guapa, no me gusta verte así, Aina» se dijo a si mismo. Cerró los ojos y la besó.

La chica deseaba este momento, igual que él. Se separaron y no dijeron nada.

–Te quiero –dijo ella sin pensar. De nuevo, se tapó la boca pensando una y otra vez que no se hubiese escuchado.

Él sonrió tímidamente y miró al cielo. Soltó un suspiro.

–No puedo evitar que hagas nada... Te entiendo.

–¿Sí...? –lo miró–. Gracias –se empezó a soltar–. Mejor que te vayas, esperaré... No me eches de menos, no merezco la pena.

–No digas eso –la cogió del brazo de nuevo–. A mi nadie me va a echar de menos.

–¿Qué dices? –se preocupó–. No voy a dejar que hagas nada más por mí...

–Te quiero, Aina, sin ti no merece la pena.

Ella, inmediatamente, le abrazó. Perdieron el equilibrio al estar muy cerca del borde y cayeron. Antes de llegar al suelo, Aina abrazó más fuerte Ismael. No se podía creer que un chico haría eso por ella y menos aún que sería el chico del que se había enamorado la primera vez que había visto. Yaneli al final tenía razón, el amor a primera vista sí podía ser real y podía funcionar después de todo. Una pena que ella se enterase muy tarde de todo eso.

«Menos mal que, de los dos, fuiste tú» pensó por última vez Aina.

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora