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Pasamos la tarde juntos haciendo lo que hacíamos todos los días que quedábamos, me parece que no es necesita una explicación mucho más extendida, además de que no pasó nada más interesante. Yo de vez en cuando evadía mis pensamientos del mundo y volvía a recordar a Yaneli aunque no por mucho tiempo, Ismael la sacaba de mi cabeza cada vez que me sacudía el brazo. Tiene toda mi atención quiera o no que la tenga.

Cuando se estaba haciendo de noche se despidió de mí porque tenía que volver a su casa, obviamente, y yo pedí que si podía ir con él ya que no quería volver yo a la mía.

–No creo que sea buena idea –repitió él.

–¿Por qué? –pregunté de nuevo.

–A ver –empezó a ponerse nervioso–. Eh... Recuerda lo que pasó la última vez –rió sin ganas.

–Eso no es lo que te pasa –lo agarré del brazo–. Ya te conozco lo suficiente –lo giré para que me mirase a la cara–. ¿Qué es lo que ocurre?

–¿Y qué es lo que no ocurre? –se soltó de mi agarre, yo no entendía nada–. Tengo ganas de contarte tantas cosas que no puedo... Mira, sí, vamos. Puedes quedarte.

No me enteraba de nada, ¿de qué estaba hablando? Mucho misterio había en sus palabras y, a su vez, mucha tristeza. No le pregunté nada más durante todo el camino al coche ni en él, hasta que vi que nos desviamos en la autopista en dirección a un centro comercial y no pude evitar preguntar.

–¿Qué hacemos aquí?

–Tengo que comprar un par de cosas –dijo mientras aparcaba–. Tú puedes quedarte aquí, no tardaré nada –salió y cerró la puerta lentamente.

–Tan cuidadoso como siempre –susurré–. Me encanta –me tapé un poco la boca, ¿qué había dicho?

La cosa es que tardó poquísimo, menos de lo que esperaba de hecho. Quizás fue rápido para que no pensase en lo que me rondaba por la cabeza —que, por cierto, se lo había contado en el parque después de aclarar lo del beso—. Arrancó el coche y fuimos a su casa.

–Voy a dejar esto dentro, te voy a enseñar mi pequeño y humilde pueblo –continuó mientras cogía las bolsas.

–No, yo te puedo ayudar –salí detrás de él.

–Que no –gritó un poco enfadado–. Yo puedo solo, tranquila –se relajó.

Dejó las bolsas dentro, en ese momento si tardó más y, de vez en cuando, le escuchaba quejarse en alto «¿a quién hablas, querido Ismael?» me pregunté cada vez que oía su voz. Había aparcado lejos pero no lo suficiente para que se le escuchase a él hablar. Una vez salió, parecía muy tranquilo a pesar de haber estado gritando segundos atrás.

–¿Vamos? –puso las manos en los bolsillos e hizo una seña con la cabeza señalando al frente.

Yo no contesté, solo sonreí y seguí el camino. Por él, no dejaba de hablarme de los vecinos que seguían viviendo por allí y el por qué se habían ido los otros. También me enseñó la única tienda que había: un videoclub. En ese pueblo no había ni un supermercado, con razón fue a comprar antes de ir.

Ya habíamos recorrido todo el lugar y, de nuevo, nos encontramos en frente de su casa.

–Ya hemos llegado, tengo sed –dije dirigiéndome a la puerta. Me giré y vi que él se había quedado quieto–. ¿No vienes?

–¿Y si damos otra vuelta? –se rascó la nuca.

–Venga, quiero beber agua y no hay ni una cafetería –repliqué–. Vamos.

–Yo creo que mejor no.

–A ver, pero ¿qué te pasa ahora? –me estaba empezando a enfadar.

–Bueno, ¿sabes qué? Entra, yo te espero aquí.

–Genial –sonreí irónicamente y entré.

Ésta vez me fijé más en los cuadros que habían colocados en la entrada, todos eran fotos de los tres hermanos cuando eran pequeños. Ismael seguía tan mono como entonces. Bueno, al igual que sus hermanos, quiero decir. Entré al salón y luego me dirigí a la cocina, abrí la nevera, saqué una botella de y bebí de ella sin pegar la boca. Cabe decir que me mojé la camiseta, no se me da bien beber así.

Volví al salón y encima de la mesa pequeña que había delante de la tele había un pequeño montón de revistas. Las hojeé un poco y una era... Bueno, de adultos. «¿Será de Ismael?» miré por la ventana y me reí. La dejé en su sitio y miré encima de la estantería que había justo al lado de la televisión. Había una foto de los padres de Ismael, realmente la madre era muy guapa y había sido una tragedia lo que había ocurrido con ellos. Entonces, recordé a mi padre que me había abandonado porque era la hija del demonio y a mi madre que me odiaba por haber cometido un pecado —por lo menos ella sabía sobre uno—.

–¿Ismael? –dijo una voz de mujer que me era bastante familiar pero no conseguía adivinar de quién era. «Seguramente es Raquel» pensé– ¿Ya volviste? ¿Sigue Aina fuera?

¿Para qué quería saber eso esa persona desconocida? Bueno, “desconocida” ya que sabía que ese tono de voz no era el de su hermana.

–¿Por qué no contesta? –dijo la voz de un chico, me resultaba muy familiar también–. ¿Eres tonto o qué te pasa? –vi la sombra de una persona en la cocina, me asusté bastante y me escondí–. ¿Aina te ha comido la lengua o qué? –rió.

Esa forma de reír me resultaba muy familiar al igual que las voces. ¿Quiénes eran?

–Me parece que sí –dijo la chica mientras se reía–. ¿Dónde estás, idiota?

–No lo insultes.

–¿Le cogiste cariño?

–Nos está cubriendo –contestó él–. Dejemos de hablar de él en tercera persona. Vamos, ¿dónde estás? Eres mayor que nosotros, no estamos para juegos.

–Seguramente era el viento, cielo –con que eran una pareja–. Seguirá por ahí con ella, no te preocupes.

–Como nos vea aquí nos mata, nos dijo que nos quedáramos arriba –escuché pasos subiendo las escaleras–. Ya tiene bastante con tener que mentir a su amorcito –se rió al decir la última palabra.

–Lástima que no sea correspondido –rió la chica–. Yo realmente quería que todos fuéramos felices, pero ella es tan tonta.

Tenían que ser dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora