Capítulo 37

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Maratón final


Llevo más de media hora dando vuelta a la cena sin apartar la mirada de la entrada. Estoy esperando a que venga y poder ver como está. La última vez que lo vi fue justo antes de salir huyendo y dejándolo solo con su padre. Lo conozco lo suficiente como para saber que habría aprovechado ese momento para enfadarse conmigo, todo con tal de no enfrentar a su padre. El murmullo de las voces me envuelve y no logro centrarme en ninguna conversación. Todos están como locos por los malditos finales. Yo también lo estaría, si no tuviese nada más importante en la cabeza.

Vencida de esperar inútilmente en la mesa, pincho el ultimo trozo de pollo y me lo  llevo a la boca mientras me incorporo. Me despido de los demás, y busco las bandejas para reunir algo de comida. Está claro que no va a bajar a cenar, y estoy casi segura que tampoco ha pedido nada para comer donde sea que esté. Bandeja en mano salgo a los pasillos, prácticamente vacíos, y voy directa a la sala de ocio junto al laboratorio de química. Es el más alejado, y el mejor sitio si quieres alejarte de todos sin que los de seguridad te estén persiguiendo.

Veo luz dentro, y deslizo despacio la puerta. No quiero aparecer de golpe. Después de todo, y por muy enfadada que pueda estar con él, nunca miraría a otro lado si sé que está sufriendo. Está sentado en el sofá con la cabeza entre las piernas. Varios mechones de pelo los tiene en punta, como si hubiese estado removiéndose el pelo. Levanta la mirada, y se encuentra con la mía. Tiene el rostro destruido, y veo tanto sufrimiento a través de sus apagados ojos, que un gran nudo se me forma en la garganta.

—No has bajado a cenar... —comento sin saber muy bien que decir. Es una situación delicada.

—Quería estar solo —dice mirándome curioso.

Me acerco a él y dejo la bandeja con la cena y un vaso de refresco sobre la mesilla pequeña. Alza una ceja dudoso en dirección a la comida.

—Tienes que comer algo, Bruno. No puedes seguir así, no vas a solucionar nada —le casi ruego en un suspiro.

Va a abrir la boca para quejarse, o ponerme alguna excusa pero lo mando a callar. Me siento a su lado en el sofá y señalo la comida con la cabeza.

—Primero come, después habla —le ordeno. Me mira fijamente unos segundos, suficientes para darse cuenta de lo muy en serio que hablo. Niego con la cabeza, y sujeta el tenedor entre sus dedos.

Come en silencio, y yo me quedo observando como devora la comida. Al principio le ha costado, pero enseguida ha cogido ritmo. Con el plato casi vacío empiezo a relajar los hombros. Necesitaba verlo comer, no soportaba verlo sufrir de esa manera. A pesar de que ninguno de los dos pronuncia ni una sola palabra, no es para nada incómodo. Por una parte es todo lo contrario. Relajo los hombros y me inclino sobre el sofá con un cojín entre mis brazos mientras él termina de comer. Es como si mi cuerpo reaccionase a su cercanía, si cuando estuviésemos juntos, volviese a respirar con normalidad.

—Gracias —me agradece cuando se sienta más cómodo en el sofá. Me mira, pero enseguida rompo el contacto visual.

— ¿Qué tal ha ido? —pregunto directa. Su expresión se rompe, como si acabase de echarle un jarrón de agua fría.

—Ni siquiera sé cuál es la respuesta a eso —dice sincero.

—Sé que no debería haberlo llamado sin tu permiso, pero era el único que podía ayudarnos.

—No te disculpes, Less. En todo caso debería hacerlo yo —se acaricia el rostro, y se aparta varios mechones de la cara—. Sé por qué lo has hecho y tienes razón. Será mejor hacer la maldita prueba y salir de dudas de una puta vez.

OLVÍDAME. Esto es la guerra - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora