Capítulo 1. Parte I

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—¿No puedes dejar el móvil, aunque sea unos segundos? —pregunté irritada a mi madre. Sus desafiantes ojos se percataron en mi como si se hubiese olvidado de mi existencia. Apuró la llamada resignada.

—Era algo urgente, cariño. —Se apartó el pelo dorado de la cara, y se centró en mí. Su única y "amada" hija—. Sabes lo importante que son los negocios para la familia.

—Irte de copas con tus amigas no se puede considerar un negocio, mamá.

Sonrió.

—¿Qué sería de los negocios sin contactos? Algún día entenderás la importancia de las relaciones en estos asuntos —usó su típico tono de madre sabelotodo. Luché por no reír—, todo a su debido momento, por ahora, es importante que termines tu año en el internado, y por supuesto, que Matthew y tú formalices vuestra relación.

—No compares lo nuestro con negocios, mamá —le espeté.

Miré a través de la ventanilla del coche el camino del bosque, observé a lo lejos el imponente internado de estilo renacentista en el que había pasado estos últimos tres años. Se podría decir que volvía a casa, ya que había sido más hogar que las últimas tres casas en las que había vivido con mis padres.

Estaba eufórica por volver. Sabía que sonaba antinatural, pero era el único sitio en el mundo en el que me sentía realmente bien. Y por supuesto, estaba deseando volver a ver a mis mejores amigas. Un verano lejos de ellas era todo lo que podía soportar. Por suerte, las tecnologías nos mantenían al día a miles de kilómetros.

Mi madre empezó con su ritual de todos los años: recordarme la importancia de la imagen para asegurarse que me convirtiera en toda una mujercita. Eran los pocos minutos que me dedicaba al año. Para ella, el internado era la solución a todos sus problemas: me quitaba de en medio y se aseguraba que su hija hiciese contactos con los hijos de las personas más influyentes del mundo. Como los padres de mi novio.

Tras ver alejarse la limusina con mi madre, subí mis maletas a las habitaciones. Una vez dentro, me permití unos segundos para admirar el lugar. Todo estaba exactamente como lo dejamos hace unos meses. Se respiraba el aire a hogar que tanto había echado de menos. Relajé los hombros por primera vez en horas. Notaba la tensión acumulada por estar junto a mi madre.

Como todos los años era una de las primeras en llegar al internado. Las vacaciones de verano habían terminado y era hora de volver a clase. Sonreí ante el nuevo año que me esperaba por delante. La mayoría de los adolescentes odiaban volver a la rutina, y menos si eso significaba estar encerrados en un internado al sur de Inglaterra, lejos de sus familiares y amigos. Para mí, eso era exactamente lo que me emocionaba; los kilómetros que habría entre mis padres y yo.

Entré arrastrando la maleta y cerré la puerta tras de mí. El sonido de mis tacones era el único sonido que se escuchaba. Nuestras camas seguían intactas y nuestras pertenencias seguían ocupando el mismo lugar. Me senté en mi cama, la más alejada de la puerta, y miré la foto de nosotras que colgaba sobre la cama de Sam. Sonreí ante el recuerdo de las tres en la fiesta de primavera del año pasado.

Repasé mentalmente todo lo que tenía que hacer. Era una manía que no podía evitar, todo tenía que salir tal y como esperaba, para todo había un plan y si algo salía mal... perdía el control. Observé mi reloj de Carolina Herrera y ansiosa me levanté de la cama. Miré detalladamente mi reflejo en el espejo de pie que había junto al lado de la habitación que hacía de vestuario. Alisé mi melena rubia. Tenía que estar perfecta. Era lo mínimo que se esperaba de Alessandra Marzolini.

Todo el mundo hablaría de lo que llevaba puesto, de mi peinado o del pintalabios que había elegido para la ocasión. No podía defraudarles, tenían que ver mi mejor versión. Era la presión que tenía ser quien era. Sonreí ante mi reflejo y me animé para el día que me esperaba. Sacudí mi pelo y di media vuelta. Iba a abrir la puerta cuando una conocida voz me sorprendió al otro lado, y un impulso recorrió mi cuerpo. En menos de un segundo estaba gritando el nombre de Sam y echándome a sus brazos. Ambas gritamos eufóricas mientras saltábamos sobre nuestros carísimos tacones. Estaba segura que desde todos los rincones se podía escuchar nuestros gritos.

OLVÍDAME. Esto es la guerra - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora