Capítulo 44

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Mark Fein le presentó una solución a Denny: si renunciaba a reclamar la custodia de
Zoë, el pleito penal desaparecería. Eso dijo Mark Fein. Así de simples eran las cosas.
Claro que era pura especulación suya. No era que los Gemelos Malignos se lo
hubiesen dicho directamente; pero, remitiéndose a su experiencia, Mark Fein sabía
que era así. Uno de los motivos para que así fuera era que la madre de Annika era
prima de Trish. También, porque sus abogados, en las audiencias preliminares,
dejaron claro que no pretendían de ninguna manera que Denny fuese a la cárcel. Se
conformaban con que quedase fichado como delincuente sexual. A los delincuentes
sexuales no les dan las custodias de sus niñitas.
—Son muy arteros —observó Mark—. Y también muy buenos.
—¿Tanto como tú? —quiso saber Denny.
—Nadie es tan bueno como yo. Pero son muy buenos.
En algún momento, Mark llegó incluso a aconsejarle que quizá lo mejor para Zoë
fuese quedarse con sus abuelos, dado que estaban en condiciones de ofrecerle una
niñez más acomodada, y de pagar su educación superior, cuando llegase el momento.
Además, sugirió Mark, si Denny renunciaba a ser el principal responsable de Zoë,
tendría más tiempo para dedicarle a su profesión, como instructor y como piloto, y
podría aceptar trabajos fuera del estado y participar en carreras en todo el mundo.
Observó que los niños necesitan un ambiente familiar estable, lo cual, dijo, es más
fácil de obtener con un domicilio fijo y sin cambiar constantemente de programa
educativo, y asistiendo a una escuela en los barrios residenciales o a una institución
urbana privada. Mark le aseguró a Denny que aceptaría esta situación sólo si se le
concedía un régimen de visitas generoso. Pasó mucho tiempo procurando convencer
a Denny de la verdad de estas afirmaciones.
A mí no me convenció. Claro, yo entiendo que un piloto de carreras debe ser
egoísta. Tener éxito en los primeros niveles de cualquier disciplina requiere egoísmo.
Pero cuando Mark Fein le decía a Denny que debía poner su profesión por encima de
su familia, pues es imposible ser triunfador en ambas cosas al mismo tiempo,
simplemente se equivocaba. Muchos nos convencemos a nosotros mismos de que el
compromiso es necesario para alcanzar nuestros objetivos. Que no todo aquello a lo
que aspiramos es posible, y que debemos eliminar lo superfluo y no pretender que la
luna puede ser nuestra. Pero Denny se negaba a aceptar ese punto de vista. Quería a
su hija, y quería su carrera de piloto. Y no estaba dispuesto a sacrificar a ninguna de
las dos por la otra.
Las cosas cambian deprisa en la pista. Recuerdo una carrera a la que acompañé a
Denny. Me quedé con su equipo mientras él corría. Lo mirábamos desde cerca de la
línea de salida, que también era la meta. Faltaba una vuelta y Denny iba tercero, detrás de otros dos coches. Pasaron frente a nosotros, y cuando lo hicieron otra vez, y
ya era el momento de que bajara la bandera a cuadros, Denny iba delante. Ganó la
carrera. Cuando le preguntaron cómo había hecho para pasar a los otros dos en la
vuelta final, sólo sonrió y dijo que cuando vio que el asistente de pista meneaba un
dedo para indicar que era la última vuelta, tuvo un relámpago de intuición y se dijo:
«Voy a ganar esta competición». Uno de los que iban por delante de él se despistó, el
otro hizo una mala maniobra, permitiendo que Denny lo pasara con facilidad.
—Nunca es demasiado tarde —le dijo Denny a Mark—. Las cosas pueden
cambiar.
Una gran verdad. Las cosas cambian deprisa. Y, como para demostrarlo, Denny
vendió nuestra casa.
No nos quedaba dinero. Lo habían exprimido hasta la última gota. Mark había
amenazado con dejar de ocuparse de su defensa. A Denny no le quedó otro remedio.
Contrató un camión de mudanzas y llamó a sus amigos, y un fin de semana de
verano trasladamos todas nuestras pertenencias de nuestra casa del distrito central a
un apartamento de un dormitorio en Capitol Hill.
Yo amaba nuestra vieja casa. Sé que era pequeña. Dos dormitorios y un cuarto de
baño. Y el patio era demasiado pequeño como para correr. Y a veces, por la noche, el
ruido de los autobuses en la calle era muy intenso. Pero yo le había tomado cariño a
mi lugar en el suelo de madera dura de la sala de estar, que era muy agradable en
invierno, cuando el sol entraba por la ventana. Y me encantaba usar la puerta para
perros que Denny había instalado para que yo pudiese entrar y salir a mi gusto.
Cuando Denny estaba en el trabajo, yo solía salir por ahí al porche trasero. Cuando se
trataba de un día frío y húmedo, me quedaba allí, oliendo la lluvia y mirando el
movimiento de las ramas de los árboles.
Pero eso se terminó. Se fue. A partir de ese momento, pasé mis días en un
apartamento con alfombras de olor químico, ventanas aislantes que no permitían
suficiente ventilación y una nevera que hacía demasiado ruido y parecía esforzarse
mucho por mantener fría la comida. Y sin televisión por cable.
Así y todo, traté de encontrarle el lado bueno. Me metía en el espacio que
quedaba entre el brazo del sofá y la puerta de vidrio corrediza que daba a un balcón,
tan pequeño que casi no era digno de ese nombre. Y si me encajaba de la manera
adecuada, podía ver más allá del edificio que teníamos enfrente y contemplar la
Aguja Espacial, con sus ascensores de color bronce que llevaban a los visitantes a lo
alto antes de descender.

El arte de conducir bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora