Capítulo 43

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—Ésta no es una conversación que me agrade tener. —Mark Fein se reclinó en su
silla de metal, que gimió, abrumada—. La mantengo con demasiada frecuencia.
Otra vez estábamos en primavera. En el Victrola. Donde estaba la chica de los
ojos color chocolate.
Yo dormitaba a los pies de mi amo en la acera de la Avenida Quince, calentada
por el sol hasta tal punto que parecía que se hubiese podido cocinar en ella. Dormía,
despatarrado, levantando un poco la cabeza para agradecer la ocasional caricia de
algún transeúnte. Todos ellos, de alguna manera, querían parecerse más a mí y ser
capaces de disfrutar de una siesta al sol sin sentir culpa, sin preocuparse. No
imaginaban que, de hecho, y como siempre ocurría durante nuestros encuentros con
Mark, yo me sentía bastante inquieto.
—Estoy listo —dijo Denny.
—Dinero.
Denny asintió para sí y suspiró.
—Sí, estoy atrasado con algunas de tus cuentas.
—Me debes un montón de pasta, Denny —aclaró Mark—. Hasta ahora he sido
tolerante, pero ya no puedo serlo.
—Dame treinta días —dijo Denny.
—No puedo, amigo mío.
—Sí, sí que puedes —replicó Denny con firmeza—. Sí, puedes hacerlo.
Mark sorbió su café con leche.
—Tengo investigadores. Expertos en el detector de mentiras. Empleados legales.
Empleados administrativos. Tengo que pagar a esas personas.
—Mark —dijo Denny—. Te estoy pidiendo un favor. Dame treinta días.
—¿Para pagar todo lo que debes? —preguntó Mark.
—Treinta días.
Mark terminó su café y se incorporó.
—De acuerdo. Treinta días. Nuestro próximo encuentro, por cierto, es en el café
Vita.
—¿Por qué en el café Vita?
—Por mis ojos color chocolate. Se marcharon. Están en el café Vita, así que
nuestro próximo encuentro será allí. Siempre y cuando pagues tu deuda. Treinta días.
—Pagaré —dijo Denny—. Tú, sigue trabajando.

El arte de conducir bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora