Capítulo 40

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¡Oh, septiembre!
Se acabaron las vacaciones. Los abogados volvían a su trabajo. Los tribunales
funcionaban de nuevo. Se terminaron las postergaciones. ¡Se sabría la verdad!
Esa mañana, Denny salió vistiendo su único traje, un arrugado dos piezas de color
caqui, de Banana Republic, y una corbata oscura. Le sentaba muy bien.
—Mike vendrá a la hora de comer y te sacará a pasear —me dijo—. No sé cuánto
tiempo llevará esto.
Mike vino y me sacó a pasear por el barrio, para que no me sintiese solo. Después
se marchó. Más tarde, Denny regresó. Me sonrió.
—¿Vosotros ya os conocéis? —preguntó con tono de broma.
¡Y detrás de él estaba Zoë!
Di un brinco. Salté. ¡Ya lo sabía! ¡Denny vencería a los Gemelos Malignos! ¡Me
hubiese gustado poder dar saltos mortales! ¡Eve había regresado!
Fue una tarde increíble. Jugamos en el patio. Corrimos y reímos. Nos abrazamos
y acariciamos. Cocinamos juntos y nos sentamos a la mesa y comimos. ¡Qué bueno
era volver a estar juntos! Después de la cena, tomaron helado en la cocina.
—¿Vuelves a Europa pronto? —preguntó Zoë de repente.
Denny se quedó paralizado. El cuento había funcionado tan bien que Zoë aún se
lo creía. Se sentó.
—No, no vuelvo a Europa —dijo.
El rostro de Zoë se iluminó.
—¡Viva! —vitoreó—. ¡Vuelvo a mi habitación!
—En realidad —dijo Denny—, me temo que aún no.
Zoë arrugó la frente y frunció los labios, procurando entender la afirmación de su
padre. Yo también estaba desconcertado.
—¿Por qué no? —preguntó al fin, con tono de frustración—. Quiero volver a
casa.
—Ya lo sé, cariño, pero los abogados y jueces deben decidir dónde vivirás. Es
una de las cosas que ocurren cuando muere la mamá de alguien.
—Entonces, díselo —exigió ella—. Sólo diles que vuelvo a casa. No quiero vivir
más con los abuelos. Quiero vivir aquí contigo y con Enzo.
—Es un poco más complicado que eso —dijo Denny, incómodo.
—Sólo díselo —repitió, enfadada—. ¡Sólo díselo!
—Zoë, alguien me acusó de hacer algo muy malo...
—Díselo, y nada más.
—Alguien dice que hice algo muy malo. Y aunque no es verdad, ahora debo ir al
tribunal y probárselo a todos.
Zoë se lo pensó durante un momento.
—¿Fueron los abuelos? —preguntó.
Quedé muy impresionado por la quirúrgica precisión de su pregunta.
—No... —comenzó a decir Denny—. No, no fueron ellos. Pero... están enterados
del asunto.
—Hice que me amaran demasiado. —Zoë hablaba ahora en voz baja y
contemplando su cuenco de helado derretido—. Debí haber sido mala. Tendría que
haber conseguido que no quisieran quedarse conmigo.
—No, cariño, no —exclamó Denny, espantado—. No digas eso. Debes brillar con
toda tu luz todo el tiempo. Solucionaré esto. Te prometo que lo haré.
Zoë meneó la cabeza sin mirarlo a los ojos. Comprendiendo que no había más que
decir, Denny levantó el cuenco de helado y se puso a lavar los platos. Yo estaba
afligido por ambos, pero sobre todo por Zoë, que debía afrontar situaciones llenas de
sutilezas que le era imposible comprender, complicaciones contaminadas por los
deseos enfrentados de quienes la rodeaban, que peleaban por la supremacía como
enredaderas rivales que trepan por una codiciada pared. Entristecida, se fue a su
dormitorio a jugar con los animales que había dejado allí.
Más tarde, sonó la campanilla de la puerta de entrada. Denny acudió a abrir. Mark
Fein estaba allí.
—Es la hora —dijo.
Denny asintió con la cabeza y llamó a Zoë.
—Ha sido una gran victoria para nosotros, Denny —declaró Mark—. Es muy
importante. Lo entiendes, ¿no?
Denny volvió a asentir, pero estaba triste. Como Zoë.
—Fines de semana. Desde el viernes después del colegio hasta el domingo
después de la cena, es tuya —dijo Mark—. Y todos los miércoles, la recoges de la
escuela y la devuelves antes de las ocho. ¿De acuerdo?
—Sí —contestó Denny.
Mark Fein lo contempló en silencio durante un momento.
—Estoy muy orgulloso de ti —dijo al fin—. No sé qué estará ocurriendo en tu
cabeza, pero eres todo un competidor, un luchador magnífico.
Denny respiró hondo.
—Eso es lo que quiero ser —asintió.
Y Mark Fein se llevó a Zoë. Acababa de regresar y ya tenía que marcharse. Me
llevó algún tiempo entender la situación, pero al fin terminé por deducir que la
audiencia que había tenido lugar esa mañana no era parte del pleito penal contra
Denny, sino de otro, por la custodia. Y que se trató de una audiencia que se había
postergado una y otra vez porque los abogados se tenían que ir a sus casas en la isla
López con sus familias, y el juez debió marcharse a su finca de Cle Elum. Me sentí traicionado. Sabía que esas personas, esos funcionarios del tribunal, no tenían ni idea
de los sentimientos que yo había notado, presenciado esa noche a la hora de la cena.
Si la hubieran tenido, lo habrían aplazado todo, cancelado sus otras obligaciones y
dado una rápida solución a nuestro problema.
La cuestión era que sólo habíamos dado un primer paso. El veredicto que impedía
todo contacto había sido aplastado. Denny ganó el derecho a las visitas. Pero Zoë
seguía a cargo de los Gemelos Malignos. Denny aún estaba procesado por una
acusación penal de la que era inocente. Nada estaba resuelto.
Pero los había visto juntos. Los había visto mirarse uno al otro, y reír, aliviados.
Lo que confirmaba mi fe en el equilibrio del universo. Y aunque comprendía que sólo
habíamos sorteado la primera curva de una carrera muy larga, sentí que las cosas
pintaban bien. Denny no era dado a cometer errores, y, con neumáticos nuevos y una
carga completa de combustible, le mostraría a quien lo desafiase que era un
adversario formidable.

El arte de conducir bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora