Capítulo 12

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Alec, una vez que atravesó la puerta de cristal de la entrada, sintió en su cuerpo el cambio de temperatura; mientras afuera la noche estaba helada, ahí dentro hacía mucho calor. Todo estaba atestado de personas, había muchos colores, y mucho brillo. Una enorme fuente de agua y luces de colores se alzaba en el centro del lugar, y junto a ella, sobre un pedestal giratorio, había un reluciente y aparentemente costoso auto. Las personas se aglomeraban alrededor de los diferentes juegos, y todos tenían una radiante sonrisa en su boca. Hombres de etiqueta y bellas mujeres caminaban de un lado para el otro con bandejas en sus manos, repartiendo bebidas alcohólicas a los jugadores. El ojiazul sabía que existían, sin embargo nunca antes había estado dentro de un casino.

—¿Qué hacemos aquí? —le preguntó a Jonathan.

—Vamos a jugar— respondió el rubio, puso una mano en la espalda de Alec y empezó a guiarlo.

—Jonathan... nunca antes había estado en un lugar así— comentó Alec mirando incómodo alrededor— No sé qué hacer, no sé jugar.

—Yo te enseñaré— propuso el chico—Y te prometo que te vas a divertir, de lo contrario no te hubiera traído— ambos caminaron hacia el escritorio de fichas, y Jonathan saludó animadamente a la chica rubia que atendía mientras le pedía el cambio de 100 dólares, según él era un pequeño valor para empezar. Alec notó la familiaridad con la que esos dos se trataron, y recordó que Jonathan tenía acciones en varios casinos en Nueva York. Quizás ese fuera uno de ellos.

Cuando el rubio tuvo las fichas en su poder, se las entregó a Alec y se alejó de allí. Alec lo siguió mientras le daba una mirada a las fichas. Eran duros y pequeños discos de colores.

—Empezaremos con algo fácil...—escuchó que murmuró Jonathan—¡Ya sé! — Alec se vio arrastrado hacia una mesa donde cuatro personas se sentaron alrededor de un grupo de cartas rojas y negras en el centro. El rubio se acercó a cruzar unas cuantas palabras con el encargado, y después de eso, a pesar de que habían muchos alrededor, Alec ya se encontraba sentado en la silla de uno de los jugadores. Definitivamente Jonathan parecía tener cierto poder ahí.

—Bienvenidos, jugadores— habló el hombre de traje de etiqueta encargado del juego—El orden de jugada iniciará con la primera persona a mi derecha, y así sucesivamente alrededor de la mesa—el hombre tomó el montón de cartas de la mesa y le entregó a cada jugador dos, una roja y una negra. Alec miró sus cartas como si se trataran de un raro espécimen.

—Sólo puedes levantar una— le susurró Jonathan al oído. Alec notó que los otros tres jugadores levantaron una de las cartas y la miraron, así que él tomó la roja e hizo lo mismo. Era un diez de corazones rojo.

—¿Y ahora qué? —le susurró Alec.

—Cada uno debe apostar la cantidad de fichas que quiera— respondió el rubio— Después se revelan las cartas. Si tus dos cartas tienen el mismo número o el mismo símbolo, recibes el triple de la suma de la apuesta de todos. Si no lo tiene, pierdes lo que apostaste.

—No entiendo— dijo Alec, pero antes de que Jonathan pudiera volver a hablarle, el encargado habló.

—¿Cuánto van a apostar?

—Dos fichas— habló el hombre a su derecha, tomó dos de los discos de colores, y los dejó en el centro de la mesa.

—Dos fichas— habló Alec, e imitó al hombre.

—Tres fichas— dijo una mujer pelirroja a la derecha de Alec.

—Una ficha— habló el cuarto jugador, un hombre ya de edad. Una vez que todas las fichas estuvieron en el centro, el encargado usó sus dos manos para acercarlas a él.

La resistenciaWhere stories live. Discover now