Capítulo 30

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Magnus estaba en el taller que Camille había organizado para él dentro de la mansión. Se encontraba pintando uno de los bastones que desde hacía mucho tiempo había tallado, pero que nunca tuvo la oportunidad de embellecer. El lugar era amplio y, a diferencia de muchos otros lugares de la casa, cuando era de día, era increíblemente iluminado por la luz natural que se colaba por los amplios ventanales sin cortina que ocupaban toda una pared. Había un enorme escritorio de madera en el centro, en una esquina un enorme mueble con todos los materiales que podría llegar a necesitar, al otro lado una especie de baranda donde colgaba lo que ya estaba hecho, al lado de ésta tenía el área de limpieza con un lavabo, y junto a la puerta había una mesa donde Camille de vez en cuando le traía bandejas de comida en silencio sin llegar a interrumpir su trabajo.

En ese momento era de noche, por lo que Magnus estaba iluminándose con la lámpara en el techo. Dot se había ido hacía unos minutos, y él había decidido tallar en lo que esperaba que Camille volviera, ya que, al no haber visto el programa, quería preguntarle cómo le había ido.

Tomó la brocha y la pasó delicadamente sobre la superficie, pensando vagamente en que algo debía hacer con su habilidad. Primero, no era justo que se quedara viviendo con Camille para siempre, y segundo, tenía un montón de bastones que ni siquiera usaba ya que no había vuelto a fingir cojera. Quizás, podría venderlos.

En mitad de sus pensamientos, escuchó la puerta de entrada abriéndose con un rechinido, por lo que se quitó el delantal para colgarlo en un perchero, lavó sus manos y su cara, y luego se apresuró a salir. Se encontró a Camille subiendo las escaleras con una expresión cansada. La mujer miró hacia arriba, encontrándose con él, y sonrió.

—¿Qué haces aún despierto? Es muy tarde—Magnus no pudo evitar conmoverse. No es que nunca hubiera tenido a alguien que se preocupara por él (después de todo, su padre y Alec lo habían hecho) pero el hecho de que se hubiera ganado el aprecio de Camille a pesar de haber sido prácticamente desconocidos, lo alegraba. Según Dot, ese sentimiento se debía a la esperanza de ver que, después de todo lo que había pasado, aún era lo suficientemente humano como para, de algún modo, lograr encajar en la sociedad al hacer amigos.

—Te estaba esperando ¿Cómo te fue?

—Bueno, ya conoces a Woolsey, no descansa hasta preguntar lo que sea necesario para encontrar una historia— Magnus levantó sus cejas.

—¿Incluso contigo? —la mujer sonrió.

—Woolsey es Woolsey con todo el mundo— repuso, y continuó subiendo los escalones.

—¿Qué historia encontró?

—La tuya— Magnus abrió los ojos, y cuando Camille llegó a su lado, lo miró precavida— No te molesta que te haya mencionado ¿Verdad?

—¿Qué dijiste de mí? —preguntó en lugar de responder. Habían muy buenas posibilidades de que Alec hubiera visto el programa, y más allá del hecho de que el ojiazul se enterara de dónde estaba, lo que le inquietaba era de que Camille hubiera mencionado su tratamiento, y todo lo que estaba haciendo. Se supone que había pasado muchos días colocándose armaduras, pero la idea era que Alec no supiera eso, porque entonces no serviría de nada.

—Oh, no te preocupes, no hablé de tu tratamiento con Dot— Camille sonrió traviesa— De hecho, hice todo lo contrario. Hablé de ti como si estuvieras feliz de la vida, trabajando conmigo, tallando, bailando por todas partes. En ningún momento te hice ver débil— aquello se supone que debería aliviarlo, y de cierta manera lo hizo, pero también le dejó un sin sabor en la boca. Quería tener carácter ante Alec, nunca más quería sentirse menos que un ser humano, pero lo que no quería era que Alec pensara que su separación no le había importado. Camille se dio cuenta de que él no estaba muy feliz, y borró su sonrisa— ¿Hice... mal?

La resistenciaWhere stories live. Discover now