Capítulo 28

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Un mes después

Jace volvió a su casa después de un pesado día en la empresa, y se dejó caer sobre un sofá en la sala. Ahora que él e Isabelle eran oficialmente los que estaban a cargo de todo, tenían muchísimo trabajo que prácticamente les robaba todo el tiempo del día. Clary había dejado de ser la asistente de Alec para convertirse en la asistente de ellos dos, especialmente de Jace, quien era el que estaba más pendiente de informes y contratos y esas cosas que involucraban trabajo de oficina. Isabelle era más de ir a la planta de producción o a salir para ir a reuniones o conferencias en otras empresas. Ella se estaba encargando de la tarea de relaciones públicas.

Alec técnicamente no tenía nada que hacer, salvo llamar e ir cancelando todo lo que se había acordado para su boda. Tanto Jace como Isabelle estaban preocupados por dejarle esa tarea a su hermano, considerando lo afectado que estaba; pero cada vez que sugerían hacerlo ellos mismos, o al menos ayudar, Alec los echaba justificándose en que aquello era algo que él necesitaba hacer por sí mismo.

Quizás sus hermanos estuvieran la mayor parte del tiempo ocupados, pero no eran ciegos como para no notar que su hermano la estaba pasando muy mal. Se iba en las mañanas y llegaba muy tarde sin siquiera informar dónde demonios había estado, también tendía a gritarle a los empleados, algo que ya era sumamente raro en él; y lo que a Jace más le preocupaba: más de una vez lo había encontrado abrazando alguna camisa de Magnus, o acariciando con sus dedos alguno de los bastones de madera. Alec se veía miserable, pero al mismo tiempo se enojaba cada vez que alguien se lo mencionaba, por lo que todos en la mansión se habían convertido en silenciosos testigos.

Jace, sin embargo, quería hacer algo. Alec no le había vuelto a preguntar dónde estaba Magnus, y no sabía si eso era bueno o malo. Por un lado quería que su hermano superara al moreno, pero por el otro sospechaba que ya era muy tarde para eso. Se puso de pie y se dirigió a la habitación del ojiazul. Ya había dejado pasar un mes desde que había hablado con Camille, y consideraba que aquel era el tiempo suficiente para que Magnus se recuperara de lo que sea que la ruptura con Alec había provocado en él. Ahora, era el momento de enfrentarlo.

Tomó las cosas de su ex cuñado y las guardó en una maleta grande, teniendo cuidado de no olvidar nada. Después tomó la maleta pequeña y guardó dentro de ella los materiales de tallar madera que habían estado regados por todo el suelo (Jace tenía la sospecha de que Alec había intentado hacer aquel oficio  y no lo había logrado, pero como con todo, él no podía siquiera mencionarlo). Y, finalmente tomó una pequeña linterna azul de la mesa de noche y la guardó dentro de su bolsillo. Le dio una última mirada a la habitación donde ahora sólo estaban las cosas de Alec, y levantó la barbilla, convenciéndose a sí mismo de que aquello era absolutamente necesario.

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Jace no era como Alec, y a él no le aterrorizaba la mansión de Camille. Le parecía interesante, pero no le daba miedo. Se encontraba parado frente a la puerta de entrada, escuchando curioso cómo el sonido del timbre parecía retumbar en todas partes, como si la extraña música sinfónica hubiera sido reproducida con un parlante. Sabía que era tarde, debían de rondar las nueve de la noche, pero no tenía otro momento para ir. Afortunadamente, Alec aún no había llegado de donde sea que estuviera, por lo que tenía un poco de tiempo para entregarle a Camille las cosas de Magnus y preguntarle por su salud.

Su sorpresa fue enorme cuando, en lugar de Camille o de algún sirviente, fue el mismo Magnus quien le abrió la puerta. Su cabello negro había crecido, y ahora lo peinaba en picos, con algunos mechones blancos y rosas. Estaba usando una ligera camisa rosada, un pantalón blanco ajustado, y converse. Ya no quedaba nada de aquel chico elegante con trajes morados o azules oscuros.

La resistenciaWhere stories live. Discover now