Capítulo 36

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Salió y entró de su habitación. Caminó por los corredores, por los jardines, leyó algunas páginas de los libros que habían en su habitación, y ni siquiera así logró calmar su ansiedad. Sospechaba que Isabelle debía estar en la portería, y Jace en la cocina robándole chocolate a Jordan; sus dos hermanos totalmente tranquilos ya que, al fin y al cabo, la visita de sus padres les había dado un día libre. Alec, por el contrario, se preocupaba por el hecho de que se estuviera anocheciendo, y ni Robert ni Maryse habían llamado para darles noticias. ¿Y si descubrieron algo mucho peor? ¿Y si la deuda, de algún modo, creció? ¿Y si la empresa estaría hipotecada para siempre?

Y el hecho de que Magnus estuviera al otro lado del océano con Woolsey Scott, no ayudaba a sus nervios. El moreno lo había llamado cómo había prometido, y no había sonado asustado o arrepentido por el viaje. En realidad, aquella llamada fue tan casual que Alec sintió un pinchazo de molestia. ¡Magnus se había ido de viaje con su ex amante, por dios! ¿Cómo era posible que el moreno pareciera no captar la magnitud de tal hecho? Y luego, para acabarlo de rematar, Magnus había vuelto a insistir en ese "gran cambio" que había hecho para que Alec volviera a aceptarlo.

Una vez el ojiazul había leído sobre una pareja, un hombre y una mujer. Ambos fueron felices por un tiempo, pero luego se divorciaron. Ella, deseando reconquistarlo, y aprovechándose de la fascinación sobrehumana del hombre por los gatos, procedió a hacerse múltiples intervenciones quirúrgicas para parecer un felino. Él nunca se lo pidió directamente, pero fue como si ella hubiera sentido que aquello era lo que él quería para que volvieran a estar juntos. Al final, en lugar de ser una mujer o un gato, terminó pareciendo una extraña mutación de las dos razas, y él nunca volvió a su lado. Alec sentía que aquella historia se asemejaba mucho a la propia, porque quizás, cuando terminaron, había dado a entender que quería que Magnus cambiara, pero ahora que lo había hecho, ya no estaba tan convencido. Quizás fuera egoísta o hipócrita al pensarlo, pero prefería al viejo Magnus, aquel del que se había enamorado, que expresaba alegremente sus sentimientos como si fuera un niño, y que cometía errores como cualquier ser humano. Ahora el moreno parecía perfecto, sin dolor, sin dudas, con todo cubierto en su vida; y era como si Alec fuera solo un capricho, porque en realidad no parecía necesitarlo.

Aun así, tampoco podía decirle "Vuelve a ser el de antes". Magnus no era plastilina que se moldeaba como Alec quisiera. Era un ser humano que luchaba por superar, y el ojiazul no podía impedirle eso.

Cansado de no obtener más noticias, ni de sus padres ni de Magnus, decidió hacer aquello que había estado rondando su cabeza: ir a ver a Camille. Era claro que Magnus lo estaba dejando por fuera de algo importante, y si su corazonada era cierta, el moreno tuvo que haberle hablado a la rubia sobre eso, puesto que ahora esos dos parecían confidentes. No le hacía ninguna gracia, y que le corten la cabeza si Camille no era una mujer extraña que le inspiraba desconfianza.

Tomando sin autorización el auto de Izzy, salió de la mansión y sacudió su mano hacia la portería, donde su hermana abrió la boca e intentó correr hacia él, quizás para exigirle que dejara su pequeño automóvil en su lugar, pero Alec simplemente se giró para mirar al frente y aceleró.

Siempre había odiado la mansión de Camille, y ahora que se había vuelto un hogar para Magnus, experimentaba cierto sentimiento de celos hacia la vieja e imponente construcción. Aun así, se tragó sus dudas de si aquello era una buena idea, y timbró. Unos momentos después Camille apareció en el umbral usando un largo vestido de gaza amarilla, y una fina sonrisa en sus labios rojos.

—Alec, pero que grata sorpresa— saludó—Magnus no está, se fue de viaje por unos días. Si quieres, puedes dejarle un mensaje, y yo con mucho gusto le diré que vaya a verte a penas vuelva.

La resistenciaWhere stories live. Discover now