Capítulo 27

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Dot era una psicóloga que tenía su consultorio en Brooklyn. No tenía familia, y podría considerarse hermosa teniendo en cuenta que estaba por llegar a sus cuarenta años. Ella acompañó a Woolsey a la mansión de Camille mientras el periodista intentaba relatarle cómo había recogido a Magnus, luego como éste último parecía muerto en el asiento, y finalmente cómo se había aferrado a Camille. Dot solo escuchaba y asentía, de todos modos no podía dar un diagnóstico hasta conocer al tal Magnus.

Ambos llegaron a la mansión y se apresuraron a la habitación, donde Magnus y Camille seguían en la misma posición en la que Woolsey los había dejado. La rubia le sonrió a la psicóloga.

—Gracias por venir—ambas, aunque no eran amigas en todo el sentido de la palabra, habían tenido una relación psicóloga-paciente algunos años atrás, por eso Camille sabía que Dot era la mejor opción. Esta última asintió hacia su ex paciente, y luego dirigió su mirada hacia Magnus, acercándose un poco más para poder observarlo con detalle. El chico tenía ambos brazos alrededor de Camille, pero no parecía abrazarla específicamente a ella, al contrario, su mente parecía estar en otra parte. Frunció el ceño.

—¿Cuánto tiempo dices que lleva así?

—Por lo menos una hora— respondió Woolsey cooperante.

—De acuerdo, lo primero que vamos a hacer es obligarte a soltarte— dijo Dot, y Camille miró hacia Magnus con la duda en el rostro.

—Pero... él no quiere soltarme— comentó sin convicción.

—Tenemos que obligarlo. Necesita luchar contra lo que sea que tenga por sí solo, y superarlo sin ayuda de nadie. Si se apoya en ti al recuperarse, luego serás indispensable para él, y si por alguna razón llegas a faltar, volverá a caer de nuevo. En cambio, él siempre se tendrá a sí mismo— la voz de Dot era tranquila y profesional. Woolsey le creyó, y por eso se acercó para tomar a Camille de los hombros e intentar separarla de Magnus. Este último empezó a removerse y a intentar volver a agarrarla, pero la rubia salió de su alcance, y Magnus ni siquiera abrió los ojos para hacer más fácil su búsqueda.

—¿Y ahora qué? —preguntó Woolsey.

—Ahora salgan de aquí—pidió Dot, y ellos salieron de la habitación cerrando la puerta a su espalda. La psicóloga dio vuelta a la cama y se acercó al oído de Magnus—Hola— saludó en un susurro— Me llamo Dorothea, pero puedes decirme Dot. ¿Cómo te llamas? — Magnus abrió los ojos y se giró hacia el sonido de la voz. No respondió, y sus ojos tampoco enfocaban. La psicóloga se irguió—Entiendo, Magnus— caminó hacia el armario, sacó un paño que seguramente pertenecía a Camille, lo humedeció en el baño con agua fría, y luego volvió para ponérselo a Magnus en la frente. A penas el chico sintió el cambio de temperatura, parpadeó repetidas veces, como si hubiera estado en otro mundo pero ahora había algo que lo halaba de vuelta al planeta tierra— Vamos a tener una pequeña charla ¿Te parece?

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Camille y Woolsey esperaron en la sala, los dos ansiosos porque Dot saliera y les dijera qué era lo que pasaba. La rubia, a pesar de fingir estar concentrada en su té, le lanzaba de vez en cuando miradas extrañas a su mejor amigo, intuyendo que Woolsey sabía más de lo que aparentaba; sin embargo, no podía presionarlo. Así era como funcionaban las cosas entre ellos: No se exigía confianza, solo esperaban hasta que por sí mismos se dieran cuenta de que necesitaban desahogarse con alguien, y entonces se buscaban, porque sabían que siempre estarían para el otro.

—¿Cómo va el programa? —preguntó la rubia casualmente.

—Bien, siento que me hace falta sacar una noticia jugosa, pero hasta que haya algo, tendrá que bastarme con seguir entrevistando a idiotas protagonistas de musicales de Broadway— la mujer sonrió.

La resistenciaWhere stories live. Discover now