Capítulo 23

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Estaban en Japón, más específicamente en una cabaña que Alec había rentado lo suficientemente alejada de todo el bullicio de Tokio. A pesar de que dicha ciudad estuviera totalmente tecnificada, el lugar donde se iban a quedar parecía que se había quedado estancado en la época de la dinastía Yamato, y a Magnus le encantaba. Se trataba de una casita de un piso con suelo de madera y las típicas puertas blancas corredizas. Estaba rodeada de un hermoso jardín repleto de flores y árboles de cerezo con sus preciosas hojas rosadas moviéndose suavemente con el viento, haciendo que algunas de ellas cayeran al suelo y crearan una hermosa alfombra rosa pastel.

Ambos se quitaron los zapatos y los dejaron en el genkan, es decir, la parte de suelo junto a la puerta que, en lugar de ser de madera, era de piedra; y después entraron a explorar. El comedor dentro de la cabaña se trataba de una pequeña mesita de madera con un tallado tan hermoso que Magnus duró admirándolo al menos diez minutos. No había sillas, en lugar de ducha había solo lo que parecía una piscina dentro del baño, y la única cama se encontraba en medio de una lluvia de velos y gasas de color rojo.

Magnus observó todo el lugar con detalle, demorándose un poco más en aquellos muebles con finos y antiguos tallados.

— ¿Te gustó? —Alec apareció detrás de él.

—Todo es hermoso— respondió, a lo que el ojiazul sonrió.

— ¿No estás cansado? —Magnus se giró a verlo.

—No— contestó sorprendido— ¿Qué hora es?

—Aquí son las cinco de la tarde. Deberían ser las cuatro de la mañana en Estados Unidos—Magnus abrió los ojos.

— ¿Cómo es eso posible? Eran como las tres de la tarde cuando despegamos— Alec lo miró con ternura y caminó hacia él.

—Magnus, no te diste cuenta ¿Verdad? Volamos como por trece horas— Magnus casi se desmaya al escuchar aquello. ¿Cuándo había hecho eso? Para él por mucho habían sido dos horas. Alec notó su confusión— Estuvimos entre dormidos y despiertos la mayoría del tiempo, para mi también fueron apenas unos minutos, pero sé qué tan lejos queda Japón de Estados Unidos. Estamos muy lejos de casa—aquello hizo que Magnus olvidara su confusión del helicóptero, y se centrara en lo que Alec decía. Estaban muy lejos de la mansión, muy lejos de cualquier persona, en realidad; y estaban completamente solos.

Todo era tan privado, tan íntimo, tan perfecto, que Magnus sintió que ni siquiera necesitaba casarse con Alec para sentirlo más unido a él de como lo sentía en ese momento. Solo se tenían el uno al otro, y así sería por cuatro días, antes de que volvieran a América a prepararse para la boda.

— ¿Quieres comer algo? —Alec no se esperó por una respuesta, sino que se giró hacia la cocina con Magnus pisándole los talones. Una vez que llegaron, empezaron a sacar la comida de los gabinetes y a dejarla sobre el mesón para así tener una idea de con cuales ingredientes contaban. El moreno no necesitaba preguntar para saber que Alec se había encargado de abastecerlos antes de que llegaran.

— ¿Qué opinas? —le preguntó al moreno después de que todo estuvo a fuera. Magnus estudió la comida, pensando en qué preparar que no fuera muy pesado para el estómago, pero que al mismo tiempo fuera delicioso.

Ohagi— contestó, y Alec asintió con una sonrisa.

Ambos empezaron a cocinar. Al principio habían intentado hacerlo de manera ordenada delegándole a Magnus la tarea de cocer el arroz dulce mientras Alec se encargaba de hacer la masa de kinako, pero después encontraron divertido lanzarse harina entre ellos, y luego embadurnar la cara del otro con chocolate en medio de carcajadas. Entre juego y juego, el tiempo se pasó en un borrón, y antes de que Magnus se diera cuenta se encontraba rodeado de los brazos de Alec mientras con su lengua saboreaba el chocolate que había alcanzado a caer en el cuello del ojiazul.

La resistenciaWhere stories live. Discover now