Capítulo 35

587 61 20
                                    

Alec no podía creer que tuviera a sus padres justo al frente. Había sospechado que su madre había quedado intranquila desde aquella llamada en al casino, pero nunca creyó que su intranquilidad llegaría hasta el punto de obligarla a tomar un avión ahí mismo y viajar a otro continente. Porque, considerando la hora y el tiempo que tardaba el vuelo, solo tenía sentido que Maryse y Robert se hubieran ido al aeropuerto en el acto.

Y lo peor de todo era que no recordaba con exactitud todo lo que le había dicho a su madre. ¿Y si había soltado algo que no debía?

—¿Están aquí por Alec? —preguntó Isabelle.

—Sí, y también por ustedes— respondió Robert. Simón atravesó la puerta de la entrada cargando más maletas, y el hombre sonrió hacia él— Por cierto, este chico es encantador. El pretendiente más interesante que has tenido, hija—Simón, ruborizado hasta las orejas, ignoró aquel comentario y procedió a subir las escaleras con el equipaje— ¡A nuestra habitación! —habló Robert.

—Sígueme, Simón—dijo Maia, seguramente pensando que el chico de gafas no sabía cuál era la habitación de Maryse y Robert. Ella tomó las maletas que Robert había dejado en el suelo, y luego se dirigió a las escaleras.

—Nunca creí que habría un momento de mi vida en el que mi hijo mayor fuera a emborracharse a un bar por un corazón roto— informó Maryse cruzando sus brazos.

—No estaba borracho...— replicó débilmente el ojiazul. No tenía la valentía para declarar aquello en voz alta, porque estaba sintiendo vergüenza hacia sus padres—Y no era un bar.

—Era un casino— corrigió Jace cooperativamente— Y no era necesario que vinieran, nosotros lo teníamos todo cubierto.

—¿Enserio? —preguntó Maryse escéptica— Veamos, si Alec ya no está trabajando en la empresa ¿De dónde saca el dinero para ir a un casino? — todos dirigieron la mirada hacia el ojiazul, esperando una respuesta.

—Yo tengo dinero ahorrado—respondió incómodamente— He trabajado por años, y en realidad no he gastado en casi nada.

—Su madre y yo obtenemos semanalmente el registro de los movimientos de sus tarjetas bancarias— informó Robert astutamente. Isabelle y Jace dejaron caer sus mandíbulas.

—¿Ustedes qué? —preguntó Jace.

—Jace me ha estado obligando a derrochar el dinero— soltó la pelinegra. El rubio la fulminó con la mirada.

—El punto aquí— intervino Robert, antes de que los hermanos empezaran a discutir— No es si Isabelle ha ordenado cada par de botas que ha salido, o si Jace disfruta comprando relojes que valen más que una casa estándar, y ni siquiera si los dos han comprado un yate que guardan en una bodega alquilada en Praga.

—Aunque eso lo discutiremos después— intervino Maryse.

—El punto es que es raro que Alec haga movimientos con su dinero— continuó el hombre— Hace unos meses los hizo, y luego dedujimos que fue para organizar la boda. Pero aparte de eso, su dinero ha estado intacto—todos volvieron a mirar al ojiazul.

—El dinero que gasto es el que tengo en físico— se excusó el chico. Maryse entrecerró los ojos hacia él.

—Conociéndote, no lo dudo. Pero solo por si acaso ¿Puedes asegurarme que solamente has pagado con ese dinero? —Alec pasó saliva. Detestaba la habilidad de sus padres para ver a través de él.

—Puede que haya firmado un préstamo en el casino, y que lo haya conectado con mi cuenta bancaria—Maryse asintió, como si desde un principio supiera aquello.

La resistenciaWhere stories live. Discover now