Capítulo 32

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Magnus terminó de pintar una de sus últimas creaciones, y luego la acomodó en el alfeizar de la ventana para que el aire fresco de afuera la secara. Había creído que hacer aquello que tanto le gustaba le ayudaría a distraerse, pero  no había pasado. En el hospital se había armado de valor y había hablado con Alec, demostrándose a sí mismo de que estaba preparado, pero al final no había servido de nada arriesgarse ya que aquella charla no había llegado a ningún lado. Necesitaba volver a hablar con el ojiazul, y si Alec aún seguía sin comprender que había cambiado por él, entonces se lo diría directamente. Tal como le había dicho a Camille: No se iba a rendir hasta haber agotado todas sus posibilidades.

Se quitó el delantal y las gafas de seguridad, y salió del taller. Se encontró a Camille sentada en la sala con una taza cuyo contenido ya estaba frío en sus manos, y mirando hacia la pared. Magnus tuvo curiosidad de saber qué era lo que estaba pensando, pero quizás aquel no era el momento de preguntarlo ya que tenía un poco de prisa. La mujer se dio cuenta de su presencia y lo miró.

—Voy a salir—informó Magnus, y Camille asintió.

—No vuelvas tarde. ¿Quieres llevar mi auto? —Magnus creyó que aquello ya era demasiado, no iba a abusar de la hospitalidad de ella.

—No, gracias. Caminaré— y con eso salió del lugar, dejando a Camille nuevamente sumida en sus pensamientos.

Estando en la calle, metió las manos dentro de sus jeans, levantó la barbilla, y empezó a caminar por la acera. Podía sentir la mirada de los demás transeúntes, y recordó una vez en la que Dot le había dicho que aquello era normal, que en algún momento iba a caminar y podía llegar a jurar que todos lo miraban y juzgaban, pero ya había aprendido que todo estaba en su mente, y que en realidad él solo era un ciudadano más. Teniendo eso en la cabeza, siguió su camino; un minuto después, ya se sentía como alguien normal, y dos minutos después, sus pensamientos dejaron de atemorizarlo hasta el punto de maldecirse a sí mismo pensando en algo tan banal como el hecho de haber olvidado tomar un abrigo.

Bastaron unos minutos para que llegara a la mansión Lightwood, y como era natural, el primero que lo vio fue Simón, quien dejó la portería y corrió hacia él.

—¡Magnus! No puedo creer que seas tú, cuanto tiempo. Te ves... colorido. Me alegra mucho verte.

—Hola, Sylvester—el castaño borró su sonrisa.

—¡Simón! ¿Sabes qué? Ya no me alegra verte.

—¿Quién es Sylvester? —Simón frunció el ceño.

—No lo sé— Magnus asintió y le dio una mirada a la mansión. Probablemente, ahora nunca lo sabría— ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver a Alec.

—Qué mala suerte, no está— Magnus lo miró.

—¿Ah, no? —había supuesto que después del hospital, el ojiazul había vuelto a casa— ¿Dónde está?

—No tengo idea. Salió esta mañana y no ha vuelto desde entonces, igual que Izzy y Jace, pero sé que ellos están en la empresa—Magnus miró hacia el cielo. Aún era soleado, así que con un poco de suerte podría esperar a Alec y alcanzar a hablar con él antes de que anocheciera. A donde sea que hubiera ido, dudaba que tardara toda la tarde.

—Lo esperaré adentro— informó. Simón pareció dudar en si era buena idea dejarlo entrar o no, pero al final, lentamente, lo dejó pasar. Magnus atravesó el camino de acceso y luego el jardín, siendo consciente de la mirada de Simón a su espalda, como si el castaño estuviera debatiéndose entre alcanzarlo y sacarlo, o dejarlo continuar.

La resistenciaWhere stories live. Discover now