Capítulo 13

680 85 34
                                    


Magnus salió del edifico del Praetor Lupus y llegó a la calle, pero antes de dar otro paso, extendió su mano hacia la pared y se apoyó mientras intentaba regular su respiración. No era solo el hecho de que se sentía agotado físicamente, o que las mordidas de Woolsey en su cuerpo le estuvieran ardiendo tanto haciéndolo sospechar que quizás algunas sangraban; en realidad lo que más hacía mella en él era el hecho de que no había logrado sacar a Alec de su cabeza. El ojiazul estuvo presente todo el tiempo en la oficina de Woolsey, y aunque al principio todo ocurrió por culpa de los sonidos que el periodista producía, después ya no lo fue. Primero había visto a Alec en Woolsey, y luego dejó de ocurrir, algo que era mucho peor, porque lo había imaginado sonriéndole adorablemente, y al mismo tiempo sabía que estaba besando a otro hombre que no era él.

Besando a otro hombre...

Aquello había sido más que simples besos, y el moreno ni siquiera podía arrepentirse. Después del momento, Woolsey, con los ojos brillantes, el cabello revuelto, y las mejillas sonrojadas, le había sonreído, lo había felicitado por su astucia, y le había asegurado que ya no tenía de qué preocuparse ya que no publicaría nada. Por ese lado, Magnus lo celebraba; ahora el honor y el nombre de Alec estarían a salvo. Pero por otro lado, estaba aterrado por lo que había hecho. Esa siempre había sido su desastrosa vida, y por algún motivo ahora sentía que estaba traicionando a Alec, aunque en realidad no tuvieran nada.

El hecho de que no hubiera podido dejar de pensar en Alec mientras complacía a Woolsey, y ahora la culpabilidad que le quemaba el pecho, solo podían ser indicios de una cosa: él sentía algo por el ojiazul.

Después de unas largas y pausadas respiraciones, empezó a caminar inestablemente por la calle sintiéndose un poco atontado. ¿Qué haría ahora que sabía lo que sentía? Nada, porque no había nada que pudiera hacer, salvo continuar fingiendo. Nunca podría confesarse a Alec porque simplemente nunca sería digno de él. Su cuerpo estaba manchado, y su vida entera era un desastre. Lo único que podía hacer por el ojiazul era casarse con él y cumplir con el año de matrimonio que Alec necesitaba para quién sabe qué cosas, después volvería a Inglaterra y regresaría a su antigua vida.

Recordó la escena de celos que había tenido la noche pasada, la forma en la que el rostro de Alec se había iluminado como el de un ángel al acabar con la oscuridad y abrir la puerta del depósito donde lo habían encerrado, e incluso lo preocupado que estaba por el miedo de Alec cuando fueron a la entrevista en televisión. Se aterró sólo de preguntarse cuánto tiempo llevaba sintiendo lo que sentía, y a medida que sus pensamientos lo iban carcomiendo, sus pies empezaron a moverse por sí solos por las calles.

**********************************************************************************************************************************************************************************************

Alec, de repente, se paró de la silla en la que había estado sentado las últimas horas. Había perdido casi todas sus fichas, y no podía estar más molesto.

—Lo lamento, Alec, pero creo que la suerte ésta vez no estuvo de tu lado— comentó Jonathan a su espalda. Alec miró ceñudo a los otros jugadores antes de girarse hacia el rubio.

—Enséñame a jugar otro juego— Jonathan lo miró sorprendido.

—¿Estás seguro?

—Si—la mirada se tornó curiosa.

—Veo que te está gustando esto, pero no entiendo por qué. No necesitas el dinero—Alec meditó aquello, y en realidad no tenía una buena respuesta. Dirigió su mirada hacia la mesa de juegos de la cual acababa de pararse, y estudió a sus recientes contrincantes. Jonathan lo observó y entendió— Ya comprendo. Es por ganarles.

La resistenciaWhere stories live. Discover now