Capítulo 29

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Magnus movió sus dedos sobre las teclas del piano mientras que intentaba recrear una de las canciones que había aprendido en su infancia. Camille estaba de pie justo detrás de él, pendiente de cualquier movimiento brusco o incorrecto para corregirlo al instante, pero no hubo ninguno, porque si a Magnus se le olvidaba la nota siguiente, improvisaba. No era un genio en el instrumento, y quizás el ritmo no sonaba tan delicado como debería, pero vaya que lo disfrutaba.

Finalmente la canción terminó y separó sus manos del piano.

—¿Cómo lo hice? —preguntó.

—Sorprendentemente bien considerando que llevas años sin tocar— halagó Camille— Pero terriblemente mal para ser inglés—Magnus sonrió.

—Siempre he sido así, la música es una habilidad que no se me da. Pero la disfruto— la mujer asintió y caminó para sentarse en la silla junto a Magnus. Luego estiró una mano, y usando solo cinco dedos, tocó las teclas con maestría, reproduciendo un hermoso y delicado sonido. Magnus la miró embobado.

—¿Quién te enseñó a tocar?

—Ralf— el moreno dirigió su mirada hacia el piano. Quizás a Camille no le molestaba el tema, pero no quería ser inoportuno. La rubia notó el cambio— Magnus, podemos hablar de Ralf, no tengo ningún problema.

—No quiero que te duela.

—El dolor nos hace más fuertes. Tú deberías saberlo— "Buen punto" pensó Magnus. Y, aprovechando que habían tocado el tema, había algo que desde hace días quería preguntar.

—Dot no me dice mucho, pero el primer día me dijiste que ella era tu psicóloga personal—Camille asintió— ¿Buscaste su ayuda cuando Ralf murió?

—Sí— la rubia soltó un suspiro y miró firmemente al moreno. Esas eran una de las cosas que a Magnus más le gustaban de su nueva vida: Puede que él y Camille no se conocieran bien, pero sentía que allí había sinceridad, y que ella era totalmente abierta con él— Woolsey y Ralf vinieron de Inglaterra cuando ambos eran jóvenes, quizás Ralf tenía tu edad. Nos conocimos, y nos enamoramos. Yo siempre fui una mujer solitaria, pero eso cambió cuando lo encontré, vino a vivir conmigo, me hizo sonreír, me hizo pensar en un futuro a su lado, en tener un hijo, formar una familia. Ambos soñábamos con eso. Y entonces todo se acabó en un segundo. No hay nada más horrible que tener una probada de felicidad, y luego que todo se termine. Ahí fue cuando contacté a Dot.

—¿Y te sirvió?

—Claro que lo hizo. Como ya te diste cuenta, ella sabe muy bien lo que hace. Me enseñó a ser fuerte y a que no necesito que Ralf esté aquí para sentirlo conmigo—Magnus levantó sus cejas, eso le interesaba.

—Ah, ¿No?

—No— Camille sonrió— Quizás Dot algún día te dé la clave para que puedas superar a Alec— Magnus borró su expresión y nuevamente miró hacia las teclas del piano. Podía aparentar ser fuerte, pero no era necesario hacerlo con Camille, ya que ella día a día veía su progreso. La rubia decidió cambiar de tema— ¿Sabes? Estaba pensando en que podría enseñarte a tocar el piano.

—No, gracias— respondió— Lo que sé, me trae hermosos recuerdos. No quiero aprender más— Camille asintió, sin embargo, no se dio por vencida. Se daba cuenta de que Magnus cumplía obedientemente todo lo que Dot le decía que hiciera, y eso estaba bien, pero sospechaba que no era sano que el moreno se quedara todo el día en la mansión sin hacer nada. Quería encontrarle algún pasatiempo para que no se sintiera como en un manicomio, solo viviendo para su tratamiento.

—Pero debe haber algo más. ¿Qué te gusta? —Magnus no tenía que pensarlo.

—Me gusta tallar madera.

La resistenciaWhere stories live. Discover now