Relato nº69

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Por las tardes me tumbo en el sofá pequeño, en el que está al lado de la ventana, y contemplo el naranjo que está en la puerta. A veces abro y cierro la ventana con la mano mientras canturreo algo cuando estoy tumbada, o llevo el ritmo de la canción dándole golpes al mueble de detrás.
Me gusta caminar por la acera izquierda mientras voy por la calle, y mirar la gran gama de fachadas del pueblo. No suelo estar mucho tiempo en la calle, y siempre vuelvo a casa temprano. Lo hago por los sitios en donde hay más luz, porque la oscuridad me da miedo.
Siempre me tapo por las noches porque tengo miedo, aunque a veces pienso que tengo a alguien que quiero al lado y hace que todo esté bien. Sé que no es real, pero al menos me ayuda a dormir. Duermo tarde, porque las almas tristes siempre están despiertas después de media noche.
Cuando me despierto, me gusta no pensar en nada. Son dos minutos de tranquilidad, pero los demonios vuelven en seguida a atormentarme. A veces la tormenta es tan grande que pongo música para alejarla, la música me ayuda en los días tristes. Música por la mañana y dibujos por las noches. Una sonata de piano. Un lápiz desgastado. Y vuelta a empezar.
A veces empiezo a hacer tareas largas en la madrugada. Cuando quiero hacer algo y no veo impedimento, simplemente empiezo. No me gusta quedarme con las ganas.
Me gustaría ser más paciente, porque siempre estoy esperando algo. Un día, un suceso, una persona... Vivo esperando. Quizá ese sea el motor de mi vida. Me pregunto si alguien me está esperando a mí, si lleva todo este tiempo esperando que nos encontremos.
Pero nadie espera para siempre.

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