Relato nº86

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Tengo un reloj en mi habitación y aún sigue funcionando.
Nunca miro la hora en el reloj. De hecho, ni siquiera puedo, pues cuando me despierto no tengo las gafas y no puedo verlo.
Tampoco le echo mucha cuenta.
A veces lo escucho, a veces lo ignoro.
Y ahí sigue, dando la hora todos los días.
Y yo prefiriendo mirarla en mi teléfono.
Y él permanece constante y no se para.
Pero sé que algún día se le gastarán las pilas.
Y sé que hasta que no deje de dar la hora, hasta que no se pare,
no me frustraré
y no comenzaré a echar de menos
sus agudos tintineos.

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