Relato nº17

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Ayer visite de nuevo el campo. Me escapé de casa a las 3 de la madrugada, como solía hacer mi abuelo para ver a la abuela, y fui a aquel sitio donde se encontraban. El abuelo decía que en ese verde césped que se expandía a lo largo y a lo ancho solían tumbarse y mirar a las estrellas, esperando a que algo pasase. Me acomodé en la fresca hierba, y me tumbé boca arriba, contemplando aquel paisaje punteado. "Siempre hay una estrella que brilla más que otra" pienso, recordando las palabras de mi abuelo. Casi podía verlo, a él y a la abuela; en las estrellas, en el césped, en los dientes de león que se dispersaban por la hierba. La luna es llena, blanca y brillante, como la de aquella noche en la que mis abuelos se conocieron. Recuerdo la historia que me contaba la abuela una vez tras otra cuando yo le insistía en que la contase. "Una luna llena más blanca y brillante que cualquier otra en la más bella de las noches se alzaba en el cielo. Sonaba la suave brisa que movía las margaritas y las amapolas. Entonces allí se encontraba el joven de tu abuelo, tumbado a mi lado". Se me caen algunas lágrimas cuando recuerdo la historia. Pensar que antes estaban aquí abajo, donde yo estoy, riendo y disfrutando, y ahora están allí arriba, probablemente observándome, recordando viejos tiempos. Ha pasado una estrella fugaz. Me pregunto si ellos la han visto y han deseado el más bonito deseo.

-Siempre hay una estrella que brilla más que otra -Dice una voz.

Hay alguien a mi lado. Es un lindo muchacho, tumbado junto a mí. Probablemente me habrá visto llorar. Quizá haya leído mis pensamientos.
Volteo y me doy cuenta de que me está mirando. Sonríe y vuelve a mirar al cielo, a las estrellas, y hago lo mismo.

-¿Quién te enseñó eso?

-Un viejo sabio.

-¿Y por qué estás aquí?

-Me dijo que aquí te encontraría.

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