XXXIII: El informante inmortal.

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ABBY.

Durante todo el trayecto al único lugar que me acogió tras ser exiliada he notado la gran tensión emanada tanto por Fernand como por Maya. No sé si era debido a la conexión o, simplemente, porque no todo puede ser perfecto en un grupo tan grande como el nuestro y hay pilares fundamentales que acabarán odiándose, como ya es el caso de esos dos.

De todas formas, tanto Fernand como yo caímos dormidos. Como teníamos que esperar, según Maya, a que fuese una hora concreta, tuvimos que esperar bastante rato dentro de Ruedas.

—Rompo el detector de huellas y vosotras os coláis volando o algo así —más que una proposición de Fernand, parece ser un plan ideado al instante.

—No. Se nos vería con una facilidad enorme.

—Vale, pero yo el detector ese lo voy a romper sí o sí —Fernand cruje sus nudillos, enfadado porque le he llevado la contraria. Suelto un suspiro de resignación porque es un jodido crío de mierda. Al menos, eso es lo que diría Damian si estuviese aquí—. Ya os buscaréis la vida.

—De haber sabido que íbamos a tener un cebo tan malo, habría ido a una tienda a comprar uno en especial —ironiza Maya con cierto encanto desde mi punto de vista.

Fernand aprieta el puño y camina hasta el centro de la calle, donde casi todos los humanos transitan para volver a sus hogares. Se dirige con paso decidido hacia la residencia y Maya se encoge de hombros cuando nota que la estoy mirando.

—En parte lo decía en serio.

—¿Tienes algún plan? —le pregunto, suspirando de nuevo.

—No. Los planes fracasan el noventa y nueve por ciento de las veces. Siempre hay un pequeño margen de error. Dedicarse a algo en concreto siempre da problemas.

—Los veteranos de esta residencia no suelen hablar mucho... Estarían dispuestos a morir si eso significa defender lo que quieren, que es, en este caso, la vida.

—No se puede defender la vida ocultando información que sirve para matar —me pone una mano en el hombro a pesar de que yo soy bastante más alta que ella—. Es la contradicción más estúpida que he oído en mucho tiempo.

—Puede que tengas razón... Pero, Maya. Yo no sé luchar. No soy como tú.

—Tienes dos dones estupendos que puedes usar, ¿o es que quieres engañarte pensando que eres una inútil? Podrías matarme si le pusieras empeño.

Noto que lo dice para animarme, aunque realmente no hace falta.

—Ya, mujer. He dicho que no sé luchar, pero los dones... Los dones son otra cosa totalmente distinta.

—Solo intenta no sangrar demasiado —me pide, apartando la mano de mi hombro y caminando hacia el centro de la calle—. Soy consciente de que no podré tocarte si eso sucede.

Sé que si me desangro, nadie podrá ayudarme. Es el problema de tener el don del veneno con todas sus subcategorías, pero bueno.

Si soy sincera, ya no me da miedo que intenten matarme durante el mes aprilense, que se está aproximando. Me da miedo matar a alguno de los guardianes si me desangro. Los nervios confunden a la razón, y si la razón está confundida el acto reflejo que tendrán será el de ayudarme. Pero, si rozan mi sangre, ¡morirán conmigo!

Maya chista para que la siga. Asiento levemente y voy tras ella justo cuando vemos que Fernand se está pegando con tres chicos que reconozco; son como los guardaespaldas de la residencia. Eran bastante majos, la verdad.

Una luz naranja ilumina toda la zona y los humanos chillan y salen corriendo. Tanto Maya como yo nos tapamos los ojos hasta que la luz deja de notarse. Cuando ambas apartamos las manos de nuestra vista, soy capaz de notar la sorpresa de Maya en su mirada. Yo estoy levemente asustada.

Saga meses del año III: El intercambio de octubre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora