XV: El segundo fracaso.

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EVAN.

Era la segunda vez que veía una residencia en toda mi vida, y aunque la junense se parece bastante a la juliense, se nota que es un poco más grande debido a que Juno tiene más habitantes que Julius. Aun así, cuando entré fue gracias al primo de Julieta, Argel, así que apenas sabía cómo funcionaban las cosas.

¿Cómo iba a entrar alguien como yo en un lugar así? Y, además, ¿qué iba a decir si me descubrían? Bien es cierto que mi rostro aún no había sido difundido, pero nadie me reconocería y eso, quizá, era lo peor de todo.

Tenía un plan un poco alocado, pero sabía que no tenía muchas más opciones. Consistía en usar el don único de mi difunto padre y de mi hermano en el detector de huellas dactilares, y una vez dentro provocar un caos entre dos o tres personas para que todos se despistasen y me diese tiempo a preguntarle a alguien, manipulándolo, claro, dónde se encontraban los datos.

Desde que me colé en las once viviendas prohibidas de Marzus no había usado mi don único. Recordaba cómo hacerlo, pero tenía pánico por si salía mal y ni siquiera lograba entrar.

No quería fallarle a Jaden tan pronto. Aunque al principio no me hizo gracia no ir junto a la guardiana de Maius, él me cayó bien y me dio lástima su situación. Como enurense con el don del amor, me sentía en la obligación de hacerle feliz. Todo el mundo debería tener la oportunidad de disfrutar de un amor único y duradero sin impedimentos.

Me puse enfrente del detector de huellas y cerré los ojos. Me imaginé transparente y pensé en buenos momentos con Hasret y Nikone mientras, lentamente, acercaba mi dedo al detector. Cuando lo puse, la puerta se abrió al no detectarme como persona peligrosa. Abrí los ojos y entré rápidamente en la residencia junense.

Al poner un pie dentro me tambaleé, mareado, y mi brazo, el que contenía un misterioso tatuaje con una frase sinsentido, me empezó a doler un poco. Me llevé la mano contraria a ese brazo y me lo apreté, sin comprender por qué demonios me estaba sucediendo eso en ese momento.

Ese tatuaje nos sorprendió a los cuatro cuando lo vimos. "La mismísima historia de..." realmente no tiene sentido para ninguno. Ni siquiera para Nixie, a quien vi por la conexión hace varios días. Dijo que iba a comprarse un arma... esperaba que estuviese bien. Ya les había hablado a mis amigos sobre ella, pero tampoco tenía mucho que decir.

—¿Estás bien, chico? —inquiere un hombre de treinta y algo años, que se aproxima a mí.

—Yo... Creo que sí.

Me apoyé en la pared y me puse el brazo delante de mis ojos. El dolor se fue como vino; en cuestión de segundos. Lo agradecí, por supuesto, pero eso me dejó muy descolocado. No me sentía con la energía suficiente como para continuar con el plan.

—¿Por qué no vas a la enfermería? Ya sabes dónde queda.

—Estoy mejor —me aparté de la pared y caminé para alejarme de él. No me daba buenas sensaciones y no quería resultarle muy sospechoso—. ¡Gracias por preocuparte! Me iré a mi habitación.

Caminé hacia las escaleras y subí a la primera planta sintiéndome perdido. No había nadie por la zona para poder provocar el caos, y eso me jodía.

Una puerta se abrió y una chica de rasgos asiáticos salió de ella. Ambos nos miramos y supe que tenía que hacer algo. ¡No podía quedarme quieto, observándola de forma bobalicona! Así que me concentré en ella, cerré la mano derecha quedando esta en forma de puño, y señalé con el pulgar a esa chica y luego a mí.

Saga meses del año III: El intercambio de octubre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora