IX: Mamá.

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AUGUSTUS.

Me gustaría poder hablar con Sera como lo hacíamos antes, pero sé que si lo hago se enfadará. Se nota a kilómetros que no se fía de Txomin, y aunque a mí me ha salvado la vida y a pesar de ser tan raro siento que le debo el favor, comprendo enormemente la decisión de mi amiga. Yo tampoco quiero hablar sobre nuestras cosas de guardianes justo delante de él.

No paro de darle vueltas a lo que ha sucedido con Damian. No tengo una conexión con él desde que, bueno, Sera le enseñó las doce premoniciones, pero no era el momento para hablar. Y aun así lo hice.

"Damian se ha ido".

"No. Damian sigue aquí".

Al principio pensé que estaba tomándome el pelo. ¿Por qué Sera decía que se había ido cuando yo aún era capaz de verlo? Y al hacerle caso pude comprenderlo; rompí la conexión voluntariamente. Eso fue un gran descubrimiento ya que ni siquiera teníamos ni idea de que éramos capaces de romper la conexión por nosotros mismos.

Si tan solo fuese capaz de hacer lo mismo que hice el otro día... Así podríamos hablar. También fue un descubrimiento enorme para mí saber que puedo mantener una conexión con Sera en el mismo lugar. Ambos creíamos que era necesario estar en rincones distintos, pero al parecer no es así.

Y luego está lo que sabemos de "él". Me gustaría ir a su despacho, pero es demasiado peligroso y Txomin no planea, de momento, sacarnos de nuevo de las celdas. Me gustaría preguntarle sobre la espada que usó y dónde narices la ha escondido, pero dudo que me responda. Ese chico solo responde lo que ve conveniente.

Se escuchan pasos a lo lejos y Argel aparece frente a nuestra celda en cuestión de segundos con dos bandejas. Una la deja al lado de los barrotes de la celda de Txomin para que coja lo suyo, y la otra, con comida doble, al lado de la nuestra. Sera y yo nos acercamos.

—Y pensar que casi huyes otra vez, Sera...—Argel cabecea—. Pobre Justin. Solía hacer bien su trabajo antes de conocerte.

—Claro, como tú también lo haces bien...—replico.

—Que no toque a una persona no significa que no quiera matar a las once restantes.

—Pues lo mismo le sucedía a tu compañero, ¿no? —inquiere Txomin con la boca llena.

—Tú vete preparando para morir —masculla a modo de respuesta—. Esta tarde te decapitarán.

Veo, por un instante, un brillo vacilón en los ojos oscuros de Txomin. Se lleva una mano a su pelo rojizo y se empieza a reír fuertemente, de verdad. Su risa me resulta agradable.

—¡Ja! ¡Qué divertido! Ya veremos quién acaba muerto antes.

—Eres un simple humano más que tuvo la suerte de tener en su poder un arma letal.

¿Eh? ¿Esa espada que yo vi es una de las doce armas letales? Pensaba que eso era una simple leyenda más de los humanos.

—No me es necesaria una mierda espada para matar a aquel que quiera...—se relame el labio—. Seré sincero, amo la sangre, y adoro aún más cómo sabéis cada uno de vosotros. Los enurenses me recuerdan a una manzana... y los aprilenses a la menta.

—Estás loco —masculla Sera.

—Tu sangre sabe metálica, es la más parecida a la nuestra... Aunque mi preferida es la que corre por las venas de Augustus.

—¿Debería temer por mi vida? —inquiero, burlón.

—Me estáis poniendo de los nervios —Argel se aproxima a la celda de Txomin y le agarra del cuello de la camiseta ya que está pegado a los barrotes—. Aprovecha tus últimas horas de vida.

Saga meses del año III: El intercambio de octubre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora