Desaparecer.

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Después de pasar unas cuantas cuadras a toda velocidad, pudimos perder de vista aquel todo terreno que nos seguía. Mi corazón latía a más de mil por hora por la adrenalina e incluso creía que en cualquier momento saldría de mi pecho.

— ¿Dónde iremos? A casa esta claro que no, no quiero poner a nadie en peligro. —digo. En mi voz se puede notar la preocupación y ¿Cómo no estar preocupado? Prácticamente estamos huyendo a saber dónde porque a saber quién quiere acabar conmigo. Genial.

—Desapareceras un tiempo. —habla Nico mirando atentamente la carretera.

— ¿Solo yo? ¿Y dónde me quedare? —pregunto, mirándole atentamente con mi ceño fruncido.

—Tengo una casa a las afueras, te quedaras al menos un mes y no te preocupes por el instituto. Te llevaré y traeré todos los días. También pasaré por tu casa y te traeré algo de ropa, no es seguro que vallas tú. —termina por decir. Asiento, aunque no me vea ya que está pendiente a la carretera, y el resto del camino nos la pasamos en silencio.

Poco a poco puedo notar como cada vez hay mas árboles y menos edificios y casas hasta solo quedar una carretera desierta rodeada de un frondoso bosque. Creo que han pasado dos horas cuando Nico se mete por un camino de piedrecitas y, minutos después, el auto para en seco. Al parecer hemos llegado.

Bajamos del auto y veo una casa de madera cubierta por la nieve y rodeada del frondoso bosque. Nico saca unas llaves de su bolsillo trasero y abre la puerta de madera. Lo primero que pasó por mi mente fue tener un olor a cerrado pero, eso nunca sucedió, todo lo contrario, la cabaña olía a colonia de hombre y flores.

Al encender las luces, quedé asombrada por lo que mis ojos veían. El salón era enorme, había una chimenea situada en el centro de esta echa de piedra, justo enfrende, en diagonal, hay un enorme sofá de un marrón muy claro, el cuál contrasta con las paredes y techo de madera. Muy cerca de él, hay un sillón del mismo color y, enfrente de ambos, se encuentra una televisión de plasta posada en un mueble de madera oscura. Detrás del enorme sillón se encuentra una barra que separa el salón de la cocina. La barra es del mismo color que la cabaña solo que, a diferencia del resto de la cabaña, la encimera es de color negra que hace juego con las sillas que se encuentran a su alrededor.

Nos adentramos un poco más hasta llegar a unas escaleras. Sin decir nada, empezamos a subir. Al llegar a la planta de arriba puedo ver dos puertas. Supongo una será el baño y la otra la habitación. Y, al adentrarnos a una de ellas, me encuentro con la enorme habitación de la hermosa estancia. Me fijo en la enorme alfombra blanca que hay bajo la cama y a su alrededor. La cama es negra y sus sabanas blancas hacen juego con la alfombra, aparte, a cada lado de la cama, hay una mesilla de noche negra con una lámpara dorada. Enfrente hay unos enormes ventanales que dan una herosa vista al bosque oscuro cubierto de nieve y, en el techo, hay tres ventanales medianos, dejando ver las estrellas.

—Esto es increíble. —logro decir aún embobada.

—Mis padres, antes de divorciarse, decidieron ponerla a mi nombre y darmela. Era mi refugio y gracias al dinero de las carreras y el trabajo pude diseñarla a mi gusto. —habla y lo miro sorprendida.

— ¿Por qué me has traído aquí? Podrías haberme dejado allí o simplemente no haberme dicho nada pero, en cambio, estas aquí ayudándome sin conocerme demasiado y arriesgando a su vez tu vida por mí. —este me mira atento y con su ceño fruncido, procesando cada palabra que prácticamente escupí.

—Tienes razón pero, Aria, te he llegado a coger mucho cariño en este poco tiempo y eres increíble. Desde el primer momento supe que había algo en ti diferente y, puse mi vida en juego cuando te dije que estabas en peligro al igual que cuando te seguí el beso. Ahora ambos estamos mal parados y no sé el maldito motivo. —aclara.

New York, Manhattan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora