Siento el sol en las piernas y parte de mi espalda desnuda. Me quedó así, quieta, con los ojos cerrados disfrutando de las sábanas limpias y el olor a lavanda. Se me escapa una sonrisa como reflejo de los recuerdos de la noche anterior. Estoy total y absurdamente enamorada de Benicio. Giro emocionada, decidida a enfrentar con la mejor voluntad la última semana juntos antes de despedirnos.
Pero no está.
Un mal presentimiento me cruza el cuerpo. Aunque la ropa desapareció su lado de la cama sigue tibia. Salto de la cama al living y mi sonrisa de oreja a oreja expone más de lo que quiero.Apoyada en el marco de la puerta, contemplo a Benicio dormido que prepara un desayuno completo. Corta la manzana verde en rodajas con una concentración que da gracia, achina los ojos y se muerde apenas la lengua. Mi risa lo vuelve a la realidad y voltea la cara con rapidez.
- Buen dia - dice acercándose - Siempre se despierta así señorita?
No entiendo a lo que se refiere hasta que su manos fria me rosa la espalda. Tapo mi boca con la mano y rió como tonta.
- Perdón no me di cuenta - siento los cachetes arder.
- Perdón? Me estas jodiendo? - pregunta en tono de broma mientras me abraza y levanta del suelo dejándome un beso un poco más largo de lo normal.
- Estás preparando el desayuno? - esquivo el momento por la vergüenza y lo nota.
- Sos lo mas lindo que tengo - confiesa como si no hubiese preguntado nada - El día no puede arrancar mejor.
De los dos, yo soy la más fría y eso es lo que admiro de Benicio. Logra descifrar lo que me pasa, decir lo que me hace bien y hacer hasta lo imposible por mi con una libertad tan segura que enamora.
Hago puntita de pie y agarrando fuerte su cuello le doy el beso más sentido. No puedo decirlo en voz alta, pero espero que lo entienda, soy lo que soy gracias a él.
- Me encanta lo que veo - articula con nuestros labios todavía unidos - Pero cambiate que mas tarde tengo una sorpresa.
Y con una palmada en la nalga, que me gusta más de lo que admito, abro el placard.
Después del desayuno y los mil besos, Benicio me tapa los ojos con un pañuelo. Todavía sigo sin saber a dónde vamos, ni siquiera pude sacarle una pista. El día está lindo y el conjunto de ropa es adecuado. La pollera negra acampanada, con la remera celeste a los hombros deja que el sol choque con la piel.
- Bajá un poco la cabeza - ordena Benicio intentando evitar mi torpeza al entrar al chevy.
- Esto me parece super injusto - digo con voz aniñada.
- Ah no, esa voz no te va a ayudar esta vez - reímos juntos y pasados unos minutos dice - Bueno, acá es.
Lo siento bajar del auto y abrir la puerta. Enternece la delicadeza con la que protege mis movimientos. Con los ojos todavía vendados, gira y se posiciona frente a mi.
- No seas tan cruel - grito exagerada.
- Bueeeno bueno - saca el pañuelo y tomándome por los hombros, me gira.
Instantáneamente tapo mi boca y rió como nena. Rodea la cintura con los brazos y apoya su pera en mi hombro.
- Y? - pregunta en tono bajo.
- Sos lo mejor - digo emocionada y lo agarro de la mano para entrar.
El club de la milanesa puede parecer poco, hasta insignificante pero que Benicio se acuerde y le de la misma importancia que yo sin ni siquiera pautarlo, me enamora el triple. Si es que cabe la posibilidad.
Entramos y tenemos reservada la mesa del fondo contra la ventana. Mi mirada le saca una carcajada.
- Si, es la misma - dice orgulloso.
Cuando nos conocimos, compartiamos unicamente las horas de cursada, pero con la llegada de los parciales nos empezamos a juntar a estudiar y se convirtió en rutina. En ese momento éramos nosotros dos, Cristian apareció más adelante, lo que hacía que nuestra relación sea buena pero se limitara únicamente a la universidad. Cuando llegó la época de finales, nos anotamos en la mismas fechas y seguimos estudiando juntos. Es gracioso porque en Instagram poniamos me gusta en todas las publicaciones, pero en la vida real éramos tímidos y solo hablábamos de la uni. Con la emoción del primer final aprobado, me acuerdo, nos abrazamos y decidimos salir a comer algo. Caímos acá, en este mismo lugar, en esta misma mesa.
Al principio del almuerzo habíamos pautado no hablar de la universidad, algo que agradecí apenas empecé a escucharlo. Contaba sus anécdotas con esa tonada cordobesa que me derrite, y no paraba de reirme. Hablamos de nuestras familias, amigos, ex novios y actuales, porque el estaba con Sofía todavía. Desde ahí, ya no era solo vernos en la cursada, ya no era compartir unos mates mientras hacíamos unos ejercicios, fue como un antes y un después.
- Gracias por traerme - digo explotada de felicidad.
- Te quiero - contesta.
Este lugar es tan importante porque fue donde caí en la cuenta que Benicio había llegado a revolucionar mi vida, aburrida y vacía.
- Hola chicos - aparece Pablo a tomarnos el pedido - Lo de siempre?
- Si, por favor - pide Benicio y cuando Pablo se aleja concluye - Estás distraída.
- Me estoy acordando de la primera vez que vinimos y como cambio todo - digo.
El vidrio, tan limpio, refleja el perfil de Benicio. Su mandíbula fuertemente marcada, su oreja chica rodeada de ese pelo morocho, los labios delgados y curvados con la nariz que de perfil parece recta pero de frente se nota una pequeña torcedura hacia la izquierda. Tengo que hacer fuerza para volver a concentrarme en lo que dice.
- Tenía unos nervios, pensé que capaz dejaba de caerte bien - confiesa mientras le da un beso a mi mano.
- Estabas de novio todavía - digo rápido como quien no quiere la cosa.
- Fue la última semana, porque acordate que a los dias me entere de la infidelidad - le atraviesa una expresión de molestia que cambia con la misma rapidez con la que llegó - Me hiciste bien desde el día uno, posta, te reias de todas las boludeces que decia y pensé "no importa como, pero no la quiero lejos".
Extiendo la mano por encima de la mesa y la dejo sobre la suya.
- Ahora caigo, estuve enamorada de vos desde el principio - admito y es su sonrisa, amplia y sincera, lo que me revuelve el estómago e infla el pecho.