- Sí, hay más – me susurró al oído poniéndome el pañuelo nuevamente en los ojos.
Reí como niña, alborotada por la emoción. Pasaron unas seis canciones hasta que Benicio por fin frenó el auto. Apenas puse un pie en la vereda reconocí el olor.
- No lo puedo creer – dije y lo escuche reír nervioso.
Ansiosa me saqué el pañuelo y pestañee mil veces hasta que la vista se aclaró al punto de poder ver donde estábamos. Realmente no lo podía creer.
Una vez, hace meses, cuando todavía éramos amigos y nos empezábamos a conocer, tuvimos una charla de horas en mi balcón. Hacía poco había cortado con Sofía y andaba de chica en chica disfrutando de su soltería, pero esa noche fue especial, creo que fue el inicio de todo aunque obviamente en el momento no lo sabíamos. Tomamos cerveza y hablamos de un montón de cosas diferentes, miedos, gustos, ex amigos, ex novios, momentos tristes y felices.
- Lugar donde te gustaría volver? – en su momento creí que era una pregunta pasajera, pero Benicio sigue sorprendiéndome todos los días.
Mi respuesta había sido exactamente su segunda sorpresa. Y ahí estaba, parada, frente a la entrada del zoológico prácticamente hechizada. Mi reacción fue abrazarlo tan fuerte como pude y esconder una lágrima en su remera.
- Vamos – dijo y me guió agarrados de la mano.
La última vez que había pisado un zoológico fue cuando tenía seis años, acompañada de mis abuelos. En las vacaciones de invierno, vinimos toda la familia a Buenos Aires y desde el primer día que llegamos lo único que pedía una y otra vez era visitar el zoo. Mis viejos tenían un compromiso asique Cacho y Tita, padres de mi viejo, se ofrecieron a llevarme. Estaba tan feliz. No hubo un solo animal que no haya visto o alimentado, corrí por todos lados y los abuelos se la bancaron como unos reyes.
Catherine no quería que me acompañen porque había que caminar mucho, ellos ya eran mayores de edad y seguirme el paso a mí era toda una misión casi imposible. Solo agradezco que no la hayan escuchado.
Cuando, en aquella charla en el balcón, Benicio hizo esa pregunta, tuve miedo de contarle la verdad. Mis abuelos fallecieron días después de la visita al zoológico, tuvieron un accidente volviendo a Mar del Plata en su auto. Podría haber mentido. Podría haber dicho que quería repetir el viaje de egresados a Bariloche o volver a viajar a Brasil, pero no. Hubo algo en el que me dio la confianza necesaria para saber que no iba a burlarse. Le respondí que quería volver al Zoológico y se quedó esperando a que siga hablando. Entendió que esa respuesta, hasta un tanto infantil, tenía una razón y escuchó en silencio.
- No puedo volver, lo intente mil veces pero llego a la puerta y me voy – confesé.
- Algún día vas a poder - dijo, y ahora causa gracia lo imposible que me pareció en su momento.
Benicio me abrazo fuerte y dejo besos cada vez que vio cómo viajaba entre mis pensamientos. Compartir el mismo lugar con él, volver feliz al lugar donde una vez también fui muy feliz me hizo sentir completa.
El humor de Benicio me mantuvo presente y sonriente el resto de la visita. Jirafas, elefantes, monos, peces, cumplimos al pie de la letra el orden que recomendaban en el folleto. Gastamos más de lo que deberíamos en la comida pero alimentamos a todos y que risa fue ver a Benicio muerto del miedo intentando darle de comer a las jirafas sin que le arranquen un dedo.
La parte complicada fue cuando llegamos a las suricatas. Ese día con mis abuelos, los conocí por primera vez y ame en todo sentido la manera que tienen para protegerse entre ellos. Termine el resto del recorrido actuando como una suricata, corría y los esperaba parada con los brazos doblados en noventa grados y las manos quebradas, mirando para todos lados alerta. Cacho me seguía el juego y Tita no paraba de reírse, lo que hacía que exagerara todo el acting. Los vi abrazarse y darse picos, en ese entonces con tan solo seis años me daba asco. Después de mucho tiempo, es uno de mis recuerdos preferidos.
Ahora volvemos a casa en silencio. Benicio me mira cada tanto inspeccionando mis expresiones, atento a cada movimiento. Otra vez, aunque intente, no logro decir todo lo que tengo en la punta de la lengua. Resignada le agarro fuerte la mano y sonrió esperando que sepa leerme.
Como siempre, demuestra que me conoce más de lo que puedo entender y al llegar al edificio no estaciona.
- Te quiero tanto Isabella - grita desde el auto antes de que entre al edificio.
Apenas cierro la puerta del departamento y alzo a Jabalina exploto en llanto. Un llanto guardado hace años, lleno de emociones distintas pero totalmente complementarias. Lloro una tristeza pura que se transforma mágicamente en paz. Lloro riendo mientras imágenes de mis abuelos y de Benicio aparecen intercambiadas. Cacho y Tita dándose un beso, Benicio rodeando mis hombros en un abrazo. Benicio miedoso dándole de comer a la Jirafa, Tita consolando a una nena de seis años que lloraba por la caída de toda la comida. Cacho suricata compañero de aventuras, Benicio secando las lágrimas con besos.
Saco mi teléfono del bolsillo y marco el número.
- Isabella? – preguntan del otro lado.
- Hola pá – digo, pero me quiebro al instante.