- Isabella, está todo en orden? - pregunto.
- A este lo queria agarrar - me parece escuchar.
Mis pies sienten retumbar el peso de unos pasos y los reconozco enseguida.
Benicio abre la puerta. Si es que podemos decirle a eso abrir y no arrancar. Parado a unos metros, lo espero con los brazos cruzados. El olor a alcohol se hace presente, pero me sorprende algo más. Benicio es la auténtica imagen de un pibe confundido, enojado y lastimado. Frena a centímetros de mi cara, inhalando y exhalando de una manera exagerada. Por encima de su hombro, veo a Isabella asustada.
- Que la miras? Te venis a meter en nuestra conversación.. -
- Discusión - corrijo y definitivamente no le hizo mucha gracia.
Me empuja contra la pared y coloca el brazo izquierdo sobre mi cuello. El derecho está ahí, suspendido en el aire con el puño cerrado.
- Estabas con ella hace un rato no? - pregunta y me mantengo en silencio - RESPONDE - grita amagando a pegar, pero otra vez, no lo hace.
Y entonces me doy cuenta. Benicio no quiere esto. Benicio es solo un pibe asustado que ama a su novia, y que, me juego la cabeza, creció conociendo únicamente la violencia.
El ruido del ascensor nos sorprende a los tres. Cristian sale apenas se corren las puertas pero frena en seco al ver la situación. Por unos segundos nadie dice nada y el silencio comienza a pesar en el pasillo.
El elefante gigante que tengo encima vuelve a mirarme fijo y no dudo en hacer lo mismo.
- Benicio controlate - pide Cristian.
- No me importa nada - le contesta, pero yo se que si.
- Ah claro, ahora le pedís que se controle no? Capaz lo hubieses pensado antes de que se mame - reprocha Isabella.
- Eh? - contesta Cristian
- Si, lo que escuchaste, esto es culpa tuya tambien - para el final de la frase se le quiebra la voz.
- No le dijiste nada - ahora Cristian le habla a su mejor amigo y con la falta de respuesta termina de sorprenderse - Ah yo no te la puedo creer.
El recién llegado camina de un lado a otro. Isabella llora. Benicio cada vez aprieta más fuerte.
- No me estas lastimando a mi - digo y se le frunce el ceño - La estas lastimando a ella.
Benicio sigue la dirección de mi dedo y la ve. Por un segundo la tormenta que lo persigue desaparece. Pero fue eso. Un segundo.
- Quien te pensas que sos? Venís al departamento de mi novia preguntando si esta todo bien, vivis girando a su alrededor, regalando flores, mandando mensajes - cierra los ojos como si un recuerdo le llegara directo a los huesos e intenta contenerse - La abrazas en el boliche y ahora te quedas callado, CALLADO.
Sede la fuerza en mi cuello y toma un envión para pegarme directo en el ojo. El golpe suena hueco dejándome mareado.
Cristian se pone en el medio de los dos dándome tiempo a recuperar el equilibrio. Pero nada lo frena. Solo ella.
Isabella sale de su departamento y le tira un vaso de agua, ya no llora ni tiene miedo.
- Ninguno de los tres quiere lastimarte - digo, y como no reacciona sigo hablando - Tenes a Isabella y a Cristian que lo único que quieren hacer es protegerte.
Benicio agacha la cabeza y la vergüenza le gana al odio. Se pasa la mano por el pelo, nervioso. Cambia la mirada de Isabella a Cristian. Cualquiera notaría la fuerza que hace para ceder. Suena irónico y hasta un poco patético pero no lo odio. Tampoco es que me de pena, es que Benicio no es simplemente lo que muestra.
Susurra el nombre "Lautaro" y se deja caer al piso.
- Quien? - pregunta Isabella que logró dejar el enojo en otro cajón.
Los ojos de Benicio se posan en Cristian y le pide ayuda con la mirada. Todavia no se quien es Lautaro, pero no espero nada bueno.
- Un ex - amigo de Córdoba.
- Es del grupo que me contaste no? - pregunta con voz delicada y al ver que no responde se arrodilla a su lado - Benicio, por favor.
Sentado contra la pared esconde la cabeza entre los brazos.
- Pensé que esta vez iba a ser diferente - hace una pausa - Pero me volvio a ganar.
Isabella le levanta la cabeza, apoya frente con frente y lo deja esconderse en su cuello. Cristian se tira al lado y entre los dos, lo abrazan. No lo hacen por compromiso, ni tampoco con fuerza, es de esos abrazos que contienen. Esos que te cierran los ojos y pedis que no terminen.
Rendido me siento frente a ellos. Porque entiendo que hasta el elefante más grande y pesado le teme al ratón. Y sobre todas las cosas, que el rey león necesita la fuerza de su leona para sobrevivir.