En el momento en que nuestras miradas se cruzaron supe que no sería bueno.
Había transcurrido cerca de tres horas que arribamos y aún no podía procesar la idea de que estaba de pie junto a un acantilado, aproximadamente a unos veinticinco metros de la superficie cristalina del agua, que nos acompañaba en silencio. Literalmente estaba junto a la nada, al borde de un precipicio que podría ser el inicio o el final de mis sueños. Estaba transpirando pese a que hacía frío, sin poder creer que había aceptado el reto.
¿Asustada? —negué aunque eran evidentes mis emociones.
Nunca había estado así de cerca de un abismo, menos con un clima poco favorable. Definitivamente era una pésima idea –con todas sus iniciales–, pero ellos no parecían comprender las consecuencias de tan tonta decisión. Solo deseaban disfrutar su momento al límite. Inhalé aire profundo mientras intentaba no ver sobre mi hombro derecho. No había necesidad de observar cuán lejos estaba del objetivo. —Comienzo a creer que no podré.
Gabriel Conrad colocó su mano sobre la mía, que descansaba en la soga que nos separaba a ambos dándole más estabilidad a la madera que nos sostenía. Él estaba a quince centímetros de distancia, pero sentía que la brecha era aún más significativa mientras el compartíamos el columpio. Quizás no lo conocía, pero en este punto sentía un vacío que solo su confianza podía llenar. Estaba atemorizada.
Miró al horizonte. Lo seguí. —¿Quieres detenerte?
—Estoy aquí, ¿no? —me limité a responder fingiendo ser valiente.
Sentados sobre un banco de madera en forma de columpio, que se sostenía de una gruesa rama de un viejo árbol junto al acantilado, era yo la persona más asustada. Este juego no era normal porque, a diferencia del columpio ubicado en el parque cerca de casa, ahora bajo mis pies tenía unos escasos veinte centímetros de superficie. Luego de eso estaba el vacío. Era como balancearse sobre la nada o al menos estar cerca de esta, mientras a veinticinco metros hacia abajo nos esperaba la tensión superficial del agua dispuesta a ser quebrada por si uno resbalaba de la seguridad del columpio. No era letal, pero sí tenebroso. Dios. Fijé la mirada en la escasa niebla que cubría la nada, deseando que hubiera salido el sol para así sentirme más segura. Suspiré, tratando de amarme de valor.
No quería ser pesimista pero era inevitable pensar en caer por si algo fallaba.
—Parece que les agradas —susurró Conrad, alias "Camaleón" al observar al resto de su grupo. Los tatuajes sobre su cuello se movieron con sus labios—. Eso es inusualmente raro —sonrió cortés.
No supe qué responder porque no comprendí el rumbo de aquel mensaje.
Fruncí el ceño algo confundida pero, antes de que pudiera preguntar, él caminó en reversa. Lo seguí para no perder el equilibrio entonces, cuando pensé que se detendría, dejó sus pies al aire. Sentí un tirón antes de tener que elevar mis piernas para no desestabilizarnos al frenar el columpio. Entonces me vi siendo lanzada hacia el inmenso vacío. Grité por inercia cuando no hubo más que viento acariciando mi rostro mientras mis pies flotaron. Sentí un nudo en la garganta de golpe, ahogando mi voz. Entonces volví a gritar pero esta vez algo cambió.
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Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©
RomanceTras el final del periodo escolar en Belmont, Serena Jules inició un viaje junto a los viejos diarios de una escritora anónima. Se sumergió en estos creyendo que la historia narrada en cada página sería la respuesta que buscaba, pero los secretos e...