29. Fotografía

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Volví a leer lo que había escrito.


El pétalo de una rosa

La etiqueta de Coca-cola

Un pedazo de soga

La fotografía de Aaron


Eran las cuatro señales que Lenmarck dejó el día de mi cumpleaños y me negaba a creer que solo algunas de estas fueran prueba real de que todo estaba conectado y que yo no había inventado nada.

Me negaba a creer que todos los recuerdos encerrados en un baúl dentro de mi cabeza eran producto de mi imaginación, como lo demás decían a diario. Me negaba a aceptar el discurso de la gente, donde repetían sin cansancio que Evanston era el culpable de mi estado, que era él y las drogas que usó conmigo lo que tanto daño me habían hecho en las cuarenta y ocho horas que estuve cautiva.

Caminé en círculos alrededor de mi habitación a oscuras. —Eso no es verdad.

Mi voz era apenas un susurró cuando hablé sin mirar a un punto específico y sin un público claro más que mi propio subconsciente.

Tenía miedo, miedo de terminar creyendo la versión de los demás sobre lo que sucedió esa noche. Temía olvidar lo que era verdad y comenzar a pensar que todo era parte de una pesadilla, quizás por eso me negaba a descansar mientras caminaba de forma robótica por toda la habitación.

—Lenmarck es real —suspiré. Aquella frase no podía olvidarla.

Con la hoja en mano, donde yacían enumeradas las cuatro claves, y con el peso del cansancio sobre mis hombros volví a mi cama, que en los últimos días se había vuelto más un adorno que algo útil.

Me recosté sobre esta con la melancolía a flor de piel, pero sin más lágrimas que pudieran brotar por mis ojos. Después de días enteros llorando, aislada del mundo, y sin poder contener la tristeza no me sorprendía el no poder materializar más mis emociones. Me había convertido en un muñeca mecánica, sin sentimientos más que un vacío indescriptible.

Mis pensamientos, mis emociones y mis acciones se habían convertido en una rutina monócroma. Me convertí en un robot vacío y sin vida, como un cascarón con un vacío infinito dentro que solo una cosa podía llenar.

Lo siento, pensé en silencio al recordar la promesa que Evanston me hizo jurar esa noche. Siento no poder sobrellevar esto. En verdad, lo siento.

Caí rendida, completamente exhausta.

Giré sobre las sábanas creyendo que algo me calmaría, para darme cobijo mientras me aferraba a los recuerdos alegres que mantenía con Evanston antes de que todo colapsara, pero no resultó. No sentí ni calor ni frío. Todo permaneció igual que hace semanas, sin cambios más que la tortura minuto a minuto por no saber qué hacer para obtener noticias suyas.

Exhalé pesadamente al notar que estuve conteniendo el aire por buen tiempo y cogí el móvil que descansaba sobre la cómoda para buscar en este un poco de refugio. No me llevó mucho tiempo encontrar la última fotografía guardada en el almacenamiento interno, pero sí me llevó tiempo tratar de contener el dolor que este desató cuando vi a través de una imagen tomada hace un mes, la sonrisa genuina de Evanston.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora