19. Corona de espinas

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Observé a Alexander, estaba recostado sobre la cama metálica

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Observé a Alexander, estaba recostado sobre la cama metálica. Aún seguía durmiendo desde que llegué, probablemente porque su cuerpo estaba agotado por lo que había tenido que soportar la noche anterior. Era realmente trágico descubrir que la muerte estaba más cerca de nosotros de lo que alguna vez llegué a creer, por eso también vine. Tenía miedo de no estar para él, tal como pasó con mamá, así que hice lo posible por descubrir dónde estaba. Definitivamente no fue fácil, pero lo logré gracias a Olivia Gertrude.

Suspiré y desvié la mirada por respeto a él antes de tomar asiento en el mueble alejado de su posición. No quería incomodarlo con mi aura tormentosa. Él necesitaba energía positiva y, en este punto, no estaba segura de poder proporcionárselo.

Sentí mis piernas flaquear mientras esperaba que Evanston regresara. —Lo siento, Alex.

No sabía exactamente qué lamentaba pero aún así hablé. No podía quitarme esa sensación de opresión en el pecho.

—Siempre me ayudaste —susurré— y ahora apenas y sé cómo devolverte el favor —suspiré.

Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo importante que eran las personas en mi vida y cómo perder a una de estas, otra vez, me iba a afectar así que estaba asustada por cómo terminara esto. No dejaría de sentirme así a menos que viera a Polac de mi lado, conversando conmigo sobre cualquier trivialidad. Mientras eso no sucediera vendría a verlo de forma rutinaria sin importar que eso incomodar a Evanston.

Exhalé pesadamente al pensar en ello. La situación no iba bien entre ambos, era tan obvio que no hacía falta aclararlo.


Llego en cinco minutos.


Leí el mensaje y, para no sentirme más ansiosa que antes, me puse de pie. Caminé por la habitación en busca de algún distractor pero me di por vencida. Necesitaba un ambiente diferente antes de terminar con los ánimos por el subsuelo al pensar en mamá.

—No tardaré, lo prometo —susurré mirando a Polac.

Me deslicé a través de la entrada para divisar alrededor aun cuando las opciones no eran amplias. Caminé, consciente de mis limitaciones, a través de los pasillos del hospital y recuerdos de la noche en que perdí a mamá comenzaron a aglomerarse sobre mi estabilidad. Perdí la noción del tiempo y del espacio.

Suspiré antes de tomar mis audífonos y perderme en la música del reproductor MP4 de Brown que aún conservaba conmigo. Le di inicio a una larga lista de reproducción que me llevó hasta la terraza del establecimiento. A ocho piso por encima del nivel de las calles me acerqué al precipicio, donde lo único que me separaba de una caída peligrosa era un muro de concreto que llegaba hasta mi abdomen. No lo pensé. Me apoyé sobre este para ver el vacío bajo mis pies. Fue tan abrumador que inmediatamente me transporté a más de cien kilómetros fuera de Belmont. Me vi de pie junto al acantilado que alguna vez visité con Black roses.

Un ángel para un corazón roto [CCR #2] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora